Ley General del Trabajo: otro “Milagro en Milán”
Por Jorge Rendón Vásquez
Profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Empiezan a aparecer de nuevo en algunos diarios los comunicados de ciertas organizaciones sindicales clamando por una Ley General del Trabajo, adobados con las declaraciones de algunos oficiosos abogados, como gritos lanzados al viento de una multifacética opinión pública, seducida por sus heteróclitas distracciones. El detonante de esta nueva edición de una campaña que comenzó en 2001 ha sido un proyecto de Ley General del Trabajo elaborado por una comisión integrada por seis abogados, de los cuales tres son consumados asesores empresariales y tres amigos de aquéllos. También la CGTP estaría elaborando un proyecto. Por lo tanto, con el que se encuentra en la Comisión de Trabajo del Congreso de la República, son ya tres los proyectos en juego.
Si se les preguntara a los dirigentes de las centrales sindicales ¿cuál de esos proyectos les gusta?, la respuesta sería, sin duda, el presentado en el Congreso por la bancada fujimorista, lo que es obvio, porque lo consensuaron en el 85% de su articulado. Como lo he demostrado con un estudio puntual, este 85% repite en su mayor parte los cambios en la legislación laboral efectuados durante la década del gobierno de Fujimori, negativos para los trabajadores. En una carta abierta invité a los dirigentes de la CGTP a responder un pliego de preguntas sobre los aspectos de ese proyecto consensuados por ellos. Nunca lo absolvieron.
¿Por qué los dirigentes de las centrales sindicales se aferran a la postulación de una Ley General del Trabajo?
No, porque los motiven los aspectos académicos, históricos y de conveniencia para los trabajadores de un cuerpo legal de esta magnitud.
La impresión suscitada por su empecinamiento remite a su frente interno.
Por definición de la doctrina y de las normas internacionales básicas, la organización sindical tiene como fines la defensa de los derechos y la promoción de los intereses de los trabajadores. La inveterada práctica histórica del sindicalismo muestra que esta defensa y promoción no se traducen en un difuso clamor de “justicia social” (con todo lo equívoco de esta expresión), sino en planteamientos y acciones concretos. Y los partidos políticos de composición obrera, en los países industrialmente más adelantados, han educado a sus dirigentes sindicales en esa escuela de necesidad objetiva. La consecuencia de su modelo estratégico ha sido ganar, por acumulación obstinada, los derechos que conforman el estatuto contemporáneo de normas laborales y de seguridad social de las clases trabajadoras, en cada país, según la correlación de fuerzas económicas, sociales y políticas. Cuando las cúpulas sindicales en varios de esos países, bajaron la guardia, confiando en las promesas electorales de los partidos socialdemóratas, e incluso de los partidos conservadores, les fue mal. Perdieron una parte de los derechos por los que tan penosa y tan largamente habían luchado. Actualmente, por ejemplo, en España, el Partido Popular (se llama Popular, pero es conservador) ya ha cambiadoin peius para los trabajadores varias normas de importancia. Los dirigentes de dos centrales sindicales históricas protestan, aunque sabían que esto vendría con la mayoría electoral del Partido Popular, alcanzada con no menos del 30% de votos de trabajadores, esperanzados en mantener sus ventajas y empleo con este partido.
En nuestro país, la noción de necesidad objetiva parece ser aún ajena a la inmensa mayoría de trabajadores, desconocimiento que se explaya como un campo de Agramante para las cúpulas sindicales y los innumerables grupos llamados de izquierda y los partidos de centro y derecha, que pescan allí un buen número de votantes. El reclamo de una Ley General del Trabajo por los dirigentes de las centrales sindicales encaja en esta manera de ser. En lugar de dirigir la acción sindical con planteamientos específicos hacia el cambio de las normas laborales y de seguridad social de la década fujimorista, más perjudiciales para los trabajadores, se empeñan en convencer a sus representados de que una Ley General del Trabajo cambiará de golpe todo lo malo de la legislación laboral. Todo o nada. La fuerza concentrada sobre un punto de apoyo puede mover enormes pesos, uno cada vez, como lo demostró Arquímedes hace más de dos mil trescientos años. La fuerza diluida es impotente. No me parece que ignoren esta ley elemental con múltiples expresiones en la vida cotidiana. Tampoco desconocen que la composición actual del Congreso de la República es adversa a la restitución de los derechos perdidos por los trabajadores y que, por el contrario, se inclinaría a favorecer a los empresarios.
¿Cuál sería, entonces, la razón de ser de su extraña táctica?
En 1951, Vittorio de Sica y Cesare Zavattini realizaron la extraordinaria película satírica del neorrealismo italiano “Milagro en Milán”. Relata la vida de un grupo de pobladores marginales que viven en una barriada de la cual son desalojados por el propietario de la tierra. Su improvisado líder, un joven católico un tanto ingenuo y de buen corazón, los conduce a la Piazza y allí, montados en escobas, alzan vuelo y se van al cielo a través de las nubes que cubren la ciudad, entonando, felices, una hermosa canción.
La fantasía puede tener efectos sedantes. La explotación podría ser más soportable por los trabajadores si se convencieran de que pueden irse al cielo, donde los esperaría una Ley General del Trabajo, como un decorado de abundancia y éxtasis.
(13/3/2012)
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