EL SIGNIFICADO DEL PRIMERO DE
MAYO
Por Jorge Rendón Vásquez
Profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
El Primero de Mayo no es un
feriado más. Tampoco es el día del trabajo, como quisieron ciertos predicadores
aplaudidos por el poder empresarial. Es el día de los
trabajadores por un acuerdo de la Primera Internacional, que Carlos
Marx fundara, adoptado en una sesión de 1889, para recordar el día en que
comenzó la huelga de los obreros de Chicago y a sus dirigentes ajusticiados en
Chicago por haber reclamado el reconocimiento de la jornada de ocho horas.
El 4 de mayo de 1886, mientras
una multitudinaria manifestación obrera se reunía en la plaza Haymarket de esa
ciudad para reclamar esta jornada, una mano aleve arrojó una bomba que derribó
a un policía y a cierto número de obreros. Como si hubiera estado esperando
esta señal, un cuerpo policial cargó violentamente contra los manifestantes,
matando e hiriendo a numerosos asistentes. Siguió un proceso penal contra los
organizadores de la manifestación que concluyó con la condena a la horca de
cinco de ellos por un jurado de vecinos seleccionados adecuadamente. Con esta
condena, el capitalismo quiso, no sólo castigar a quienes reclamaran, sino,
además, escarmentarlos.
Pero se equivocó en sus
cálculos. Sus estrategas no pudieron advertir, y tal vez tampoco suponer, que
las incontenibles olas de la historia los barrerían como pequeños seres
animados.
Porque, a partir de ese
momento, aciago para los que fueron inmolados, quedaron consagrados para
siempre los derechos sociales como una realidad inmanente y trascendente de la
sociedad contemporánea. Sus efectos fueron los siguientes:
1º. El Primero de Mayo de
1889, marca el punto de quiebre de la economía capitalista, basada hasta
entonces en el juego de la libre oferta y demanda de la fuerza de trabajo, como
sucedía con las demás mercancías. La adopción legal de la jornada de ocho
horas, que numerosos estados tuvieron que admitir a continuación, fue el
comienzo de un capitalismo regulado por la intervención estatal, un capitalismo
reformado que estaría, en adelante, obligado a pagar no menos que los mínimos
establecidos legalmente y a sujetarse a la duración máxima del trabajo diario,
semanal y anual, es decir a respetar los derechos sociales que habían nacido
con la jornada de ocho horas. Es cierto que antes hubo algunas normas sobre
menores, pero eran magras y los gobiernos se abstenían, por lo general, de
aplicarlas.
Luego, los gobiernos tuvieron
que reconocer a la organización sindical como la entidad que, en representación
de los trabajadores de las empresas o de las actividades económicas,
contrataría con los empresarios las condiciones de la remuneración y del
trabajo. La primera de estas leyes fue la francesa de 1884.
Siguieron otros derechos
laborales y los seguros sociales.
Con la Constitución alemana de
Weimar de agosto de 1919, el segundo gran pacto social de la historia
contemporánea, los derechos sociales se institucionalizaron definitivamente
como una condición esencial de la existencia de la sociedad. Unas semanas
después, la Organización internacional del Trabajo aprobó como su primera
convención el reconocimiento de la jornada de ocho horas.
2º. La jornada de las ocho
horas y los derechos sociales que le siguieron fueron un gran triunfo de las
ideologías de liberación de los seres humanos de la explotación, la ignorancia
y la indignidad de su dependencia. Sin ellas, los trabajadores no habrían
tenido consciencia de su identidad como una clase social explotada por el
capitalismo ni de su fuerza social. En el planteamiento originario de la
jornada de ocho horas coincidieron el marxismo y el anarquismo. Ambas
corrientes ilustraron a sus simpatizantes sobre la necesidad de conquistarla y
les insuflaron la confianza requerida para exigirla y finalmente obligar a los
gobiernos a reconocerla. Quedó así patente, como una verdad axiomática, que las
clases trabajadoras desprovistas de ideología son como cuerpos sin mente, son
objetos de la historia y no actores de ella.
3º. La jornada de ocho horas
se alza también como el comienzo del divortium acuarium de la
lucha social, porque con derechos sociales los trabajadores se inclinan más a
conquistarlos y defenderlos por la vía de las reformas dentro de un régimen de
democracia, alejándose, más o menos, de la revolución social que les daría,
supuestamente, todo al abolir al capitalismo. Es lo que ha sucedido en el
mundo. Desde la conquista de la jornada de ocho horas, la revolución social no
ha sido la regla del cambio social, sino la excepción. Más aún: en el futuro,
el socialismo no sería imaginable ni posible si no estuviera acompañado de
derechos sociales, como derechos ya adquiridos por las clases trabajadoras.
4º. Por su finalidad, los
derechos sociales se asemejan a los grandes inventos y descubrimientos logrados
por la humanidad en los dos últimos siglos. Están destinados a la satisfacción
de determinadas necesidades y a un standard de vida al que unos y otros
tienden. El petróleo, la energía eléctrica, la energía atómica, la electrónica,
la informática y cuanto medio de producción y de consumo son hoy generales,
tienen todos como finalidad el servicio de los seres humanos y de la sociedad.
Sin esos bienes materiales y culturales y sin derechos sociales la existencia
humana es cada vez más impensable.
Para celebrar el Primero de
Mayo no basta, sin embargo, sólo remontarse al pasado, en cuyos intersticios
sería posible mimetizarse, halagando a los trabajadores, aunque buscando, en
realidad, detener la marcha de la historia. Es preciso mirar al futuro. En el
Perú, la jornada de ocho horas llegó a los cien años el 15 de enero de este
año; mucho tiempo; es ahora arcaica. Se debería ya adoptar la semana de
cuarenta horas.
(Palabras del autor en el acto
organizado por el Presidente de la Comisión de Trabajo y Seguridad Social del
Congreso de la República el 29/4/2019 en el salón Raúl Porras Barrenechea.)
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