SEGUNDA VUELTA: EL ÚLTIMO DEBATE
Por Jorge Rendón Vásquez
Fue en Arequipa, el 30 de mayo, por la noche.
Como fondo, las cámaras mostraron la plaza de armas, desierta, silente y
como si hubiera sido iluminada por los hermanos Vargas. Más allá, las calles se
insinuaban apenas hasta perderse en la oscuridad total donde dormían los tres
volcanes indiferentes al debate que habría de tener lugar en el salón de actos
de la Universidad Nacional de San Agustín.
A la derecha del proscenio fue colocada Keiko Fujimori, a la izquierda,
Pedro Castillo y, en el centro, los dos moderadores.
Se les asignó seis temas que los candidatos trataron en dos horas y media,
incluidos los interludios comerciales.
Podían haber sido veinte temas o sólo uno. Esto parecía no ser de
importancia, puesto que no es posible desarrollar en el corto tiempo que se les
asignó todo un programa de gobierno. Lo que importaba era el show de los dos
candidatos frente a frente ante una audiencia de varios miles de espectadores,
los que, en un grado u otro, se interesan por la política. Los demás
espectadores habituales de esas horas tenían en sus pantallas otros canales, viendo
telenovelas, noticias, películas o deportes.
El debate fue, en realidad, de dos intenciones y dos estilos.
La candidata de la dinastía fujimorista no pudo ocultar que no quiere para
nada ningún cambio de importancia en nuestro país. Llenó su tiempo con promesas
de obras y donaciones que, a lo más, podrían ingresar en el rubro de la
administración regular de un Estado. Algunas fueron mentirosas, como la oferta ya
formulada en el debate de Chota de distribuir directamente entre la población
de las regiones el 40% del canon minero, para lo que un presidente carece de la
facultad. Se tendría que reformar la Constitución. En cambio, el hombre del
sombrero campesino prometió cambiar muchas cosas en cuanto conciernan a la
tarea de un presidente de la República o dar los pasos para que cambien por ley
o modificando la Constitución para que –dijo– no haya más pobres en un país
rico. Y esto fue contundente; fue el núcleo de su mensaje.
En la figura y el discurso de los dos contendores se pudo advertir la
confrontación de dos estilos.
La candidata de los rasgos asiáticos tenía la sonrisa impresa en el rostro,
a todas luces estudiada y corregida, tal vez, muchas horas ante el espejo, que,
sin embargo, desapareció súbitamente cuando el maestro de escuela dijo que la jefa
de una banda criminal no podía gobernar nuestro país. Esa sonrisa concordaba
con una vestimenta, sin duda, estudiada por sus asesores de imagen, y con un
discurso fluido refinado en un centro de formación extranjero, dicho sea de
paso, con dinero sustraído al Estado peruano. En cierto momento, me retrotraje
a las novelas de misterio e intriga de comienzos del siglo veinte en las que el
personaje femenimo creado para encarnar el mal y la traición es una dama
asiática toda sonrisas y halagos para encantar a sus víctimas.
En el otro lado se veía a un personaje de sobrio vestir, de expresión
sencilla y espontánea, de origen campesino, nada sofisticado e interesado en
comunicar sus propuestas con persuación pedagógica. Se podía pensar en un
personaje de Ciro Alegría, José María Arguedas o Manuel Escorza.
Al día siguiente, un colega abogado con quien me comuniqué le reprochó al
hombre del sombrero campesino sus nociones aparentemente elementales sobre el
Estado. No me dijo por qué este hombre sencillo está ahora compitiendo en la
segunda vuelta por la presidencia de la República. Esta objeción me llevó a
preguntarme si todos los candidatos a los cargos electivos de los poderes
Ejecutivo y Legislativo durante la vida de la República conocían o conocen a
fondo la conformación y las funciones del Estado y, lo más importante, la
estructura económica. Me atrevo a decir que no y en muchos casos, de llegar a
esos cargos, salen sin conocerlos con la solvencia de los profesionales que
tratan de cada área. ¿Por qué? Porque la administración del Estado es una
actividad compleja que solo puede estar a cargo de profesionales especializados
en los aspectos de los que ella se compone, profesionales de cuya formación son
responsables las universidades. En la cúspide del Estado, los políticos se
limitan a dar las directivas generales sobre la gestión. Es la manera de ser
del Estado creado por la revolución burguesa que tuvo que generar también la
burocracia para hacerlo marchar, el civil service. Si los políticos no actúan
el Estado sigue marchando como un avión dirigido por el piloto automático. En
varios países europeos y otros cuando los parlamentos no pueden nombrar al
primer ministro por la imposibilidad de formar mayorías, el Estado no se paraliza.
Tampoco se detiene la economía ni las otras relaciones sociales. Y la
burocracia se muestra tan severa allí que no acepta la intromisión política en
su desenvolvimiento legal ni participar en las decisiones políticas. Cierta vez
en Gran Bretaña, un ministro llamó a un director general para pedirle consejo
sobre cómo proceder en un asunto concerniente al cargo de ministro. El
funcionario le respondió: la política la pone usted, señor ministro.
Las funciones de los altos cargos políticos de los poderes Legislativo y
Ejecutivo las ejecutan, en realidad, los asesores. Son ellos los que plantean
lo que se debe hacer y no hacer en esos niveles, los que escriben los discursos
de sus jefes, a los que suelen llegar, en primer lugar, los lobbies y también
la corrupción si el político asesorado es sensible a esta tentación, salvo que
el político tome la iniciativa para el cohecho. Si el político jefe está
educado en una moral inconmovible no se dejará manipular y castigará cualquier
asomo de conducta desdorosa por mínima que sea.
La fibra de Pedro Castillo, su formación y actividad de maestro de escuela
y su experiencia como dirigente sindical anuncian una moral íntegra, un
conocimiento de lo que es preciso hacer en nuestro país para conjugar el
desarrollo económico con la erradicación de las desigualdades más aberrantes y la
capacidad de decisión para promover los cambios necesarios. El equipo técnico
que va convocando es una garantía de un próximo buen gobierno. (“Caminante, no
hay camino. Se hace camino al andar” es un famoso verso de Antonio Machado.)
Al terminar el debate, el maestro se despidió mostrando las palmas de las
manos limpias.
Tengo la impresión de que el debate del domingo y el comportamiento del
maestro de escuela en él, bien analizados, dejaron esta sensación a quienes lo
espectaron y no están turbados por la cólera de que un hombre del pueblo,
sencillo y honesto pueda llegar a la presidencia de la República.
(31/5/2021)
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