viernes, 17 de enero de 2020

Industrialización, Educación y Formación Profesional-Dr. JORGE RENDON VASQUEZ (1990).





Industrialización, Educación y Formación Profesional
JORGE RENDON VASQUEZ
Profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
En: Análisis Laboral-AELE, octubre 1990.

Cualquiera que sea el modelo de desarrollo por el que se opte (liberalismo o planificación centralizada, o las corrientes intermedias: keynesianismo o eclecticismo socialdemócrata) la actividad económica tiene como centro o célula a la empresa, y allí, como actores o protagonistas, al empresario y a los trabajadores, conceptuando a la empresa como una entidad u organización distinta de la forma jurídica que adopten los propietarios del capital y de las formas organizativas de los trabajadores.

De ellos depende que se produzca o no.

Es claro que si la demanda se retrae, el estímulo para producir tenderá a disminuir, y a la inversa.

El modelo keynesiano resuelve este problema tratando de inyectar poder de compra en consumo productivo y personal a través del Estado. Es indiscutible que las medidas de este orden ayudan dentro de ciertos límites y en tanto no generen una inflación incontrolada o la activen.

Sin embargo, una hipótesis de trabajo, igualmente viable, parece ser que la reactivación del mercado puede lograrse, en mucho, a través del proceso inverso, es decir gracias a una activación o reactivación de la produccción de bienes y servicios reduciendo costos y mejorando la calidad, o, en suma, haciéndo más competitiva la producción.

Este proceso podría tomar un tiempo algo más dilatado, pero, en definitiva, será el único con una eficacia duradera.

El incremento de la productividad y la producción, como una acción de conjunto en un país, posibilita un acceso más fácil a las mercancías de unas empresas por los adquirientes de ellas, que son las otras empresas y sus trabajadores, y permite que el excedente se realice con la misma lógica. La condición es ciertamente que un grupo cada vez mayor de empresas se incorpore en este proceso. Una vez que empieza a moverse la pesada rueda del desarrollo empresarial, el crecimiento de la economía puede cobrar mayor velocidad.

Pero la activación o reactivación de la producción en la empresa dependen de ciertos presupuestos y motivaciones de los empresarios y de los trabajadores, ambos de suprema importancia, que no podrían ser manejados sólo por los empresarios, en el estado actual de nuestra evolución social. Deben ser el fruto de un esfuerzo concertado de ambos grupos.
Voy a referirme a dos presupuestos en este campo: el nivel general de educación y la formación profesional de los trabajadores.


Educación

La industria necesita cada vez más trabajadores con un nivel de conocimientos, de cultura y de formación más elevado; de lo contrario no podrían manejar los instrumentos de trabajo. Un campesino que no sabe leer ni escribir no podría ser empleado en el manejo de una máquina para lo cual es necesario leer un manual de operaciones o leer y anotar ciertos datos de la producción, o leer ciertos avisos. Una persona que sólo ha terminado la educación primaria no podría escribir en una máquina de escribir rápidamente y menos aún utilizar una computadora, etc. A la inversa, como quien puede lo más puede lo menos, un egresado de una escuela secundaria podría hacer un trabajo para el que no se requiere tantos conocimientos, pero probablemente podrá hacerlo mejor. Es evidente que un nivel educacional más elevado en la población ofrecerá trabajadores con una aptitud mayor para entender los procesos del trabajo, para adaptarse a ellos y generar más iniciativas e ideas. Adam Smith vinculó el desarrollo industrial a una generalización de la educación primaria. Recién en 1887 se hizo obligatoria, en Francia, la educación primaria con la Ley de Emile Ferry. Sólo en 1970 Francia pasó a la escolaridad secundaria obligatoria. Otros países, como Alemania lo habían hecho ya en 1919. Hoy, en los países altamente industrializados, la escolaridad es obligatoria en ciertos casos hasta los 17 años y en otros hasta los 19[1].

Pero, además, la educación no puede estar desvinculada de lo que la sociedad hace para poder vivir. Los educandos deben ser instruidos para ingresar en un momento determinado, en el aparato productivo de modo de tomar un rol activo y diligente en él. Lamentablemente, éste no es el caso de nuestro país y de muchos otros en vías de desarrollo económico. El mundo conceptual de los niños y jóvenes creado por la educación ha sido apartado, en mayor o menor grado, de su realidad, buscando generalizar ciertos estilos de vida y reflejos sociales que no son siquiera los de nuestro país. Al salir de la escuela encuentran con sorpresa que hay un mundo del trabajo que les es completamente extraño, pero en el cual deberán estar el resto de su vida. Esta desadaptación da lugar a un trauma que, en muchos casos, no llega a ser eliminado del todo.

La explosión educativa que se observa en nuestro país se manifiesta por un deseo general de llegar a la educación secundaria y luego a la educación superior, con la meta final de obtener un diploma universitario como un procedimiento de promoción social; no se vincula este esfuerzo de los padres y del propio estudiante a las necesidades del aparato productivo ni se orienta por el deseo, la inquietud o la seguridad de poder acceder a un trabajo en cualquier momento del período educacional. Para esa manera de pensar, el trabajo de empleado y obrero calificados y de mando medio, tan necesario como productivo, aparece como una opción desdeñable, aunque para muchos será un destino ineludible. En nuestra escala de valores concernientes a la formación, el más elevado sigue siendo la profesión universitaria, por lo general liberal, y no la incorporación a la economía como sujeto a artífice de la producción. También hay aquí un divorcio entre la educación y las necesidades del aparato productivo.

La educación debería ser repensada como una acción de toda la sociedad. Los planes de estudio y el contenido de la curricula deberían tener como contenido una formación humanística y de solidaridad, pero, asimismo, una noción sólida de nuestra realidad y su economía, con la posibilidad de brindar una inserción en la actividad económica.

Ya no es admisible suponer que esta función tan importante sea una tarea exclusiva del Ministerio de Educación, o por mejor decirlo, en unos casos, de funcionarios con una mentalidad y hábitos burocráticos, interesados sólo en su pequeña área de poder y comodidad; en otros, de funcionarios bien intencionados pero ignorantes de la realidad económica. El Estado, por muy grande que sea su poder e intervención, no puede prescindir, al ocuparse de la educación, de los intereses actuantes en la economía. Los grupos actores de la producción deberían tener la posibilidad de participar obligatoriamente en la delineación de los planes de estudio y su contenido en función de su actividad profesional y productiva. Si, en un primer momento, éstos no cuentan con técnicos suficientemente aptos para ocuparse de este asunto, sin duda, los generarán luego en la medida en que tengan que emitir opinión o decidir sobre tales asuntos.

Formación Profesional

El aparato productivo necesita, además, gente que sepa hacer el trabajo, en todas las especialidades y niveles.

Es ya casi un axioma que si en un país existen las personas con los conocimientos necesarios o apropiados, se podría conseguir el capital para trabajar; a la inversa, aunque haya capital, si no hay trabajadores con los conocimientos necesarios no se podrá trabajar.
Los casos de Alemania y Japón son suficientemente ilustrativos a este respecto. Ambos países, destruidos casi totalmente luego de la segunda guerra mundial, fueron capaces de levantarse en términos relativamente breves. Fue un esfuerzo de inversión de capital, de tiempo de trabajo, de sacrificio de ciertos derechos, pero de no haber habido, en ambos casos, y probablemente más en el de Alemania, una estructura mental de formación profesional creada desde el último tercio del siglo pasado, y un aprendizaje en escuela y en la empresa, no hubieran podido reconstruirse en términos relativamente breves ni llegar luego a los primeros lugares en la producción industrial mundial.

La formación profesional puede lograrse en el trabajo (sur le tas), pero éste es el camino más largo y propenso a dejar hábitos negativos.

La formación profesional, para ser más eficiente y dar resultados en plazos más cortos, debe ser un esfuerzo organizado nacionalmente que combine una enseñanza en centros con una práctica en las empresas.

Desde el punto de vista de su contenido, la formación profesional puede ser: primera formación, readaptación, reciclaje o actualización de conocimientos, y de promoción o perfeccionamiento.

La primera formación prepara para el ingreso en la actividad ocupacional; se dirige fundamentalmente a los jóvenes. Puede cumplirse en la escuela como enseñanza en parte técnica sin bloquear, sin embargo, las posibilidades de presentarse posteriormente a los exámenes de ingreso a los centros superiores de estudio. Puede cumplirse también bajo la forma de un contrato llamado de aprendizaje que le permite al joven aprender un oficio o una actividad ocupacional en la empresa, forma que debe complementarse con la asistencia a la escuela un número de horas por día y semana. En muchos países altamente industrializados es una modalidad de la educación secundaria, conducente a un título profesional.

La primera formación puede estar también a cargo de centros determinados que toman a trabajadores jóvenes o adultos.

La formación de readaptación tiene como fin enseñarle al trabajador a desempeñarse en otras ocupaciones cuando la que tiene ya no será necesaria o cuando debe dejar un empleo y buscar otro para el que se requieren otros conocimientos. Esta formación se cumple en centros determinados.

La formación de reciclaje o de actualización permite acceder a nuevos conocimientos o técnicas. Puede darse en la empresa mediante una acción determinada o en centros fuera de la empresa, por lo general mediante stages.

La formación de promoción y de perfeccionamiento permite preparar a los trabajadores para confiarles tareas de mayor nivel o responsabilidad. Se realiza en la empresa si ésta es suficientemente grande o en centros determinados.

Las diferentes modalidades de formación profesional deben ser un esfuerzo nacional integrado en cuya dirección y determinación de su contenido deberían participar los grupos actores, directos e indirectos, de la economía: empresarios, trabajadores, colegios profesionales, universidades y el Estado. Las universidades deberían ser parte necesaria en este sistema. Lamentablemente, los estamentos universitarios, por razones de índole política, han extralimitado la noción de autonomía hasta verla como una libertad de las universidades para crear las carreras y atribuirles sus programas y curricula como quieran sus grupos dirigentes incluso, en algunos casos, contra las necesidades del país. Las carreras, el contenido general de la enseñanza y el número de estudiantes a recibir en cada una de ellas deberían ser, por lo menos, coordinados por un ente general de participación. Se necesita en este aspecto, obviamente, una ley que reglamente la autonomía, y sus esferas y niveles.

Entendemos que el sistema nacional de formación profesional debería comprender todas las actividades de formación; ser un sistema creado más bien por la concertación de empleadores y trabajadores, con la participación del Estado, los colegios profesionales y las universidades, con órganos o consejos de dirección a nivel nacional y regional.

El financiamiento de la formación profesional para este sistema debería ser cubierto por una cuota aportada por los empleadores, los trabajadores y el Estado, destinado a alimentar un fondo administrado por los consejos de la formación profesional nacional y regionales.

Los recursos de formación profesional con que cuenta el país, aparte de los del Estado conformados por las escuelas técnicas y las universidades, son magros y sin correspondencia con las necesidades de un esfuerzo de desarrollo industrial.

El SENATI, por ejemplo, pese a los costosos recursos de que dispone provenientes en su mayor parte de donaciones de la industria de varios países muy desarrollados industrialmente, fue diseñado y se mantiene como un esfuerzo cerrado, tal vez apropiado para los años cincuenta, para proveer de obreros especializados a ciertas empresas, con un número o cupo muy limitado de alumnos y sin conexión con el sistema educativo[2].

Las escuelas técnicas tienen el mismo defecto: algunas preparan bien para el mando medio en algunas profesiones, pero son experiencias de un área reducida.

No existe en el Perú el aprendizaje, tal como él es en los países europeos, pese a su importancia; tampoco existen centros de formación profesional de adultos, excepto el SENCICO, como un esfuerzo sectorial de la construcción civil.

Ni el Ministerio de Educación ni el Ministerio de Trabajo han generado alguna iniciativa para cubrir el enorme vacío de la falta de un sistema de formación profesional.

Una nueva actitud, renovadora, en este sentido, tendría que provenir de los actores sociales, mas si éstos se hallan preocupados, unos sólo por elevar la tasa de ganancia en el corto plazo, y otros por defender el salario, sin avizorar el problema económico en su conjunto y lo que podría ser su evolución con su concurso, no será posible salir del punto muerto en el que nos hallamos en este campo.

[1] En un interesantísimo libro: 70 MiIlions d'eléves. L'Europe de l'education, Francine Vaniscote, de l'Institut National de la Recherche Pédagogique, de Francia, examina los sistemas de educación preescolar, primaria, secundaria y superior de los doce países conformantes de la Comunidad Económica Europea. La necesidad económica está en la base de estos sistemas. Señala esta Autora: "los acuerdos económicos que unen a los doce países comunitarios tienen inevitablemente repercusiones sobre las opciones educativas de los países miembros y determinan hoy las orientaciones y el objeto del desafío lanzado de la "Europa de los ciudadanos" en el horizonte de 1993. La libre circulación de los trabajadores y de los investigadores, el reconocimiento de los períodos de estudios efectuados en el extranjero, la posibilidad dada a los estudiantes de Europa de efectuar una parte de sus cursos en otro país son los planteamientos de mayor peso en la educación". 
[2] El Autor, en 1973, promovió la creación de un centro de formación de monitores, o de profesores de la formación profesional de obreros calificados, con la ayuda del Gobierno Francés que fue generosamente brindada suministrando durante seis años el equipo de técnicos para este plan. Es el centro "Blas Pascal" del SENATI. La idea rectora de esta iniciativa fue formar los monitores para hacer posible luego una acción generalizada de formación.


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