LA UNIVERSIDAD:
FUNCIONES
Por Jorge
Rendón Vásquez
La universidad
se ha convertido en una institución esencial de la sociedad, a tal punto que
esta sería impensable sin ella. La causa: la universidad es la memoria de la
sociedad y de sus conocimientos y el centro de formación de los cuadros que
dirigen y controlan el funcionamiento de la estructura económica y las
supeestructuras política, jurídica y cultural.
Las funciones
de la universidad son fundamentalmente tres: 1) la formación de esos cuadros o
profesionales; 2) la generación de la nueva clase profesional; y 3) la
promoción social.
La primera de
ellas, reconocida por la ley, es la más importante, como se acaba de ver. Las
otras se derivan de aquella y son, más bien, sociológicas. En cuanto a la
segunda, si bien la casi totalidad de los profesionales universitarios prestan
sus servicios laborales en relación de dependencia y por una remuneración, como
sucede con los obreros y empleados, sus elevadas funciones en los aparatos
productivo y estatal los separan de estos como un grupo diferenciado con los
caracteres de una nueva clase social, distinta también de la pequeña burguesía
cuya característica es la tenencia de un capital invertido en pequeñas empresas y la explotación de fuerza de
trabajo asalariada. La promoción social es la elevación en la escala de las
clases sociales. Como solo con los miembros de sus familias la clase
capitalista no podría proveer el número de estudiantes universitarios requeridos
para cubrir su necesidad de profesionales ha debido permitir que accedan a la
universidad estudiantes originarios de otras clases sociales, en un primer
momento de la pequeña burguesía y luego de las clases trabajadoras. Este
ascenso han cambiando la composición de la burocracia estatal, devenida
tecnoburocracia, y le ha transferido gran parte del poder de mandar en la
sociedad.
Las funciones indicadas
de la universidad se han definido y universalizado desde mediados del siglo XIX
a consecuencia del desarrollo de la civilización industrial y del capitalismo.
Las empresas no solo requirieron obreros para el manejo inmediato de los medios
de producción y cierto número de empleados para el apoyo en las tareas de oficina.
Necesitaron también cuadros técnicos para planear, dirigir y controlar la
producción y circulación de las mercancías, cuadros que no podían formarse ya en
el trabajo, como había acontecido con los operarios y maestros de los talleres
artesanales en las edades media y moderna. A esta necesidad se asoció la
exigencia del aparato estatal de contar con un personal jerárquico con
conocimientos especializados para el suministro de servicios públicos cada vez
más diversos y generalizados. En uno y otro ámbito, esos cuadros tenían que
formarse en centros de alta especialización que el capitalismo concentró en las
universidades.
Fue normal que
así sucediera. En la contradicción entre relaciones de producción —la
estructura capitalista— y los medios de producción, el elemento más dinámico
son estos medios, y más concretamente los instrumentos de producción. Este
dinamismo, que es su manera de evolucionar, perfeccionarse y dar lugar a nuevos
instrumentos y procedimientos, obedece casi totalmente a la formación e
investigación por las universidades y al trabajo de los egresados de estas como
un proceso inmanente a la evolución de la estructura económica y las
superestructuras.
El origen de la
universidad va, sin embargo, más allá de la Revolución Industrial de la segunda
mitad del siglo XVIII. Se remonta a la Academia creada en Atenas por Platón (427
a 327 a.C.) para la enseñanza de su filosofía. Luego de la muerte de este, su
discípulo Aristóteles (384 a 322 a.C.) fundó, también en Atenas, el Liceo al
que le atribuyó la función de difundir los conocimientos científicos y
culturales de su tiempo que él compilaba y sistematizaba. El Liceo llegó a
tener unos 2000 alumnos. La Roma de la Antigüedad no aportó algo que se
igualase al Liceo. Y después vino la larga noche medioeval, dominada por la
dogmática acientífica de la Iglesia Cristiana que hacia el año 1,000 solo pudo
ofrecer las escuelas catedralicias para la enseñanza del Trivium y el Cuadrivium.
Apartándose del imperialismo cultural religioso, el jurista y monje Irnerio
fundó en la ciudad de Bolonia, en 1088, la primera universidad y la dedicó a la
enseñanza del derecho sobre la base de la recuperación del Corpus Iuris
Civilis que había sido compilado por disposición del emperador Justianiano
(527 a 565). Los trabajos de Irnerio y los juristas que lo acompañaron como
profesores se plasmaron en glosas anotadas en los márgenes de los pergaminos
que contenían las reglas jurídicas romanas, razón por la cual se les llamó los glosadores.
Esta universidad fue denominada mucho después Universitá degli studi di
Bologna y es una de las más importantes de Europa.[1]
A semejanza de
la de Bolonia, a mediados del siglo XIII, fueron creadas las universidades de
Paris, Oxford y Salamanca, principalmente para la enseñanza de la Teología y el
Derecho. Siguieron otras. En América la primera universidad, fue la de San
Marcos, fundada el 12 de mayo de 1551. En 1810 fue creada la Universidad de
Berlín, denominada desde 1949 Universidad de Humboldt en honor al gran
naturalista e ideólogo del progreso de las ciencias y la libertad, Alexander
von Humboldt.
Por las
necesidades del capitalismo y el desarrollo de las ciencias, muchas
universidades europeas y de Estados Unidos tuvieron adaptar sus enseñanzas con
rigor, precisión y disciplina para formar los enseñantes y los profesionales requeridos
y, al mismo tiempo, se empeñaron en la investigación. A comienzos del siglo XX,
los países capitalistas con mayor desarrollo competían también en formación
profesional universitaria basada en un nivel de conocimientos de los profesores
cada vez más elevado y en la exigencia y severidad de los estudios. Este
proceso se repitió en otros ámbitos. En Japón, para impulsar el desarrollo del
capitalismo, tras la revolución Meiji, en la segunda mitad del siglo XIX, el Estado tuvo que enviar a
decenas de miles de sus estudiantes a formarse profesionalmente en las
universidades europeas. Algo similar sucedió en China luego de las
transformaciones impulsadas por Deng Xiaoping, a fines de la década del setenta
del siglo pasado: una de las cuatro transformaciones fue la de la educación y,
en particular la de la universidad, y para llevarla a cabo se colocó en las
universidades norteamericanas y europeas a miles de estudiantes. Sin la
participación de los profesionales formados tan estrictamente no se podría
explicar el enorme crecimiento económico de Japón y China.
A medida que el
siglo XX avanzaba, la brecha entre el nivel de las universidades europeas,
norteamericanas y japonesas y las universidades de los países menos
desarrollados se fue haciendo abismal.
En los países
de América Latina, herederos de una economía feudal, la universidad se fue
quedando con el espíritu discriminatorio de los tiempos de la dominación
hispánica y portuguesa: los indios, mestizos y otras gentes de color no podían
ingresar a ella, y vivió sumergida en el atraso y lenidad correlativos con un incipiente
desarrollo capitalista. La Reforma Universitaria de Córdoba, de 1918, expresó
la reacción de los estudiantes procedentes de la burguesía y la pequeña
burguesía contra este modelo de universidad. Las pocas universidades de América
Latina que figuran en el ranking mundial en niveles aceptables tuvieron que
formar a sus profesores en universidades de los países económica y
culturalmente más desarrollados y adoptar los métodos de estas. Tales son los
casos de la Universidad Nacional Autónoma de México, de la Universidad de
Buenos Aires, de las universidades Federal de Río de Janeiro y Estadual de Campinas de Brasil, y
algunas otras.
Es evidente que
en el Perú muy pocos han reparado en las causas del atraso de las universidades
aquí y, más aún, se podría decir que a la mayoría no le importa. Para la mayor
parte de sus profesores, su trabajo se rige por una autonomía personal hecha
dogma que les permite enseñar lo que quieran y como quieran, sin textos de
estudio propios o de otros y con bibliotecas famélicas o inexistentes. Para los
alumnos el interés que domina la conducta de muchos, sacralizada como
reivindicaciones, es la posibilidad de aprobar las asignaturas de la manera más
fácil y sin esfuerzo, deslizándose como por un tobogán hacia el cartón
profesional. Para los dueños de universidades privadas, el interés es la
obtención de ganancias fáciles, rápidas y exoneradas de impuestos. Y todos
estos componentes conviven armónicamente.
Los
legisladores de derecha, centro e izquierda parecen estar de acuerdo en la
pervivencia de este modo de ser de las universidades peruanas, lo que es del
todo normal, puesto que el alma mater de la mayor parte de ellos es
alguna de esas universidades. Los demás, que no pasaron por ellas, ni sospechan
que ese modus vivendi y operandi es como una pesada ancla para
nuestro país.
(Comentos,
28/11/2021).
[1] El autor tiene el honor de ser el primer profesor de
Derecho del Trabajo de América Latina invitado a dar conferencias en esta
Universidad, en 1992 y 1999.
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