LA LUCHA POR LA JORNADA DE
OCHO HORAS EN EL PERÚ (1919)
Historia de la República del Perú (1822-1933)
Jorge Basadre
La lucha por la jornada de ocho horas fue inscrita como lema de una
reforma inmediata por la Federación de Obreros Panaderos "Estrella del
Perú" en su declaración de principios el 19 de mayo de 1905. Apareció
incluida en los pliegos de reclamos formulados en el Callao en noviembre de
1912 por la Unión General de Jornaleros de ese puerto y la Federación Obrera
Regional del Perú con sede en Lima (integrada por la Sociedad de Resistencia de
Obrero Galleteros y Anexos, la Federación de Electricistas, el Gremio Liberal
de Empleados compuesto por mozos de hoteles, la Federación de Panaderos
"Estrella del Perú" y la Unificación Proletaria Textil de Santa
Catalina). También tomaron parte activa en esta campaña el grupo anárquico
"Luchadores por la Verdad", editor del periódico La Protesta y el
grupo "Luz y Amor", editor de folletos de propaganda sindicalista y
libertaria.
No sólo por obra de los dirigentes y de la masa trabaja-dora sino también por la sensibilidad social del Presidente Billinghurst, éste expidió el decreto que estableció la jornada de ocho horas en el Muelle y Dársena del Callao; según la versión obrera, el documento oficial apareció, sin embargo, después de que la empresa había aceptado ese horario en trato directo. Algunos otros gremios del puerto también la obtuvieron.
En las huelgas que estallaron en 1913 en otros lugares y en las de 1916 fue planteada la misma reivindicación.
Desde que se expidió en 1918 la ley Manzanilla sobre el trabajo de las mujeres y niños que estableció para ellos la jornada de ocho horas, un grupo de dirigentes sindicales se puso de acuerdo en el plan de obtener la misma jornada para todos los obreros. El trabajo en las fábricas se hacía, en muchos casos, dentro del plazo de diez horas.
EL PARO GENERAL DE ENERO DE
1919
Cuando en diciembre de 1918 los obreros de la Fábrica Textil Inca
plantearon demandas salariales y fueron a buscar la solidaridad de sus
camaradas de Vitarte, hubo quienes creyeron que había llegado el momento
propicio. Una nutrida asamblea en aquel lugar cercano a Lima hizo suya la
demanda por la disminución de la jornada de trabajo, no obstante que algunos la
creyeron imprudente, pues en otras partes había costado ríos de sangre. Un
comité especial concertó los reclamos que habían sido presentados por los
tejedores, los panaderos y otros gremios. Las huelgas se sucedieron a partir
del 23 de diciembre de 1918. El local de reunión para los obreros fue el de la
Federación de Estudiantes. El 13 de enero de 1919 se produjo el paro general.
No se había visto en la capital una situación semejante desde la época de la
elección de Billinghurst. Las noticias cablegráficas habían informado casi
simultáneamente acerca de una sangrienta huelga en Buenos Aires que se
convirtió, según se dijo entonces, en "un formidable movimiento
maximalista y revolucionario".
La vida de Lima quedó virtualmente paralizada durante tres días —el 13,
el 14 y el 15 de enero— al ser privada de sus más importantes servicios.
Algunos tranvías que intentaron salir a las calles se vieron obligados a volver
a los depósitos por haber sido apedreados. Los trenes al Callao tuvieron las
mismas dificultades y los huelguistas volaron la línea férrea. Hubo choques
entre la gendarmería y los obreros. El ejército hizo cumplir la consigna de no
permitir grupos en las calles. Muchos focos de alumbrado público fueron destrozados.
El segundo día del paro resultó más complicado por la escasez de
abastecimientos en la ciudad. Todo el comercio cerró. El único vehículo que
transitaba por las calles era el automóvil del comité de huelga. Al tercer día,
15 de enero, no se había llegado a un avenimiento, pese a las discusiones sostenidas
en el Ministerio de Fomento. Una delegación de la Federación de Estudiantes,
integrada por Víctor Raúl Haya de la Torre, Valentín Quesada y Bruno Bueno de
la Fuente trató de buscar una fórmula para arreglar los conflictos.
LA JORNADA DE OCHO HORAS
El Ministro de Fomento Manuel Aurelio Vinelli sostuvo la necesidad de
expedir un decreto para que fuese otorgada la jornada de ocho horas e insistió
en que el movimiento obrero no tenía cariz político. Distinta era la opinión
del Ministro de Gobierno. El Presidente Pardo apoyó a Vinelli y suscribió el
decreto. Limitó éste a ocho el número de las horas de trabajo en los talleres o
establecimientos del Estado. Señaló, asimismo, que en los talleres o
establecimientos particulares la fijación de dichas horas de labor sería
determinada, de mutuo acuerdo, por los propietarios, industriales o
administradores y los operarios. A falta de avenimiento y mientras el Congreso
legislara sobre el particular, la duración del trabajo sería de ocho horas,
conservando los obreros el monto de sus salarios. Los conflictos que surgieran
serían resueltos por árbitros, uno de ellos nombrado por el capital y otro por
el trabajo, con un dirimente escogido por la Corte Suprema de la República. (15
de enero de 1919).
El paro fue levantado. Los obreros consideraron que habían alcanzado una gran conquista porque la jornada de ocho horas había sido reconocida sin derramamiento de sangre; y si bien las demandas planteadas en pliegos internos sobre aumento de salarios no tuvieron acogida, éstos fueron pagados por un trabajo menor y hubo compensaciones para quienes laboraban a destajo. Fue innecesaria, pues, la medida que adoptó el Gobierno al cambiar las autoridades de Lima y entregar la Prefectura y la Intendencia de Policía a jefes militares con la consigna de reprimir severamente cualquier desorden. El jueves 16 de enero la ciudad había recuperado su aspecto normal. La huelga continuó sin embargo, en Morococha de donde los obreros se repartieron por todo el departamento de Junín, en trenes puestos por el Gobierno, a buscar trabajo agrícola.
El mismo día 16 de enero los personeros de las fábricas de tejidos de
lana y algodón como Vitarte, Inca, Victoria, San Jacinto, Progreso, Santa
Catalina, y La Unión y Progreso, reunidos bajo la presidencia del delegado
universitario Víctor Raúl Haya de la Torre, acordaron la formación de la Federación
de Trabajadores de Tejidos del Perú para unificar a todo el elemento obrero de
las fábricas de la industria textil; y, asimismo, realizar a favor de esta
nueva institución la más activa propaganda a fin de convertirla en un verdadero
centro de unificación proletaria.
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