Industrialización,
Educación y Formación Profesional
JORGE
RENDON VASQUEZ
Profesor
Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
En: Análisis Laboral-AELE,
octubre 1990.
Cualquiera que sea el modelo
de desarrollo por el que se opte (liberalismo o planificación centralizada, o
las corrientes intermedias: keynesianismo o eclecticismo socialdemócrata) la
actividad económica tiene como centro o célula a la empresa, y allí, como
actores o protagonistas, al empresario y a los trabajadores, conceptuando a la
empresa como una entidad u organización distinta de la forma jurídica que
adopten los propietarios del capital y de las formas organizativas de los
trabajadores.
De ellos depende que se
produzca o no.
Es claro que si la demanda se
retrae, el estímulo para producir tenderá a disminuir, y a la inversa.
El modelo keynesiano resuelve
este problema tratando de inyectar poder de compra en consumo productivo y
personal a través del Estado. Es indiscutible que las medidas de este orden
ayudan dentro de ciertos límites y en tanto no generen una inflación
incontrolada o la activen.
Sin embargo, una hipótesis de
trabajo, igualmente viable, parece ser que la reactivación del mercado puede
lograrse, en mucho, a través del proceso inverso, es decir gracias a una activación
o reactivación de la produccción de bienes y servicios reduciendo costos y mejorando
la calidad, o, en suma, haciéndo más competitiva la producción.
Este proceso podría tomar un
tiempo algo más dilatado, pero, en definitiva, será el único con una eficacia
duradera.
El incremento de la
productividad y la producción, como una acción de conjunto en un país,
posibilita un acceso más fácil a las mercancías de unas empresas por los
adquirientes de ellas, que son las otras empresas y sus trabajadores, y permite
que el excedente se realice con la misma lógica. La condición es ciertamente
que un grupo cada vez mayor de empresas se incorpore en este proceso. Una vez
que empieza a moverse la pesada rueda del desarrollo empresarial, el
crecimiento de la economía puede cobrar mayor velocidad.
Pero la activación o
reactivación de la producción en la empresa dependen de ciertos presupuestos y
motivaciones de los empresarios y de los trabajadores, ambos de suprema
importancia, que no podrían ser manejados sólo por los empresarios, en el
estado actual de nuestra evolución social. Deben ser el fruto de un esfuerzo
concertado de ambos grupos.
Voy a referirme a dos
presupuestos en este campo: el nivel general de educación y la formación
profesional de los trabajadores.
Educación
La industria necesita cada vez
más trabajadores con un nivel de conocimientos, de cultura y de formación más
elevado; de lo contrario no podrían manejar los instrumentos de trabajo. Un
campesino que no sabe leer ni escribir no podría ser empleado en el manejo de
una máquina para lo cual es necesario leer un manual de operaciones o leer y
anotar ciertos datos de la producción, o leer ciertos avisos. Una persona que sólo
ha terminado la educación primaria no podría escribir en una máquina de
escribir rápidamente y menos aún utilizar una computadora, etc. A la inversa,
como quien puede lo más puede lo menos, un egresado de una escuela secundaria
podría hacer un trabajo para el que no se requiere tantos conocimientos, pero
probablemente podrá hacerlo mejor. Es evidente que un nivel educacional más
elevado en la población ofrecerá trabajadores con una aptitud mayor para
entender los procesos del trabajo, para adaptarse a ellos y generar más
iniciativas e ideas. Adam Smith vinculó el desarrollo industrial a una
generalización de la educación primaria. Recién en 1887 se hizo obligatoria, en
Francia, la educación primaria con la Ley de Emile Ferry. Sólo en 1970 Francia
pasó a la escolaridad secundaria obligatoria. Otros países, como Alemania lo
habían hecho ya en 1919. Hoy, en los países altamente industrializados, la
escolaridad es obligatoria en ciertos casos hasta los 17 años y en otros hasta
los 19[1].
Pero, además, la educación no
puede estar desvinculada de lo que la sociedad hace para poder vivir. Los
educandos deben ser instruidos para ingresar en un momento determinado, en el
aparato productivo de modo de tomar un rol activo y diligente en él. Lamentablemente,
éste no es el caso de nuestro país y de muchos otros en vías de desarrollo
económico. El mundo conceptual de los niños y jóvenes creado por la educación
ha sido apartado, en mayor o menor grado, de su realidad, buscando generalizar
ciertos estilos de vida y reflejos sociales que no son siquiera los de nuestro
país. Al salir de la escuela encuentran con sorpresa que hay un mundo del
trabajo que les es completamente extraño, pero en el cual deberán estar el
resto de su vida. Esta desadaptación da lugar a un trauma que, en muchos casos,
no llega a ser eliminado del todo.
La explosión educativa que se
observa en nuestro país se manifiesta por un deseo general de llegar a la
educación secundaria y luego a la educación superior, con la meta final de
obtener un diploma universitario como un procedimiento de promoción social; no
se vincula este esfuerzo de los padres y del propio estudiante a las
necesidades del aparato productivo ni se orienta por el deseo, la inquietud o
la seguridad de poder acceder a un trabajo en cualquier momento del período
educacional. Para esa manera de pensar, el trabajo de empleado y obrero
calificados y de mando medio, tan necesario como productivo, aparece como una
opción desdeñable, aunque para muchos será un destino ineludible. En nuestra
escala de valores concernientes a la formación, el más elevado sigue siendo la
profesión universitaria, por lo general liberal, y no la incorporación a la
economía como sujeto a artífice de la producción. También hay aquí un divorcio
entre la educación y las necesidades del aparato productivo.
La educación debería ser
repensada como una acción de toda la sociedad. Los planes de estudio y el
contenido de la curricula deberían tener como contenido una formación
humanística y de solidaridad, pero, asimismo, una noción sólida de nuestra
realidad y su economía, con la posibilidad de brindar una inserción en la
actividad económica.
Ya no es admisible suponer que
esta función tan importante sea una tarea exclusiva del Ministerio de Educación,
o por mejor decirlo, en unos casos, de funcionarios con una mentalidad y hábitos
burocráticos, interesados sólo en su pequeña área de poder y comodidad; en
otros, de funcionarios bien intencionados pero ignorantes de la realidad económica.
El Estado, por muy grande que sea su poder e intervención, no puede prescindir,
al ocuparse de la educación, de los intereses actuantes en la economía. Los
grupos actores de la producción deberían tener la posibilidad de participar
obligatoriamente en la delineación de los planes de estudio y su contenido en
función de su actividad profesional y productiva. Si, en un primer momento,
éstos no cuentan con técnicos suficientemente aptos para ocuparse de este
asunto, sin duda, los generarán luego en la medida en que tengan que emitir
opinión o decidir sobre tales asuntos.
Formación Profesional
El aparato productivo
necesita, además, gente que sepa hacer el trabajo, en todas las especialidades
y niveles.
Es ya casi un axioma que si en
un país existen las personas con los conocimientos necesarios o apropiados, se
podría conseguir el capital para trabajar; a la inversa, aunque haya capital,
si no hay trabajadores con los conocimientos necesarios no se podrá trabajar.
Los casos de Alemania y Japón
son suficientemente ilustrativos a este respecto. Ambos países, destruidos casi
totalmente luego de la segunda guerra mundial, fueron capaces de levantarse en
términos relativamente breves. Fue un esfuerzo de inversión de capital, de
tiempo de trabajo, de sacrificio de ciertos derechos, pero de no haber habido,
en ambos casos, y probablemente más en el de Alemania, una estructura mental de
formación profesional creada desde el último tercio del siglo pasado, y un
aprendizaje en escuela y en la empresa, no hubieran podido reconstruirse en
términos relativamente breves ni llegar luego a los primeros lugares en la producción
industrial mundial.
La formación profesional puede
lograrse en el trabajo (sur le tas), pero éste es el camino más largo y
propenso a dejar hábitos negativos.
La formación profesional, para
ser más eficiente y dar resultados en plazos más cortos, debe ser un esfuerzo
organizado nacionalmente que combine una enseñanza en centros con una práctica
en las empresas.
Desde el punto de vista de su
contenido, la formación profesional puede ser: primera formación, readaptación,
reciclaje o actualización de conocimientos, y de promoción o perfeccionamiento.
La primera formación prepara
para el ingreso en la actividad ocupacional; se dirige fundamentalmente a los
jóvenes. Puede cumplirse en la escuela como enseñanza en parte técnica sin bloquear,
sin embargo, las posibilidades de presentarse posteriormente a los exámenes de
ingreso a los centros superiores de estudio. Puede cumplirse también bajo la
forma de un contrato llamado de aprendizaje que le permite al joven aprender un
oficio o una actividad ocupacional en la empresa, forma que debe complementarse
con la asistencia a la escuela un número de horas por día y semana. En muchos
países altamente industrializados es una modalidad de la educación secundaria,
conducente a un título profesional.
La primera formación puede
estar también a cargo de centros determinados que toman a trabajadores jóvenes
o adultos.
La formación de readaptación
tiene como fin enseñarle al trabajador a desempeñarse en otras ocupaciones
cuando la que tiene ya no será necesaria o cuando debe dejar un empleo y buscar
otro para el que se requieren otros conocimientos. Esta formación se cumple en
centros determinados.
La formación de reciclaje o de
actualización permite acceder a nuevos conocimientos o técnicas. Puede darse en
la empresa mediante una acción determinada o en centros fuera de la empresa,
por lo general mediante stages.
La formación de promoción y de
perfeccionamiento permite preparar a los trabajadores para confiarles tareas de
mayor nivel o responsabilidad. Se realiza en la empresa si ésta es suficientemente
grande o en centros determinados.
Las diferentes modalidades de
formación profesional deben ser un esfuerzo nacional integrado en cuya
dirección y determinación de su contenido deberían participar los grupos
actores, directos e indirectos, de la economía: empresarios, trabajadores,
colegios profesionales, universidades y el Estado. Las universidades deberían
ser parte necesaria en este sistema. Lamentablemente, los estamentos
universitarios, por razones de índole política, han extralimitado la noción de
autonomía hasta verla como una libertad de las universidades para crear las
carreras y atribuirles sus programas y curricula como quieran sus grupos
dirigentes incluso, en algunos casos, contra las necesidades del país. Las
carreras, el contenido general de la enseñanza y el número de estudiantes a
recibir en cada una de ellas deberían ser, por lo menos, coordinados por un
ente general de participación. Se necesita en este aspecto, obviamente, una ley
que reglamente la autonomía, y sus esferas y niveles.
Entendemos que el sistema
nacional de formación profesional debería comprender todas las actividades de
formación; ser un sistema creado más bien por la concertación de empleadores y
trabajadores, con la participación del Estado, los colegios profesionales y las
universidades, con órganos o consejos de dirección a nivel nacional y regional.
El financiamiento de la
formación profesional para este sistema debería ser cubierto por una cuota
aportada por los empleadores, los trabajadores y el Estado, destinado a
alimentar un fondo administrado por los consejos de la formación profesional
nacional y regionales.
Los recursos de formación
profesional con que cuenta el país, aparte de los del Estado conformados por
las escuelas técnicas y las universidades, son magros y sin correspondencia con
las necesidades de un esfuerzo de desarrollo industrial.
El SENATI, por ejemplo, pese a
los costosos recursos de que dispone provenientes en su mayor parte de donaciones
de la industria de varios países muy desarrollados industrialmente, fue
diseñado y se mantiene como un esfuerzo cerrado, tal vez apropiado para los
años cincuenta, para proveer de obreros especializados a ciertas empresas, con
un número o cupo muy limitado de alumnos y sin conexión con el sistema educativo[2].
Las escuelas técnicas tienen
el mismo defecto: algunas preparan bien para el mando medio en algunas
profesiones, pero son experiencias de un área reducida.
No existe en el Perú el
aprendizaje, tal como él es en los países europeos, pese a su importancia;
tampoco existen centros de formación profesional de adultos, excepto el
SENCICO, como un esfuerzo sectorial de la construcción civil.
Ni el Ministerio de Educación
ni el Ministerio de Trabajo han generado alguna iniciativa para cubrir el
enorme vacío de la falta de un sistema de formación profesional.
Una nueva actitud, renovadora,
en este sentido, tendría que provenir de los actores sociales, mas si éstos se
hallan preocupados, unos sólo por elevar la tasa de ganancia en el corto plazo,
y otros por defender el salario, sin avizorar el problema económico en su
conjunto y lo que podría ser su evolución con su concurso, no será posible
salir del punto muerto en el que nos hallamos en este campo.
[1] En un interesantísimo libro:
70 MiIlions d'eléves. L'Europe de l'education, Francine Vaniscote, de l'Institut
National de la Recherche Pédagogique, de Francia, examina los sistemas de
educación preescolar, primaria, secundaria y superior de los doce países
conformantes de la Comunidad Económica Europea. La necesidad económica está en
la base de estos sistemas. Señala esta Autora: "los acuerdos económicos
que unen a los doce países comunitarios tienen inevitablemente repercusiones
sobre las opciones educativas de los países miembros y determinan hoy las
orientaciones y el objeto del desafío lanzado de la "Europa de los
ciudadanos" en el horizonte de 1993. La libre circulación de los
trabajadores y de los investigadores, el reconocimiento de los períodos de
estudios efectuados en el extranjero, la posibilidad dada a los estudiantes de
Europa de efectuar una parte de sus cursos en otro país son los planteamientos
de mayor peso en la educación".
[2] El Autor, en 1973, promovió la
creación de un centro de formación de monitores, o de profesores de la formación
profesional de obreros calificados, con la ayuda del Gobierno Francés que fue
generosamente brindada suministrando durante seis años el equipo de técnicos
para este plan. Es el centro "Blas Pascal" del SENATI. La idea
rectora de esta iniciativa fue formar los monitores para hacer posible luego
una acción generalizada de formación.
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