SENTIDO
DE LA PROTECCIÓN Y SEGURIDAD SOCIAL EN SUS RAÍCES
Martín
Fajardo Crivillero
Past
Decano de la Facultad de Derecho UNMSM.
En: Revista Docentia et
Investigatio (2001)
"No tenemos
personalidades vigorosas, pensamientos profundos ni sentimientos que irradien
al cuerpo social, pero sí es corriente el ejemplo de individualidades
irreductibles, intransigentes y absolutamente impermeables a las ideas y a los
sentimientos unificadores."
Víctor Andrés Belaunde
En el diseño de este taller,
sobre "450 años de aporte jurídico de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos", y la proyección sobre los alcances y su contenido, vienen a la
memoria una serie de rostros de maestros protagónicos, cuyas obras han
construido de manera imperecedera toda una base cultural, durante cuatro siglos
y medio. No se podría, lógicamente, inventariar en forma cronológica ni citar a
todos ellos, porque resultaría siempre parcial y arbitrario, además de
interminable. Acuden sin embargo a la mente la figura de profesores queridos
que influyeron decididamente en la formación y el desarrollo de nuestra profesión,
a quienes conocimos directamente y, se podría decir, muy cordialmente. Son
ellos, por ejemplo, los maestros José León Barandiarán, Ulises Montoya
Manfredi, Mario Alzamora Valdez, Max Arias, Schereiber Pezet, Jorge Eugenio
Castañeda, René Boggio Amat y León, Raúl Porras Barrenechea, Manuel G. Abastos,
Carlos Bambarén, Domingo García Rada, Félix Portocarrero Olave, Luis Bramont
Arias, Máximo Cisneros Sánchez. Somos conscientes de que estamos dejando, sin
quererlo, muchos nombres en este intento de remembranza generacional. Fue, por
ejemplo, el Dr. Jorge Ramírez Otárola quien, imbuido de los temas de orden
social, me sugirió, en el tercer año de estudios (1957), la elaboración de una
tesis sobre Las Alocacíones Familiares, para graduarme como bachiller en
derecho. Y fue él, junto con el maestro Carlos Rodríguez Pastor, quienes,
personalmente —recuerdo con gratitud—, aprobaron el diseño y la elaboración paulatina
de la tesis, que posteriormente habría de tener algún mérito. No se puede dejar
de considerar, también, el inmenso aporte jurídico de los profesores y mejores
amigos, como los Dres. Carlos Marti Bufill, Ricardo La Hoz Tirado, Ricardo
Nugent López-Chávez, Guillermo Gonzáles Rosales, José Samanéz Concha, Guillermo
Figallo Adrianzen, con quienes, entre muchos más, compartimos labores comunes
sobre las parcelas del Derecho Laboral y de la Seguridad Social que, desde
aquel entonces, ha constituido nuestro quehacer diario y nuestro derrotero
preñado de aspiraciones, en bien de la colectividad, uno de cuyos tópicos
abordamos en esta ocasión, como para dejar hundido en el tiempo la germinación
de una semilla que, hoy en día, es una realidad viviente, consistente en la protección
social desde sus inicios, es decir, desde los albores preliminares de
civilización.
La protección en los tiempos
primitivos
No resulta difícil imaginar
que, en la base de la historia de la humanidad, el hombre primitivo[1] se cobijó en las cavernas,
acopiando materiales a su alrededor, recolectando alimentos, medroso, aislado,
recelando de todo y de todos, llevando una vida individual, nómada y otras
veces estacionario. Posteriormente habría de juntarse con otros hombres y,
luego, vivir en familia. Fue a partir de algún momento en que se da cuenta que
la acción recíproca e instintiva entre familias, grupos u hordas, lo robustece
y le da confianza. Su finalidad principal entonces habría sido luchar contra
las adversidades de la vida humana, practicando obras de ayuda conjunta. Merced
a este criterio innato logró aliviar en parte las desgracias que afligían a su
persona y los grupos, evitando acudir a la caridad o ser un menesteroso
depredado. Después, fueron los pueblos comerciantes de la antigüedad quienes
practicaron diversos sistemas de previsión para defenderse de los riesgos por
venir.
Los pueblos hebreos (pastores
y nómadas) practicaron una especie de ayuda mutua respecto a las pérdidas de
ganados que podrían sufrir, aunque también servía como medio de defensa y ayuda
en la enfermedad.
Así, según dan cuenta diversos
investigadores, parece haberse practicado la ayuda mutua en Palestina, entre
los hebreos, pues el tratado "Baya Cama", que es el Talmud
Babilónico, al describir la vida social del pueblo hebreo ya durante el período
comprendido entre los años 356 y 425 de nuestra era, revela que en esa época
existían asociaciones de mutualidad entre las caravanas de mercaderes para el
seguro del ganado asnal.
En los antiguos imperios de
Egipto y China, estos tipos de asociación, de carácter económico, tenían a su
vez un carácter religioso, y entre sus finalidades principales tenían la de
luchar contra los elementos devastadores, como defensa personal en caso de ser
atacados, y de ayuda cuando sus asociados se encontraban enfermos o se les
presentaba la muerte.
En la Grecia antigua existían
las asociaciones benéficas tituladas eranai, que quiere decir "cotización",
y cuya finalidad era el socorro a sus asociados en forma de asistencia mutua.
Para ello se exigía a los socios pudientes que prestasen su auxilio en favor de
los desvalidos y con la aportación, de éstos y las cuotas que pagaban los
asociados, se formaba el fondo de socorro de la asociación. También existieron
en Grecia las asociaciones denominadas maestrías o hetairas, cuyos miembros se
comprometían a protegerse recíprocamente en casos de procesos, persecuciones, enfermedades,
indigencias, o en casos de muerte. Las sociedades llamadas sinedrias tenían
finalidad análoga.
En Roma, de aquella época,
existían las saladitales o colegios opificum, instituciones análogas a nuestros
antiguos gremios, de las que se supone éstos tuvieron su origen. Estas
instituciones estaban formadas por artesanos, quienes recibían asistencia,
seguridad y protección de ellas, mediante la constitución de un fondo nutrido
de las subvenciones del Estado, ingresos procedentes de beneficios de ciertos
trabajos, y de herencias de los socios muertos ab intestato (sin testamento).
En la Edad Media
El mutualismo fue la base de
todas las instituciones de seguro de la Edad Media. Los comerciantes que tenían
que enviar sus productos a lugares remotos o países lejanos, para no correr
peligros comunes celebraban pactos o convenios para el mutuo auxilio e
indemnización. Estos pactos de protección se perfeccionaron más tarde y dieron
lugar a la aparición del seguro. Los socorros mutuos fueron desarrollados en
casi todos los países europeos por medio de las guildas y cofradías.
Las cajas funerarias fueron
creadas en el antiguo imperio bizantino para socorrer en caso de muerte a los
familiares de sus asociados. Dichas cajas tuvieron gran significación y fueron
desarrolladas hasta la aparición del régimen gremial que creó las guildas, que
desarrollaron esta misma finalidad.
Las guildas o gildas (de las
voces alemana gelten o gelt o helt, que significan deuda o sacrificio), fueron
instituciones que se establecieron para la mutua ayuda y protección de los
individuos que las integraban, especialmente en los casos de muerte y
enfermedad. Tenían un carácter religioso y social, y cada guilda tenía una
capilla donde celebraban misa, y servía a la vez para la reunión de los socios
en el día del santo patrón. Existieron tres tipos de estas hermandades: la
social (o de paz), la mercantil y la de comercio. Todas desarrollaron una gran
labor de previsión y de solidaridad. La especie de seguro que tenían
establecido, para los casos citados, no tenía bases técnicas, sino que era
calculado según sus posibles necesidades.
A principios del siglo XIII,
por transformación o evolución de las guildas, nacieron unas asociaciones que
se denominaron maestrías y jurados en Francia, artes en Italia, zanco
hermandades en Alemania y cofradías en España. Estas asociaciones protectoras
de carácter religioso e industrial tenían también su capilla, su patrono y su
cofradía, que era una verdadera sociedad de protección mutua para los casos de enfermedad,
invalidez, entierro, dote de doncellas, etc.
En los tiempos modernos
Los fondos mutuales en forma
de sociedades de amparo grupal, adquieren un gran desenvolvimiento desde los
comienzos de la edad moderna, debido a que los gobiernos de todos los países,
principalmente los europeos, se preocuparon de la situación en que podían
quedar los obreros llegado el momento en que, por alguna razón, no estuvieran
aptos para el trabajo, y la suerte que correrían sus familiares (esposa, hijos
o padres) por consecuencia del fallecimiento de aquéllos.
En Francia, la existencia
legal de estas asociaciones fue reconocida por ley de 15 de julio 1850 y decreto
de 2 de marzo de 1852. En virtud de estas normas las mutualidades gozaban de
una subvención del Estado, a razón de un franco por cada asociado, y un año de
existencia de la sociedad, sí es que éstas cumplían fines de socorros de
enfermedades y de vejez, y de medio franco si sólo tenían establecido uno de
los socorros. En un principio dichas sociedades de socorros mutuos francesas se
limitaron a proporcionar a sus miembros la asistencia médica y medicamentos en
casos de enfermedad. Más tarde se instituyó la clase de socios honoríficos, al
lado de los beneficiarios, sin derecho a participar de los socorros. Y, por
último, se crearon las uniones departamentales, como la Federación Nacional
Mutualista, con un Consejo de 50 miembros, que realiza estudios sobre el
mutualismo, organiza los servicios, celebra congresos, etc. En el año 1819
contaba Francia con 9,414 sociedades de socorros mutuos, con cerca de millón y
medio de asociados y en 1990 aumentaron a 10 897, con dos millones y medio de
asociados.
De acuerdo a las leyes belgas
las sociedades mutualistas se dividían en reconocidas y libres. Las primeras
gozaban de beneficios por parte de Estado y las segundas eran consideradas como
asociaciones civiles sin ningún privilegio. En 1910 habían 6,760 sociedades
mutualistas reconocidas y 800 libres, las que realizaban el mismo objetivo que
las francesas, pero más tarde ampliaron sus finalidades. Las asociaciones
mutualistas de carácter religioso han hecho en Bélgica grandes progresos, y el
mutualismo se ha desarrollado de tal modo que puede decirse que, antes de 1914,
aparecía practicado por más del 40% de la población belga. Según las
estadísticas de 1932 el número de afiliados a las uniones existentes en Bélgica
era el siguiente:
- Unión Nacional de
Federaciones de Mutualidad Socialista, 547 270.
- Alianza Nacional de
Mutualistas Cristianas, 389 511.
-Unión Nacional de las
Mutualidades Neutras, 184 542.
- Unión Nacional de Federaciones
Mutualistas Profesionales, 94 459.
-Liga Nacional de las
Mutualidades Liberales, 72 816.
En el año 1933 se realizó en
Portugal una propaganda, apoyada por el gobierno y las autoridades municipales,
para la divulgación de las ventajas de la afiliación a las sociedades de apoyo
y socorros mutuos. Se dieron conferencias en escuelas y universidades. Según
las estadísticas oficiales, en esa fecha contaban las sociedades de socorros
mutuos con 566 294 afiliados, con reservas por 224 millones y medio de pesetas,
y habiendo concedido los siguientes beneficios:
pesetas
-Asistencia médica 2 688 900
-Medicamentos 6 198
583
-Subsidios enfermedad 1 686 246
-Gastos de funerales 18
392 709
En Italia estas asociaciones
de protección aparecen como las más antiguas, con el nombre de "Unión
Fiados Tipográfica de Lurín", fundada el 22 de junio de 1738. Por virtud
de la ley del 15 de abril 1886, fue reconocida la personalidad jurídica de las
sociedades mutualistas, que se clasificaban en reconocidas y libres, con idénticos
privilegios a los establecidos para las asociaciones francesas. Estas
sociedades de ayuda mutua comenzaron a desarrollarse en la segunda mitad del
siglo XIX. En 1904 existían 6635 sociedades con un millón de asociados. Hasta
la aparición del sindicalismo fascista, las mutuas no tuvieron gran importancia,
pero los sindicatos reconocieron el valor moral y profundo de la mutualidad, y
por esto la colocó en primer término entre las cuestiones que se proponían
llevar a la práctica. Se realizó entonces una intensa actividad para la
constitución de cajas mutuas, obteniendo también que los patronos contribuyesen
a la vida de estos nuevos organismos. De esta forma, en el transcurso de pocos
años, se realizó en Italia a favor de los trabajadores y de sus familiares, un
completo seguro contra las enfermedades, que tantos millones de trabajadores lo
precisaba, y que en otras naciones no ha sido llevado a la práctica.
En Alemania las mutualidades
de seguros primitivos se orientan en forma cooperativa. A comienzos del siglo
XIX el comerciante Arnoldi, en Coyha, creó la mutualidad de seguros de la forma
actual, que todavía subsiste, y desde entonces encontró muchos imitadores.
Antes de la guerra del 14 existían mutualidades aplicadas a todos los riesgos,
pero al terminar la guerra gran parte de ellas se convirtieron en sociedades
anónimas.
En Alemania las sociedades de
socorros mutuos estaban muy extendidas, y eran de varias clases:
a) Cajas de fábricas, a las
que contribuyen los patronos.
b) Cajas de corporación y de
minas, verdaderos sindicatos profesionales de carácter nacional.
c) Cajas locales, que abrazan
varios oficios.
d) Cajas de construcción de
casas para obreros y cajas municipales.
Inglaterra ocupa, sin duda
alguna, el primer puesto entre las naciones que ha regulado el sistema de las
mutualistas. De las más antiguas tenemos la de Sntot. Allí existían las
"Friendly Societies", que eran verdaderas sociedades de socorros
mutuos, así como las "Ancientorden of Forester", con 600 000 socios,
las "Manchester Daltyof Old Flelloes", con 750 000 socios. Las
asociaciones mutualistas inglesas eran de dos tipos: sociedades de amigos y los
"Trade Unión". Las primeras alcanzan un gran desarrollo en el siglo
XIX, a las que pertenecieron los dos tercios de la población inglesa.
Los objetivos de estas
instituciones son diversos y sus resultados estupendos. Estas sociedades se
unen por declaraciones que se extienden a las colonias y al extranjero. Y las
segundas, tienen el carácter de sociedades obreras de defensa profesional. Durante
el apogeo del liberalismo las asociaciones mutualistas fueron vistas con
desconfianza y hasta perseguidas por el Estado. Es que bajo la apariencia de
tales se escondieron no pocas compagnonages de artesanos, prohibidas como es
sabido en Francia, lo mismo que las corporaciones de oficios a partir de la ley
de Le Chapelier.
En la actualidad, el
mutualismo, aún cuando se encuentra muchas veces, despojado de toda idea religiosa
y de sentimientos piadosos, constituye el fundamento del espíritu de
solidaridad y en el principio de la más absoluta libertad; pero, aunque, como
se ha visto, si bien en la antigüedad y en la edad media estuvo estrechamente
ligada a los trabajadores, hoy reúne su mayor clientela entre los pequeños productores,
comerciantes, empleados y ahorristas.
Del Seguro Social a la
seguridad social
En su evolución, de una u otra
forma, las asociaciones de protección social, espontáneas y sin fines de lucro,
dieron nacimiento al seguro mercantil, que se instaló ya con bases estudiadas y
técnicas, con carácter fiduciario y con la finalidad abierta de hacer
ganancias, y que continúa aún en un funcionamiento tan necesario para cubrir
los riesgos y necesidades de quienes desean y pueden pagar las primas. Fue, sin
embargo, Bismarck (el Canciller de Hierro), quien en la Alemania de 1881
concibió la idea de armar por primera vez el Seguro Social Obligatorio para los
trabajadores obreros, bajo los parámetros fundamentales del seguro privado,
pero en base al esfuerzo y a la concurrencia solidaria de los trabajadores, de
sus empleadores y del Estado.
Como aglutinación y
coordinación de los seguros sociales, se instauró la Seguridad Social, de base
más ancha y vigorosa, y siempre con carácter humanista, mediante el Plan
Beveridge de 1942, para la reconstrucción de Inglaterra de la postguerra, no ya
únicamente para la cobertura de las contingencias y riesgos de los
trabajadores, sino a favor de todas las personas en general, bajo las premisas
de la universalidad, solidaridad, unidad, etc., según la cual, en la
colectividad, todos aportan y todos se benefician.
Esta es la idea prevaleciente
que hubo siempre, tanto en las etapas primarias del hombre como en la
colectividad actual, y que seguirá perviviendo en todo ser humano, como un
llamado natural a la realización de su propia esencia. Es que el concepto de
solidaridad es una cultura de unión, adhesión, concordia, que denota solidez,
hermandad y fraternidad de las personas para alcanzar un objetivo común
—dejando de lado el egoísmo individual, de las etapas primarias de la civilización—,
con los lemas tan conocidos de "la unión hace la fuerza" y de
"uno para todos y todos para uno". Es posible, a través de estas
instituciones, contribuir a aminorar la nueva pobreza —que en su despliegue
cada vez mayor y su sobre dimensionamiento, pareciera devorar al mundo, en
breve— asumiendo para ello las cargas normales que nos imponen la necesidad y
el deber de vivir en sociedad.
Augusto Comte dice, por eso:
"Nacemos cargados de obligaciones de toda clase para con la sociedad.
Debemos por tanto pagarlas. Quienes lo hacen voluntariamente, que no se vayan a
imaginar —como se les ha dicho hasta ahora— que lo realizan en un acto de
liberalidad: que no se comparen a ese rico del Evangelio que pagaba porque era
bueno. ¿Por quién se debe pagar?: por todos aquellos que, en lugar de haberse
beneficiado con la solidaridad natural del hombre, han padecido por causa de
todos aquellos a quienes, con tanta propiedad, se les llama desheredados de la
fortuna"[2].
La sociedad actual y, por
ende, la Seguridad Social, sin embargo, ve atenuados sus lazos de protección, o
tal vez de desprotección, por los factores demográficos y, además, por la
incidencia del desempleo, el crecimiento económico, el papel del Estado, el
individuo y de las empresas, el nivel de las prestaciones y la edad de acceso a
las mismas, conforme lo percibe la OIT[3].
Como consecuencia de
estos vectores, surgen los cuestionamientos a los mecanismos que la Seguridad
Social utiliza, tanto en materia de salud como en pensiones, y así aparecen, en
especie de sustitutos, ciertas entidades de protección parcial y meramente
previsionales (EPS, AFP) que violan flagrantemente los principios básicos que
lo sustentan, v.gr. el de coparticipación de los trabajadores en el gobierno de
sus instituciones, el reemplazo del criterio de solidaridad y la exclusión
abierta de los pobres, por la sola razón de que éstos, a pesar de ser también
personas humanas, no pueden aportar a sus ganancias. A causa de esta corriente
de individualismo y egolatría hay ahora cerca de 160 millones de
latinoamericanos subsistiendo con menos de dos dólares diarios. Este colectivo
viviente no es atractivo, obviamente, para los seguros privados, pero sí lo es
para la Seguridad Social, por ser sus objetivos ineludibles la protección y
promoción colectiva[4].
Es así como una materia de
orden social ha sido transferida a la administración privada, en la que no
participan y no pueden controlar los aportantes o beneficiarios[5]. Como es evidente, no
procura tampoco, esta forma de administración, la capitalización social sino la
capitalización privada, donde el sistema de reparto no se produce, como debiera
ser, entre los aportantes, sino en una especie de choice partie hecho sólo por
el ente administrador.
[1] En los principales pasos de la
humanidad, la historia da cuenta que el orrorín tungenensis, hallado en la
región de Boring, Kenia, en octubre del 2000, data de 6 millones de años.
[5] Informe sobre Derechos
económicos, sociales y culturales en el Perú. Elaborado por la Coordinadora
Nacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU, el 28-4-1997,
parágrafos del 6 al 9.
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