miércoles, 2 de febrero de 2022

¿HAY SOLIDARIDAD EN EL PERÚ? - Por Jorge Rendón Vásquez

 



¿HAY SOLIDARIDAD EN EL PERÚ?

Por Jorge Rendón Vásquez

 

Desde que You Tube comenzó a generalizarse en el mundo, en el año 2005, las filmaciones de animales salvajes también se popularizaron.

Los camarógrafos se ubican en las praderas del África o dejan sus filmadoras en ciertos sitios, y captan la vida de las manadas de animales herbívoros y la de los animales que se alimentan de ellos, cacerías verdaderamente crueles que luego han sido ofrecidas a turistas que, desde la seguridad de los vehículos a doble tracción de las empresas organizadoras de estos safaris, gozan con estos espectáculos y los filman. Ernest Hemingway adoraba internarse en las praderas africanas para darse el gusto de matar con un fusil provisto de mira telescópica a cuanta fiera caminaba a lo lejos ignorante del peligro, y escribió varios libros ambientados en esos lares. El presidente de Francia Giscard d’Estaing era también un amante de la caza en las excolonias de Francia en el África. Cierta vez, en un programa cómico de la televisión francesa, se dijo que cuando le preguntaron cuántos animales había cazado él respondió algo así como tres leones y cuatro panús. El entrevistador extrañado le pidió que le aclarara que eran los panús. Y el respondió: unos animales oscuros que gritaban panú, panú (en Francés: panú es la pronunciación de pas nous: nosotros, no).

La conducta normal de los animales atacados por los depredadores es partir a toda velocidad; los depredadores, sin embargo, aislan a algunos, por lo general a los más desprevenidos o débiles, saltan sobre ellos y sus poderosas mandíbulas se cierran sobre sus cuellos. A veces las manadas de búfalos dejan de correr y se quedan a cierta distancia de los felinos sin que les importe lo que le hacen a alguno de los suyos. Es decir, no son solidarios. Los sentimientos de solidaridad y compasión no existen para ellos.

Se podría decir que las comunidades humanas, que no reaccionan ante los ataques, abusos o arbitrariedades contra algunos de sus miembros se acercan, en más o en menos, al comportamiento de los animales, por ejemplo, si en un barrio, un asaltante escogiese a una víctima, la agrediese o matase o le robara alguna pertenencia ante la impasibilidad de los demás. Pero, podría ser también que la depredación tuviera otros caracteres: discriminación racial, acoso y agresión sexual, asesinatos por encargo, evasión de impuestos, falta de pago de las remuneraciones y otros derechos sociales, corrupción en todas sus formas y niveles, desde los presidentes de la República hasta los ínfimos porteros, etc. etc. ante la impavidez de los demás e, incluso, ante la admiración y el regocijo de los partidarios de esos depredadores.

La solidaridad es un sentimiento que comenzó a surgir a comienzos de nuestra era cuando ciertos grupos entendieron que actuando unidos podían defenderse y alcanzar algunos logros que nunca hubieran podido obtener individualmente frente al poder de los más ricos. La expresión latina cum panis data de esos momentos. Quiere decir compartir el pan o el momento en que se sirve una hogaza de pan en el hogar. De allí viene la palabra compañía o unión de varias personas para emprender un negocio juntos, y la palabra compañero o el prójimo que forma parte de un grupo. A estas expresiones se asoció la fórmula jurídica affectio societatis que quiere decir la intención de permanecer unidos para llevar a cabo un fin común.

Los gremios, o reuniones de artesanos en la Edad Media, se basaron en el compañerismo o unión obligatoria si se quería practicar un oficio. A fines del siglo XVIII, cuando el capitalismo y la Revolución Industrial en Inglaterra reclamaron el concurso de masas enormes de obreros, estos apelaron al compañerismo para organizarse en sindicatos y poder defenderse unidos de la inclemente explotación. Y este sentimiento fue tan fuerte que la prohibición de los gobiernos europeos para organizarlos no pudo impedirlos. Hasta la Ley francesa de 1864, que los permitió aunque solo como asociaciones transitorias, los sindicatos existieron soterrados y disfrazados de mutuales de asistencia social. Recién con la Ley francesa de 1884 se reconoció la existencia legal de los sindicatos.

Hoy el sindicalismo europeo y una parte del norteamericano sigue basándose en el compañerismo. Las cuotas sindicales las recibe el secretario de economía directamente. Los trabajadores las pagan por su comprensión de que la defensa cuesta. Los free riders o gorreros son vistos como individuos indignos.

Solo cuando viví en Argentina y Francia, al examinar sus movimientos sindicales, me di cuenta del por qué de la debilidad del sindicalismo peruano y, por extensión, de los partidos políticos locales y otras instituciones. Les falta compañerismo, cum panis. ¿Por qué? Por nuestra evolución durante el período de la dominación hispánica y en los dos siglos de vida republicana. La mentalidad feudal, caudillista y disgregadora ha infestado la conciencia de la mayor parte de nuestra población. Las castas raciales dominadas y sus descendientes: indios, mestizos, negros y pardos fueron tratados como manadas carentes absolutamente de derechos y se les impuso por el terror la pasividad y la indiferencia ante los castigos inflingidos a quienes, a juicio de los patrones, habían osado transgredir los límites que se les imponían. Y esa mentalidad ha quedado. No ha podido ser erradicada del todo por la educación recortada que se les permitió después, ni por las ideologías de liberación que algunos intelectuales difundieron. La excelente serie de televisión El último bastión, debida a los hermanos Adrianzén, analiza esa mentalidad de dependencia, mansedumbre y ausencia de solidaridad en algunos personajes dominados con una acuciosidad que no se encuentra en ningún libro de historia o sociología peruanas. Para algunas esclavas y esclavos era completamente normal reverenciar y justificar a los amos que los tiranizaban y se ensañaban con otros esclavos. Se puede encontrar similes de esos personajes en ciertos actores de la política actual.

La primera norma concerniente a la organización sindical, un decreto supremo de 1961, dispuso que un sindicato debía agrupar a más de la mitad de los trabajadores de una empresa o de una rama de actividad. Se quiso favorecer con ella al Partido Aprista que influía mucho en ese momento a los trabajadores. Pero les salió el tiro por la culata, porque gracias a esa norma los trabajadores de izquierda, casi todos del PC, de los de antes, les ganaron a los apristas la dirección de la mayor parte de sindicatos, y los trabajadores, unidos casi obligatoriamente por esta norma, entendieron y practicaron la solidaridad. En la década del noventa, el gobierno de Fujimori dispuso que en las empresas y ramas de actividad se podía organizar un sindicato con solo 20 afiliados. Fue el fin de la unidad sindical y el comienzo de la dispersión de los trabajadores o, en gran parte, la regresión a la ausencia de solidaridad.

Es evidente que las mayorías sociales de nuestro país tendrán que andar algo más en la historia para hacer suya plenamente la noción de solidaridad y que la ideología de progreso social tendrá que jugar en esto un papel primordial.

(Comentos, 2/2/2022)


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