martes, 30 de abril de 2019

EL SIGNIFICADO DEL PRIMERO DE MAYO-Dr. Jorge Rendón Vásquez




EL SIGNIFICADO DEL PRIMERO DE MAYO
Por Jorge Rendón Vásquez
Profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

 El Primero de Mayo no es un feriado más. Tampoco es el día del trabajo, como quisieron ciertos predicadores aplaudidos por el poder empresarial. Es el día de los trabajadores por un acuerdo de la Primera Internacional, que Carlos Marx fundara, adoptado en una sesión de 1889, para recordar el día en que comenzó la huelga de los obreros de Chicago y a sus dirigentes ajusticiados en Chicago por haber reclamado el reconocimiento de la jornada de ocho horas.
El 4 de mayo de 1886, mientras una multitudinaria manifestación obrera se reunía en la plaza Haymarket de esa ciudad para reclamar esta jornada, una mano aleve arrojó una bomba que derribó a un policía y a cierto número de obreros. Como si hubiera estado esperando esta señal, un cuerpo policial cargó violentamente contra los manifestantes, matando e hiriendo a numerosos asistentes. Siguió un proceso penal contra los organizadores de la manifestación que concluyó con la condena a la horca de cinco de ellos por un jurado de vecinos seleccionados adecuadamente. Con esta condena, el capitalismo quiso, no sólo castigar a quienes reclamaran, sino, además, escarmentarlos.
Pero se equivocó en sus cálculos. Sus estrategas no pudieron advertir, y tal vez tampoco suponer, que las incontenibles olas de la historia los barrerían como pequeños seres animados.
Porque, a partir de ese momento, aciago para los que fueron inmolados, quedaron consagrados para siempre los derechos sociales como una realidad inmanente y trascendente de la sociedad contemporánea. Sus efectos fueron los siguientes:
1º. El Primero de Mayo de 1889, marca el punto de quiebre de la economía capitalista, basada hasta entonces en el juego de la libre oferta y demanda de la fuerza de trabajo, como sucedía con las demás mercancías. La adopción legal de la jornada de ocho horas, que numerosos estados tuvieron que admitir a continuación, fue el comienzo de un capitalismo regulado por la intervención estatal, un capitalismo reformado que estaría, en adelante, obligado a pagar no menos que los mínimos establecidos legalmente y a sujetarse a la duración máxima del trabajo diario, semanal y anual, es decir a respetar los derechos sociales que habían nacido con la jornada de ocho horas. Es cierto que antes hubo algunas normas sobre menores, pero eran magras y los gobiernos se abstenían, por lo general, de aplicarlas.
Luego, los gobiernos tuvieron que reconocer a la organización sindical como la entidad que, en representación de los trabajadores de las empresas o de las actividades económicas, contrataría con los empresarios las condiciones de la remuneración y del trabajo. La primera de estas leyes fue la francesa de 1884.
Siguieron otros derechos laborales y los seguros sociales.
Con la Constitución alemana de Weimar de agosto de 1919, el segundo gran pacto social de la historia contemporánea, los derechos sociales se institucionalizaron definitivamente como una condición esencial de la existencia de la sociedad. Unas semanas después, la Organización internacional del Trabajo aprobó como su primera convención el reconocimiento de la jornada de ocho horas.
2º. La jornada de las ocho horas y los derechos sociales que le siguieron fueron un gran triunfo de las ideologías de liberación de los seres humanos de la explotación, la ignorancia y la indignidad de su dependencia. Sin ellas, los trabajadores no habrían tenido consciencia de su identidad como una clase social explotada por el capitalismo ni de su fuerza social. En el planteamiento originario de la jornada de ocho horas coincidieron el marxismo y el anarquismo. Ambas corrientes ilustraron a sus simpatizantes sobre la necesidad de conquistarla y les insuflaron la confianza requerida para exigirla y finalmente obligar a los gobiernos a reconocerla. Quedó así patente, como una verdad axiomática, que las clases trabajadoras desprovistas de ideología son como cuerpos sin mente, son objetos de la historia y no actores de ella.
3º. La jornada de ocho horas se alza también como el comienzo del divortium acuarium de la lucha social, porque con derechos sociales los trabajadores se inclinan más a conquistarlos y defenderlos por la vía de las reformas dentro de un régimen de democracia, alejándose, más o menos, de la revolución social que les daría, supuestamente, todo al abolir al capitalismo. Es lo que ha sucedido en el mundo. Desde la conquista de la jornada de ocho horas, la revolución social no ha sido la regla del cambio social, sino la excepción. Más aún: en el futuro, el socialismo no sería imaginable ni posible si no estuviera acompañado de derechos sociales, como derechos ya adquiridos por las clases trabajadoras.
4º. Por su finalidad, los derechos sociales se asemejan a los grandes inventos y descubrimientos logrados por la humanidad en los dos últimos siglos. Están destinados a la satisfacción de determinadas necesidades y a un standard de vida al que unos y otros tienden. El petróleo, la energía eléctrica, la energía atómica, la electrónica, la informática y cuanto medio de producción y de consumo son hoy generales, tienen todos como finalidad el servicio de los seres humanos y de la sociedad. Sin esos bienes materiales y culturales y sin derechos sociales la existencia humana es cada vez más impensable.
Para celebrar el Primero de Mayo no basta, sin embargo, sólo remontarse al pasado, en cuyos intersticios sería posible mimetizarse, halagando a los trabajadores, aunque buscando, en realidad, detener la marcha de la historia. Es preciso mirar al futuro. En el Perú, la jornada de ocho horas llegó a los cien años el 15 de enero de este año; mucho tiempo; es ahora arcaica. Se debería ya adoptar la semana de cuarenta horas.
(Palabras del autor en el acto organizado por el Presidente de la Comisión de Trabajo y Seguridad Social del Congreso de la República el 29/4/2019 en el salón Raúl Porras Barrenechea.)