EL LENIN DE PANNEKOEK Y SUS DIFUSORES PERUANOS
Por Jorge Rendón Vásquez
Hace algunos días, un estudiante de Filosofía y otro de Sociología me trajeron
el libro de Anton Pannekoek Lenin
Filósofo, editado en Lima, en octubre de 2019, por un grupo autodenominado
Dialéctica Editores.
Ilustra la carátula un dibujo de Lenin de perfil en negro sobre un fondo
rojo intenso. La mirada de Lenin es segura y la acompaña un discreto aire
sonriente, como aparecía en los carteles impresos en la Unión Soviética, cuando
lo evocaban como el numen y líder de la gran Revolución de octubre de 1917.
Este Lenin es, sin embargo, vapuleado y apostrofado por el autor y sus
comentaristas, como un deficiente alumno de Filosofía, ignorante del marxismo y
otras expresiones desdeñosas; por ejemplo: “su pretendido marxismo era
simplemente una leyenda. En efecto Lenin ha ignorado siempre lo que es el
marxismo real.” (Pannekoek, pág. 205); “Lenin es un personaje que, con el telón
abajo, se reconoce y autopercibe muy poco conocedor de la filosofía […]
aparenta ser un filósofo desasnado” (Ernesto Makanakuy, pág. 62, quien añade:
“Lenin, en sus periplos berneses fechados precisamente en septiembre de 1914,
aledaño al frío de los Alpes suecos”; se podría suponer que se refiere a la
permanencia de Lenin en Berna, Suiza, muy lejos de Suecia adonde no llegaron los
Alpes; por algo se dice que la ignorancia es atrevida).
Los franceses dirían de esto: Quel culot
¡, cuya traducción menos ofensiva sería qué descaro.
El indicado libro de Pannekoek fue publicado en alemán, en 1938, por el
Grupo de los Comunistas Internacionales de Holanda. Luego hubo otras ediciones
en varios idiomas.
Tuvo como propósito combatir el libro de Lenin Materialismo y emperiocriticismo publicado en ruso en 1908 y
reproducido en otros idiomas luego de la Revolución Rusa de 1917.
Tras ese propósito, el interés central de Pannekoek fue atacar “el sistema
de capitalismo de Estado (que) tomó cuerpo definitivamente en Rusia, no
desviándose en relación con los principios establecidos por Lenin en El Estado y la revolución, por ejemplo,
sino ajustándose a ellos. Había surgido una nueva clase, la burocracia, que
domina y explota al proletariado.” (pág. 89).
Complementó esa afirmación con esta: “Lenin debía apoyarse en la clase
obrera, y como necesitaba proseguir un combate implacable y radical, adoptó la
ideología más extremista, la del proletariado occidental que combatía el
capitalismo mundial: el marxismo” (pág. 203). En otros términos, para
Pannekoek, Lenin fue un simple político oportunista.
“Para poner en claro estas contradicciones que abarcan todos los dominios
de la vida y de las luchas sociales —continuó Pannekoek—, hay que ir a la raíz
de los principios fundamentales, es decir, filosóficos, de lo que estas
corrientes de pensamiento divergentes llaman el marxismo” (pág. 90). Ubicó esa
raíz en el libro Materialismo y
empiriocriticismo, en el que Lenin expuso “sus concepciones filosóficas”
(pág. 90).
Si Pannekoek se preciaba de ser un filósofo, debería haber explicado en
alguna parte de su obra cuál habría sido la evolución dialéctica de la sociedad
rusa antes y después de la Revolución de octubre de 1917; qué términos
dialécticos habrían creado la “nueva clase burocrática” que, como dijo,
“explotaba al proletariado”.
Es en vano buscar respuestas a estas preguntas. No existen en ese libro. Tampoco
hay en este una conexión de sus afirmaciones antedichas con el contenido de las
páginas siguientes.
¿Podría haber dado Pannekoek esas respuestas y explicaciones?
Si se tiene en cuenta su afirmación de que “el marxismo no puede ser una
doctrina o un dogma estéril que impone sus verdades. La sociedad se desarrolla,
el proletariado se desarrolla, la ciencia se desarrolla […] el método de
investigación que (Marx y Engels) forjaron continúa siendo una guía y una
herramienta excelentes para explicar los nuevos fenómenos” (pág. 105), cabría
suponer que él hubiera podido, por lo menos, intentar emitir las razones por
las cuales hacía aquellas afirmaciones. No lo hizo, lo que lleva a colegir que,
como otros pretendidos marxistas, el materialismo dialéctico y el materialismo
histórico no pasaban de ser, para él, conjuntos de frases que estaba bien
declamar o citar, acompañando sus acusaciones o imprecaciones, mas nunca
aplicar a sus realidades concretas para determinar su evolución.
En el examen de Materialismo y
empiriocriticismo, al que le destinó el capítulo VII, Pannekoek utilizó el
mismo método: hacer afirmaciones sin constatarlas. Si bien citó textualmente
varios párrafos de este libro, de ellos no resulta que Lenin se haya
equivocado. En todos Lenin se empeñó en señalar la primacía de la realidad
material sobre el pensamiento, reflejo de aquella, como habían dicho Marx y
Engels.
La causa por la cual Lenin escribió Materialismo
y empiriocriticismo fue combatir las ideas de Ernst Mach (austriaco 1838 -
1916) y Richard Avenarius (francés, 1843 – 1896), quienes, en resumen,
sostenían la incognoscibilidad del mundo exterior al ser humano, porque la
comunicación de este con aquel tiene lugar a través de las sensaciones que podrían,
según ellos, no corresponder a los objetos percibidos. La consecuencia de esta
afirmación era que el mundo exterior podía ser una creación del pensamiento. Se
volvía así al idealismo. Como estas ideas repercutieran en varios intelectuales
del Partido Bolchevique, Lenin consideró negativo ese impacto para la unidad
ideológica de este.
Lenin dijo: “La cuestión verdaderamente importante de la teoría del
conocimiento que divide las corrientes filosóficas no es saber qué grado de
precisión han alcanzado nuestras descripciones de las relaciones de causalidad,
ni si estas descripciones pueden ser expresadas en una fórmula matemática
precisa, sino si la fuente de nuestro conocimiento de estas relaciones está en
las leyes objetivas de la naturaleza o en las propiedades de nuestro espíritu,
en su facultad de conocer ciertas verdades a priori, etc. Eso es lo que separa
para siempre a los materialistas Feuerbach, Marx y Engels de los agnósticos
Avenarius y Mach (discípulos de Hume).” (citado por Pannekoek, pág. 176.)
“El materialismo y el idealismo son sin duda partidos enfrentados —proseguía
Lenin—. El idealismo no es más que una forma sutil y refinada del fideísmo, el
cual, habiendo permanecido con toda su omnipotencia, dispone de muy vastas
organizaciones y, sacando provecho de las menores vacilaciones del pensamiento
filosófico, continúa incesantemente su acción sobre las masas. El papel
objetivo, el papel de clase del empiriocriticismo se reduce enteramente a
servir a los fideistas en su lucha contra el materialismo en general y contra
el materialismo histórico en particular.” (citado por Pannekoek, pág. 209).
En estas citas se ve claramente la preocupación de Lenin. Marx había puesto
al idealismo fuera de combate, y ya no servía como la ideología de las clases
propietarias. Kant y Hegel, los mayores exponentes de la filosofía idealista,
habían recalado finalmente en la existencia de Dios como el origen de todo
cuanto existe, una idea que no tiene su fuente última en la Filosofía, sino en
la fe, en la cual se basan las religiones. El cristianismo había reinado en la
mente de casi toda la población occidental desde su imposición como la religión
oficial y única del Imperio Romano por el edicto de Tesalónica de 380 hasta que
fue apartada del Estado por la Constitución de los Estados Unidos de 1787 y la
Revolución Francesa de 1789. Después, al frente ideológico del capitalismo le
quedaron como sus bastiones más firmes la religión católica impartida desde el
Vaticano y la religión protestante difundida desde varios centros oficiales.
Erosionar al marxismo con una intrusión fideista entraba en la estrategia de la
superestructura ideológica capitalista.
Luego de las aserciones filosóficas de Marx, la mayor parte de la intelectualidad
universitaria se había hecho inmune al idealismo, pero no del todo al
espiritualismo que seguía rondando en la mente de las mayorías populares, no
sólo en los países de la civilización occidental, sino en los musulmanes y
otros. Su fuerza ha sido tal que Rusia, por ejemplo, luego de siete décadas de
gobierno del Partido Comunista y con una educación que se suponía era materialista,
está ahora tan sometida a los popes ortodoxos como antes de la revolución de
1917 o más, y es capitalista.
A Pannekoek se le ha configurado como un marxista consejista, es decir
partidario de la conformación de consejos obreros (soviets
en ruso), por oposición a un gobierno centralizado socialista. Por lo que se
supo de su vida posterior, esa fue nada más que una invocación a los obreros a
formarlos ¿dónde? ¿cuándo? Nunca los promovió en Dinamarca, su patria, en la
que, finalmente, radicó ejerciendo su profesión de astrónomo.
Como colofón, permítame el grupo de estudiantes universitarios editores del
libro de Pannekoek una recomendación: deberían volver la mirada hacia nuestra
realidad, a esta realidad peruana de todos los días, y tratar de identificar en
ella los términos dialécticos que determinan su evolución, tanto en la
estructura como en las superestructuras. Sería una tarea consecuente con el
marxismo y necesaria para explicar lo que nuestra sociedad es, por qué es así,
y hacia donde va.
(Diciembre de 2019)
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