DISCURSO PRONUNCIADO POR EL DOCTOR MOZART VICTOR RUSSOMANO EN LA CEREMONIA DE OTORGAMIENTO DE HONORIS CAUSA POR LA UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS (1967)
Todas las cátedras tienen la altitud moral de un púlpito.
Hay cátedras, empero, que por un sistema mágico de amplificación de los sonidos y de los pensamientos, transmiten sus lecciones más allá de los límites físicos que las rodean.
Es lo que ocurre en San Marcos. Cuando uno sube a la cátedra de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima, sube al púlpito de un templo. Es este, no otro, el Templo de la cultura universitaria americana: la cuna de la inteligencia, de la creación científica y de la búsqueda de los anchos horizontes del espíritu de nuestro continente.
Y desde ese púlpito no se habla, tan sólo, para esta Universidad. No se habla tan sólo para Lima y para el Perú. Se habla para toda la América. Y toda la América oye las voces de San Marcos.
Nadie le contesta el derecho histórico de la precedencia. Nadie puede disputar con ella el derecho actual de ser uno de los portabanderas de la vida americana.
Así, subo yo los peldaños de esta cátedra.
Lo hago en nombre de los juslaboralistas iberoamericanos, reunidos en un congreso internacional. Y el título que me confiere el encargo, que me brinda el privilegio, esta medalla que traigo sobre mi pecho: la Insignia sanmarquina de la cátedra "honoris causa", que me enaltece, porque hace de mí uno de vosotros: que me ennoblece. porque me coloca por encima de mí mismo.
La coincidencia de ser yo —dentro de todos los presentes— el único jusiaboralista iberoamericano honrado con la distinción suprema de la cátedra "honoris causa" de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, me transforma, en este momento, en el trazo de unión entre los homenajeadores y los homenajeados.
Y yo cumplo, conmovidamente, tal encargo.
Y recibiendo vuestro homenaje, yo lo transformo en homenaje a vosotros. En homenaje de los juslaboralistas iberoamericanos a la Universidad de San Marcos. En agradecimiento público por la obra de ayer: por la acogida que nos ha sido dispensada en este día: y por lo que de ella esperamos nosotros, los juslaboralistas, en el porvenir que se avecina.
¿Qué es lo que debemos a San Marcos, nosotros, los juslaboralistas? ¿Cómo vincular nuestras disciplinas —de formación reciente, como el Derecho del Trabajo: de formación recientísima, como el Derecho de la Seguridad Social— a las raíces históricas más hondas de la vida del continente americano?
Debemos a San Marcos, ante todo, la iniciación científica cuatro veces secular. El desvendamiento del horizonte iluminado. El comienzo de la formación cultural del Nuevo Mundo.
Debemos a San Marcos, aun, la audacia creadora. La iniciación espiritual de las "élites" y del pueblo. La vigilia de armas del advenimiento de la América Libre.
Debemos a San Marcos, el equilibrio del progreso cultural con bases en el producto de la creación universitaria. Después del impulso que renueva, la serenidad que ratifica y corrige, concluyendo la obra iniciada.
Debemos a San Marcos el coraje de la afirmación doctrinaria.
Nosotros, los Juslaboralistas, debemos, por lo tanto, mucho a San Marcos: porque nuestra especialidad está hecha de audacia, equilibrio y coraje.
El coraje, a un tiempo audaz y equilibrado, que, en el pasado, hizo temblar las estructuras económico-políticas del continente, por el papel actuante de las Universidades incipientes, es el mismo de que necesita el mundo jurídico actual, es el mismo que utiliza el Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, para modificar, sustancialmente la estructura de la empresa; para rectificar las relaciones humanas, que en ella se establecen, entre trabajadores y empresarios: para ayudar a construir el mundo —distinto del de hoy, antípoda al de ayer— que es la obra común de las generaciones del siglo XX y de todos nosotros, profesores, juristas, estudiantes, trabajadores, empresarios, políticos, poetas, en una palabra: pueblo. Transformados todos en obreros de la grandeza del hombre.
Finalizo Sr. Rector, Sr. Decano, Sres. Profesores, Sres. Alumnos.
Finalizo como empecé:
Poniendo de manifiesto el orgullo de ser uno de vosotros, aunque tan sólo ad honorem.
Los fantasmas de vuestras grandiosas tradiciones pueblan estas paredes. Y son viejos conocidos nuestros. Ellos construirán, en el pasado, entre las nubes, cerca de las estrellas, los reinos de Machu Picchu. Y están construyendo en el presente, la carretera marginal de la selva. Ahora ellos nos tienden las manos. Nos acompañan y nos sirven de guía. Y nos apuntan algo que todos sabemos, pero que, aunque sea así, todos debemos repetir:
La Universidad es la arena del pensamiento libre. Es el punto de reunión de todas las ideas. Es la síntesis —en la expresión hegeliana— que asienta sobre el supuesto lógico de las tesis y de las antítesis. En la Universidad todas las ideas son válidas, hasta que se demuestre lo contrario. Todas las Ideas son respetables, aun cuando no sean válidas.
La Universidad acoge todas las concepciones. Las analiza y eterniza en el laboratorio del pensamiento crítico. Las adopta, las rechaza o, aun, sobre ellas, reconstruye, reedifica, reformula y crea. Pero, lo fundamental es que se aparte, siempre, de la concepción de que toda ideología es, en sí misma, digna de respeto.
Las ideas contrarias a las nuestras son respetables, no solamente porque son ideas, sino igualmente, porque son contrarias.
La yuxtaposición de las concepciones opuestas forma el grande mosaico de la Universidad Moderna: armónico, intrínsecamente armónico, en la diversificación formal de su dibujo.
Y ningún otro "campus" en la América Latina ha permanecido más abierto al juego de las opiniones, al encuentro de los contrarios, a la crítica y al libre-pensamiento, que el viejo y muy noble Colegio Mayor de San Marcos.
Honor a él, porque siendo así, ha sido una de las más poderosas expresiones de la libertad del pensamiento americano.
Cuéntase que cierta vez, un periodista cruzaba la aduana de un determinado país. El funcionario examinó su equipaje y descubrió en él una enciclopedia, de edición anterior a la última crisis política de aquella nación.
Rompió por eso, la página que contenía el elogio del líder destronado en la víspera y permitió, después que el periodista continuará su camino, sobre el mapa del mundo.
Pues bien.
Cuando la gloria, el renombre y el honor mismo de un líder nacional auténtico se deterioran y se consumen en el espacio de tiempo meteórico que separa dos ediciones sucesivas de la misma enciclopedia, no hay duda de que la libertad está hecha pedazos y de que el alma se está muriendo dentro de los cuerpos, lentamente, como lámparas que, poco a poco, se fueran apagando en la distancia.
A nosotros, al revés, restamos acá y ahora la certidumbre de que, por profundas que sean las tinieblas que nos envuelvan, San Marcos, si fuera necesario, en el momento debido, encenderá la primera cerilla.
Esa luz trémula y frágil, será siempre suficiente para encender las grandes llamas palpitantes.
Así como la libertad de pensamiento y de crítica ha de ser siempre suficiente para garantizar todas las demás libertades humanas.
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