¡INDIGNAOS! O, SI LO PREFIEREN, ¡INDÍGNENSE!
Por Jorge Rendón Vásquez
Profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Docteur en Droit por l´Universite de Paris I (Sorbonne)
Son cientos de miles, sobre todo jóvenes, que llegan en oleadas a las avenidas y plazas públicas de España, Francia, Bélgica, Israel, Chile y pronto de otros países. Se reúnen en grandes manifestaciones pacíficas, porque los indignan la falta de oportunidades de empleo, la galopante crisis económica, la complicidad de los gobiernos de centro y derecha con ésta, el conformismo de los movimientos antaño contestatarios, y el porvenir para ellos, oscurecido por la incertidumbre y la desesperanza.
Es éste un movimiento muy reciente, aunque en incubación en la mente de los jóvenes desde varios años antes. Un buen día de 2010 bastó una chispa para inflamarlo. Fue un folleto de veintidós páginas (Indignez vouz!) escrito por Stéphane Hessel, un francés judío nacido en Berlín, de noventa y tres años, exalumno de la famosa Escuela Normal Superior de la rue d’Ulm de París y secretario de la comisión redactora de la Declaración de Derechos Humanos, aprobada por las Naciones Unidas, en París en 1948 (que nuestro país ha ratificado y forma parte de nuestro derecho interno).
Stéphane Hessel ha llamado a los jóvenes a la indignación, y ha sido escuchado.
“El motivo de base de la Resistencia (contra el nazismo) —dice— era la indignación. Nosotros, veteranos de los movimientos de resistencia y de las fuerzas combatientes de la Francia libre, llamamos a las jóvenes generaciones a hacer vivir, a transmitir, la herencia dela resistencia y sus ideales. Nosotros les decimos: ¡continúen la posta, indígnense! Los responsables políticos, económicos, intelectuales y el conjunto de la sociedad no deben renunciar, ni dejarse impresionar por la actual dictadura internacional de los mercados financieros que amenazan la paz y la democracia. Les deseo a todos, a cada uno de ustedes, tener un motivo de indignación. Es preciso. Cuando algo os indigna, como estuve yo indignado por el nazismo, entonces uno se convierte en militante, decidido y comprometido.”
Stéphane Hessel convoca, en suma, a los jóvenes a defender el programa de derechos aprobado por el Consejo Nacional de la Resistencia en 1944, y plasmados en el de la Constitución francesa de 1946 y en la Declaración de los Derechos Humanos de 1948.
Es que esta generación, que va de los dieciséis a los treinta años, no cree en los partidos políticos ni, incluso, en la ideología sin renovación de los revolucionarios de antaño. Se sienten traicionados por ellos, o les son indiferentes. Quieren otra cosa. Y tienen razón.
Cuando en la década del ochenta, el neoliberalismo se lanzó a fondo a desmontar el Estado de Bienestar, que había sido el leitmotif del pacto social de la postguerra de 1945, los partidos socialistas se allanaron, teorizaron a favor de esta corriente y la impusieron desde los gobiernos a los que ascendieron con los votos de los ciudadanos que no querían o recelaban de esta corriente. Y fueron tanto o más letales que los partidos de derecha. A excepción del francés—aislado por eso—, los partidos comunistas supervivientes se dejaron seducir también por ella. La mayor parte de teóricos de izquierda en las cátedras universitarias abogaron por el neoliberalismo y su versión de flexibilidad laboral, y los santificaron como un excelente camino hacia la modernidad y el empleo. Veinte años después, las clases trabajadoras europeas habían perdido cerca del veinte por ciento de su participación en el PBI, estaban en peligro de perder más puntos aún y el desempleo las cercaba. Los frutos del pacto social, de la economía social de mercado que ayudaron a implantar y de su trabajo, que los habían provisto de cómodas viviendas, electrodomésticos, buen mobiliario, automóviles, vacaciones en cualquier parte del mundo, seguridad social completa, subsidios de desempleo suficientes para mantener su nivel de vida y excelentes servicios públicos, se desmenuzaban y partían hacia las cuentas de ganancias de los empresarios. Y, mientras tanto, esos teóricos de cátedra: ¡bien gracias! inmunes al desempleo en sus cargos públicos.
La mayor parte de las clases trabajadoras europeas comparte la responsabilidad de sus dirigentes políticos.
Las apoyaron y llevaron al gobierno. Aun ahora, un gran porcentaje de ellas cree en los partidos de derecha a los cuales trasladarán su voto, con la esperanza errónea de conservar ciertos beneficios. Se han apelmazado en la comodidad de su vida desahogada. En Francia, más de un treinta por ciento de los trabajadores se inclina a votar por Martine Le Pen, del ultranacionalista Frente Nacional, por su rencor cerval hacia los trabajadores inmigrantes.
¿Y qué dicen esas clases, cúpulas dirigentes y bases, del ataque de la OTAN a Libia y del financiamiento de los mercenarios y combatientes contra el gobierno de Kadafi? Saben, sin duda, que les seguirá llegando el petróleo para hacer andar sus automóviles y calentar sus hogares en invierno. Como dice un tango de Lepera y Gardel: “Silencio en la noche…”
El movimiento de los indignados en Francia está precedido por otras movilizaciones de la juventud en el siglo veinte.
En mayo de 1968, los universitarios de la Sorbonna salieron a las calles y levantaron barricadas. Las clases trabajadoras los apoyaron. Toda Francia se conmovió. Los universitarios abatieron el régimen de los “mandarines” y lograron la democratización y modernización de la enseñanza; y la CGT suscribió los “Acuerdos de Grenelle”, en los que se reconoció la sección sindical y otros importantes derechos sociales. En 2006, los estudiantes de secundaria y universitarios se lanzaron por millones a las calles contra el contrato de trabajo sin estabilidad que el gobierno derechista de Chirac quería imponerles.
La CGT y FO se unieron a la protesta, y Francia fue paralizada otra vez. El gobierno cedió archivando la ley aprobada. Desde la Revolución Francesa de 1789 las insurrecciones populares, acaudilladas siempre por jóvenes, son temibles para la plutocracia y sus acólitos. Se desbordan de los locales cerrados y arrastran también a los resignados. Y es de prever que esto vuelva a pasar cuando la desregulación y la precarización aumenten la presión y hagan estallar la marmita.
Los jóvenes indignados intuyen que serán ellos las nuevas fuerzas que conduzcan a la sociedad hacia otro estadio.
Pero, ¿a cuál, adónde, con qué caracteres? Ante la epopeya de la revolución rusa de 1917, el poeta Mayakovsky decía: “Silencio oradores, tiene la palabra el camarada mauser”. Los jóvenes tendrán que exclamar ahora: “Silencio oradores, tiene la palabra la camarada ideología”.
Cuando Moisés sacó a los israelitas de Egipto los llevó a caminar por el desierto cuarenta años. Quería la desaparición física de la generación de esclavos conformistas que había liberado, incapaces de pensar en un mundo nuevo y mejor, y conquistar la tierra prometida con una nueva generación sana de espíritu.
Tal vez nuestro pueblo haya de pasar también por este cambio generacional. Pero se requerirá en la juventud, indignación, mucha indignación, audacia y buen juicio para no recaer en las fórmulas del pasado, ahora obsoletas.
((8/9/2011)
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