sábado, 28 de marzo de 2020

CREACIÓN DEL VALOR POR EL TRABAJO- Por Jorge Rendón Vásquez




CREACIÓN DEL VALOR POR EL TRABAJO
Por Jorge Rendón Vásquez

Carlos Marx comenzó El Capital con la siguiente afirmación: “La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como «un inmenso arsenal de mercancías», y la mercancía como su forma elemental.”[1]
Y prosiguió con el análisis de ésta.
La mercancía es, en primer lugar, una cosa externa apta para satisfacer determinadas necesidades, resultante del trabajo humano, o un valor de uso. “Lo que constituye un valor de uso o un bien es, por tanto, —dijo— la materialidad de la mercancía misma… Los valores de uso forman el contenido material de la riqueza, cualquiera que sea la forma social de ésta.” (Tomo I, pág. 4)
Pero, por hallarse destinada al cambio —es decir a la venta, como la forma más extendida del cambio—, la mercancía es también en la sociedad capitalista un valor de cambio. “Los valores de uso son, además, el soporte material del valor de cambio.” (Tomo I, pág. 4). Este valor, que se entrega por otro equivalente —otra mercancía o dinero—, es mensurable.
En su aspecto de creador del valor de uso, el trabajo es denominado por Marx trabajo concreto; y como creador del valor de cambio, trabajo abstracto.
El valor de cambio no constituye algo material, como el valor de uso; es la expresión de una relación social entre los productores de mercancías que acuden al mercado para venderlas o cambiarlas (Tomo I, pág. 38). Su base es la cantidad de trabajo acumulado en ellas para producirla en sus diversas fases, desde que las materias primas requeridas son arrancadas de la naturaleza. Este valor se exterioriza en el momento en que una mercancía se cambia, y, como relación social, no es absoluto. Puede variar por las circunstancias del mercado o la oferta y la demanda. A mayor demanda y, correlativamente, menor oferta, el precio de la mercancía tiende a subir; y, a la inversa, a menor demanda y mayor oferta, su precio tiende a bajar.
Marx desarrolla in extenso el proceso de creación del valor de cambio en la empresa, y demuestra que cada mercancía contiene el valor de los medios de producción insumidos, el valor de la fuerza de trabajo empleada para hacerla y el nuevo valor creado o plusvalía. Para ello, el capitalista adquiere en el mercado la fuerza de trabajo que portan los trabajadores libres, quienes ejecutarán las labores de la producción en relación de dependencia. El valor de uso de la mercancía fuerza de trabajo es su capacidad exclusiva de transferir a las nuevas mercancías el valor de las adquiridas para producirla, que no cambia, y su propio valor, o el que cuesta la vida del trabajador, que tampoco cambia, y de crear un nuevo valor o plusvalía, denominado ganancia por el capitalismo. Incorporar este nuevo valor a su patrimonio constituye la razón de ser de la actividad empresarial del capitalista. Para Marx, “el consumo de la fuerza de trabajo, al igual que el consumo de cualquier otra mercancía, se opera al margen del mercado o de la órbita de la circulación … en el taller oculto de la producción …” (Tomo I, pág. 128) o la empresa.
La adquisición de fuerza de trabajo por el empresario es materia de un contrato, que ahora se denomina de trabajo, por el cual el trabajador, a cambio del uso de su fuerza de trabajo, sólo tiene derecho a la remuneración (y a los derechos sociales, cuando existen o se los ha ganado). Terminada la producción de las mercancías, éstas serán vendidas por el capitalista para recuperar el valor invertido y apropiarse de la plusvalía creada en ese “taller oculto”. La venta de las mercancías es totalmente ajena al trabajador y al Derecho del Trabajo; es objeto del Derecho Civil, como rector de la propiedad privada.
Uno de los más grandes aportes de Carlos Marx a la ciencia económica es haber descubierto la naturaleza de este proceso de producción de las mercancías, de creación de la plusvalía y de su apropiación por el capitalista, proceso cierto e inmanente a la economía capitalista. La plusvalía no es creada por el capital. Si lo fuera, bastaría con que él existiera; el capital se reproduciría como un ser vivo. No sucede así: en cualquiera de sus formas —como máquinas, materias primas y otros medios de producción, o como dinero y crédito—, es inerte. Sólo el trabajo le da vida; y estará en acción mientras el trabajo se aplique a él. Si unos medios de producción hacen más productiva la labor humana que otros es por el trabajo anterior acumulado en aquéllos.
Carlos Marx superó largamente a los economistas precedentes, Adam Smith, David Ricardo y otros de la Escuela Liberal. La economía política capitalista se alejaría después de la teoría de la creación del valor por el trabajo de Carlos Marx, como los mosquitos del insecticida, para perderse en la brumosa y falaz teoría del valor como expresión de la utilidad.
Hay, sin embargo, algunos puntos en la teoría del valor de Marx que, encajando en las circunstancias y datos de la economía capitalista en el siglo XIX sobre los cuales trabajó en sus análisis, son insuficientes para explicar el poder creador de valor de todas las formas del trabajo.
Marx consideraba que la mercancía era sólo un bien material y que el valor de cambio estaba contenido en él. Correlativamente, para él, los trabajos auxiliares —contables, de almacenamiento y transporte—, que no modifican la materialidad de la mercancía, no son productores de nuevo valor, aunque se añadan contablemente al valor final de ella como gastos en bienes y trabajo. Se asimilan, para él, a la circulación que no crea un nuevo valor. “Las dimensiones que la circulación de las mercancías toma en manos del capitalista no pueden, naturalmente, convertir en fuente de valor este trabajo que no crea valor alguno …” (Tomo II, pág. 116). “La división del trabajo, el hecho de que una función adquiera existencia independiente, no la convierte en creadora de producto o de valor si no lo era ya de por sí, es decir, antes de haber logrado su independencia.” (Tomo II, pág. 119).
¿Por qué Marx le negó capacidad creadora de valor a esos trabajos no aplicados directamente a la extracción y transformación de las materias primas?
No hay una explicación de este aspecto en El Capital ni en sus obras previas.
Al parecer, sobredimensionó la importancia de la actividad obrera directa sobre los medios de producción. Las causas de ello pueden haber sido la manera como se trabajaba en las fábricas y talleres, y el crecimiento numérico de la clase obrera cuando Marx realizaba sus investigaciones.[2]
Luego de la Revolución Industrial, el trabajo siguió desarrollándose en las empresas según el modelo artesanal. Los capataces, émulos de los antiguos maestros, dirigían a los obreros, que se asemejaban a los operarios y realizaban las tareas en su mayor parte usando sus habilidades personales. La formación profesional se efectuaba en la empresa —“sur le tas” como dicen los franceses— bajo la dirección de los capataces y por la imitación.
Durante el siglo XIX, los trabajadores ocupados en la producción como obreros aumentaban al ritmo de la mayor producción industrial. Ellos constituían en conjunto la clase obrera, que era, como tal, el contrario dialéctico de la clase capitalista. Su número crecía a expensas de la población agraria, que ya no tenía cabida en el campo y emigraba a las ciudades, y de los descendientes de los mismos obreros y de otros grupos sociales empobrecidos. La clase obrera parecía crecer ilimitadamente, frente a la clase capitalista que, por la concentración del capital, se reducía numéricamente.
Hacia fines del siglo XX, la organización del trabajo en las fábricas y otros grandes centros de concentración obrera empezó a cambiar radicalmente. Como resultado de las innovaciones, cada vez más vertiginosas, en los medios de producción y de las experiencias de Winslow F. Taylor para adecuar la actividad laboral a ellas se introdujo la planificación y estandarización de las tareas en las empresas por oficinas centralizadas a cargo de ingenieros y otros técnicos que acabaron con el modelo artesanal de las habilidades personales. A esta innovación se añadió la formación profesional de los obreros en centros escolarizados a tiempo completo (modelo francés) o a medio tiempo completado con el aprendizaje en la empresa (modelo alemán). El aprendizaje en la empresa se redujo a las actividades más elementales. Presionadas por los dirigentes más lúcidos de los capitalistas, también las universidades incrementaron su participación en la formación de cuadros para la dirección de las varias clases de actividades empresariales. Hacia la segunda década del siglo XX, el panorama de las empresas industriales difería enormemente respecto del de las empresas similares del siglo XIX. La proporción del trabajo intelectual, cada vez más complejo, se hizo más elevada que la del trabajo manual aplicado al manejo directo de las máquinas y herramientas.
La misma clase obrera en conjunto ha dejado de mostrar la configuración relativamente homogénea del siglo XIX, derivada del contacto directo con los medios de producción. En su lugar han surgido las clases trabajadoras, divididas en varios estamentos verticales y horizontales, aunque unidas como un gran grupo genérico por el hecho común de vender su fuerza de trabajo a los empresarios y al Estado.
Por otro lado, la magnitud de la clase obrera empleada en la transformación material de los bienes se ha reducido en el conjunto de las actividades económicas.
El sector primario de la economía, aplicado a la producción material básica —agricultura, ganadería, pesca, minería, producción energética—, se incorporó totalmente a la economía capitalista y a la producción mecanizada industrial, con la consecuencia de reducir su participación en la población económicamente activa de más del 50% a fines del siglo XIX hasta menos del 5% hacia fines del XX, en los países más altamente industrializados, como Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania, Gran Bretaña y otros.
El sector secundario, dedicado a la transformación de bienes materiales —industria, construcción, manufactura— también disminuyó en términos de población ocupada hasta situarse en esos países en alrededor del 20%, en el mismo período.
Ambos sectores, sin embargo, han alcanzado tasas de productividad y producción que superan largamente las que tenían a comienzos del siglo veinte.
El sector terciario, proveedor de servicios —comercio, banca, transporte, informática, educación, cultura, salud, turismo, entretenimiento, servicios personales—, cuya importancia numérica era de poca significación en el siglo XIX, se ha desarrollado hasta situarse en porcentajes que superan el 60% en los países más altamente industrializados.
Los cambios indicados muestran más claramente que la afirmación de que sólo el trabajo directamente extractivo y transformador de las materias es fuente de un nuevo valor resulta incongruente con la realidad.
Los servicios son también actividad laboral que producen bienes inmateriales destinados a satisfacer determinadas necesidades de producción y de consumo final, es decir son mercancías sin corporeidad material, con un valor de uso y un valor de cambio. Están en el mismo plano que las mercancías materiales, procedentes de los sectores primario y secundario, que satisfacen otras necesidades. No modifican la constitución de la mercancía, si ésta es un objeto tangible, pero le añaden su valor. Más aún, los servicios se imbrican cada vez más con los objetos materiales en la producción y la utilización de éstos. La electrónica y la informática, además de brindar nuevos bienes y servicios que son ahora imprescindibles, pueden dirigir y controlar las fases operativas de las máquinas más diversas.
En la producción, el trabajo, no estrictamente extractivo y transformador, se manifiesta como servicios inmateriales, que pueden ser previos a la producción, simultáneos con ésta, posteriores y externos.
Son trabajos inmateriales previos a la producción: los de concepción de la necesidad de producir algún bien para la producción o el consumo final; los de investigación, invención y descubrimiento; los de organización de las actividades de producción, de adquisición de las materias y de contabilidad, jurídicos y otros conexos para poner en marcha la producción.
Son trabajos inmateriales durante el proceso productivo las acciones de dirección, organización del personal, transporte interior, almacenamiento, conservación, contabilidad, control de las diversas actividades, y prevención  y solución de conflictos.
Son trabajos inmateriales posteriores a la producción las acciones de publicidad, comercialización, transporte y pago de impuestos.
Concurren como trabajos externos los que inciden en las fases de circulación, crédito y consumo.
El trabajo, así aplicado a las diferentes actividades resultantes de la división social del trabajo, transfiere a las mercancías el valor de los medios de producción y de la fuerza de trabajo, y crea un nuevo valor.
Sin embargo, como afirma Marx, la simple circulación no puede crear nuevo valor. El cambio —el trueque o la compraventa— por sí no le añade valor a la mercancía, pero sí los trabajos que se requieren para hacerlo posible.
No todos los trabajos aportan el mismo valor. Hay trabajos inmateriales que crean más valor que los materiales. Quienes conciben ideas para lanzar ciertos bienes al mercado, los inventores y descubridores, los planificadores, los dirigentes del trabajo en la empresa, los expertos en la adquisición de bienes de producción y en la comercialización de las mercancías realizan trabajos altamente creadores de valor. A la inversa, hay trabajos materiales, incluso de manipulación de las máquinas y herramientas, que incrementan el valor a tasas muy bajas.
De lo dicho puede concluirse que la plusvalía debe determinarse por cada empresa y, si se tratara de llegar hasta el valor aportado por cada clase de tarea, no habría otra referencia que lo que se pagó a los correspondientes trabajadores (por disposición legal y convención individual y colectiva). Extendiendo esta visión, se llegaría a la determinación de la plusvalía a nivel global del país. En cierta forma esto ya sucede. La plusvalía toma la forma contable de renta neta.
Se excluyen del proceso de producción del valor las actividades parasitarias que no participan en la producción y la circulación de los bienes, como las especulativas bursátiles, las de extracción de recursos sin ofrecer un trabajo a cambio, otras innecesarias y las delictuales, que toman, sin embargo, una parte de la plusvalía social.
Esta ampliación de la teoría del valor por el trabajo no disminuye para nada la importancia de la teoría de Marx, que mantiene su excepcional veracidad y fortaleza, tanto en una economía capitalista como en una socialista, puesto que de lo que se trata es de señalar la capacidad creadora de valor de todo trabajo útil.
(4/2/2013)


[1] Carlos MarxEl Capital, México, Fondo de Cultura Económica, tercera edición, 1964. Traducción de Wenceslao Roces de la primera edición en alemán de 1867, 1885 y 1894. Mis citas son de esta edición.
[2] La edición del primer tomo de El Capital data de 1867. Carlos Marx falleció en 1883. Los tomos II y III de El Capital los publicó Federico Engels en 1885 y 1894, respectivamente.

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