sábado, 12 de enero de 2019

CIEN AÑOS DESPUÉS HA LLEGADO EL MOMENTO DE LA SEMANA DE 40 HORAS- Dr. Jorge Rendón Vásquez



CIEN AÑOS DESPUÉS HA LLEGADO EL MOMENTO DE LA SEMANA DE 40 HORAS
Por Jorge Rendón Vásquez
Profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

Hace cien años, el 15 de enero, el gobierno estableció la jornada de 8 horas, tras una huelga general que había empezado días antes.

Lima y Callao despertaban entonces al capitalismo industrial.
Las empresas textiles, de electricidad, fundición, comerciales y bancarias y los talleres artesanales se reproducían.

En ese momento, Lima tenía unos 176,000 habitantes y comprendía el Cercado, los Barrios Altos y Bajo el Puente, un espacio en el cual ocho líneas de tranvías eléctricos aseguraban la circulación urbana, a las que se añadían una a Chorrillos y otra al Callao.

Para hacer funcionar estas empresas sus propietarios reclutaban trabajadores, en su mayor parte mestizos, que vivían en pequeños cuartos de viejas casas y callejones, muchos de ellos inmigrantes provincianos. Los puestos de oficina fueron cubiertos por vástagos de las familias blancas venidas a menos.

Era un capitalismo emergente que, como uno de sus efectos, turbaba la quietud mayestática, monástica y estéril de Lima, heredada del virreinato.

Los obreros ingresaban a sus centros de trabajo muy temprano y salían unas doce horas después; y parecía no importarles ser explotados tanto. Estaban contentos; tenían de qué comer ellos y sus familias, y sus hijos iban a las escuelas primarias. Algunos leían los periódicos, revistas y libros que se distribuían en Lima. En suma, se asimilaban a la vida urbana, tan distinta y paupérrima para ellos, pero mejor y alentadora de esperanzas que la existencia feudal, bucólica y pueblerina que habían dejado atrás.

El promotor intelectual de la jornada de ocho horas

Manuel González Prada había retornado de Europa en mayo de 1898. Seis años antes, su esposa y él habían partido a Francia luego de intuir que sus discursos iconoclastas habían tocado fondo y serían leídos en adelante, tal vez, sólo como piezas literarias. Volvía cargado con la materia más explosiva y peligrosa para el establishment: la ideología anarquista, que cuadraba bien con su rechazo a las arbitrariedades y los abusos del Estado oligárquico y mostraba la realidad de la explotación de los trabajadores.

Sus discursos se orientaron, por lo tanto, a ilustrar a quienes podrían ser los actores de un cambio fundamental en el Perú.

En 1906 publicó su primer artículo sobre la jornada de 8 horas y continuó esta campaña con otros que dio a conocer en los años siguientes al celebrarse el 1º de Mayo. Varios de los trabajadores más instruidos de Lima se le acercaron, y él los recibió en su casa, afable y familiar. Les expuso lo que pensaba y promovió sus intervenciones para llevarlos al convencimiento de que no eran sólo esclavos asalariados, sino, sobre todo, personas cuyo intelecto debía cultivarse para comprender que formaban una clase social distinta y aspirar a la libertad que los derechos sociales podrían darles. De esas lecciones entre estantes colmados de libros salió, como una tarea concreta para ellos, el planteamiento de la jornada de 8 horas y la convicción de que podrían conquistarla. El periódico La protesta, publicado por el trabajador anarquista Manuel Caracciolo Lévano se aplicó a difundir este planteamiento.

Manuel González Prada no pudo ver la culminación de sus enseñanzas. Falleció repentinamente el 18 de julio de 1918.

La gran huelga por la jornada de 8 horas

En diciembre de ese año, el grupo de trabajadores anarquistas discípulos de Manuel González Prada movilizó a sus compañeros de Lima y exigió al gobierno el establecimiento de la jornada de 8 horas. Invocaron como causa inmediata que en la Ley 2851, de protección de las mujeres y los menores, que acababa de aprobarse, se había dispuesto para ellos esta jornada, y reclamaban su extensión a los demás trabajadores. El gobierno de José Pardo rechazó de plano esta petición y reprimió las manifestaciones obreras. Pero la agitación se extendió. El comando de lucha de los trabajadores, cuyo núcleo estaba constituido por Nicolás Gutarra, Adalberto Fonkén y Carlos Barba, llamó a la huelga general, y esta orden fue acatada por la mayor parte de trabajadores. El lunes 14 de enero la paralización en Lima, Callao y Vitarte era casi total, y la represión de las manifestaciones obreras por la Gendarmería y el Ejército se hizo más violenta, medida complementada con la clausura del diario El Tiempo, en cuyas páginas José Carlos Mariátegui informaba día a día la evolución del conflicto y alentaba a los trabajadores con sus artículos de opinión.

Pero el gobierno tuvo que ceder, y al día siguiente expidió el decreto supremo, que firmaron el presidente José Pardo y su ministro de Fomento M. A. Vinelli, estableciendo la jornada de ocho horas en todas las actividades.

Este fue el único derecho social de gran importancia alcanzado por los trabajadores del Perú gracias a la adopción por sus dirigentes más destacados de una ideología que lo postulaba, a la difusión por estos de su necesidad y a su firme y perseverante movilización. Fue también la primera gran conquista social de los mestizos contra el poder blanco.

Hacia la semana de 40 horas

Cien años después el Perú es otro.

Lima tiene más de 10 millones de habitantes y sus urbanizaciones inmediatas avanzan hasta Lurín, Chosica y Ancón. En el gran mercado que es el Perú de ahora, las empresas capitalistas se han multiplicado, y año tras año llegan más inversiones. Grandes cargueros desbordantes de containers con mercancías de todo el mundo arriban al Callao y a otros puertos del país, y se van colmados de productos peruanos; en numerosas empresas la producción se ha potenciado con la introducción de máquinas y procesos más eficientes y el concurso de trabajadores mejor formados; el transporte de personas y bienes por tierra y aire sigue expandiéndose a pasos agigantados; gran parte de las operaciones bancarias ha sido delegada a cajeros automáticos; en más hogares son de uso común los enseres de procedencia industrial; los vehículos automotores se han hecho más accesibles a muchos y congestionan las ciudades; y todo el mundo se comunica y trabaja con computadoras y celulares.

Sin embargo, la jornada de 8 horas y la semana de 48 persisten por la imposición de una norma que, aunque fue una innovación necesaria hace cien años, hoy es arcaica.

A diferencia de ella, la mayor parte de la normativa en otros campos ha sido renovada y, en ciertos casos, cambiada totalmente.

 ¿Por qué esta adoración a una jornada conservada como una norma sacra cuando ha sido abandonada en muchos países del mundo?

Evidentemente, porque la mayor parte de trabajadores peruanos desconoce las ideologías creadas para su liberación o porque aquellas en las que creían languidecen, y se dejan estar a la espera de un milagro que nunca llegará. Han olvidado o ignoran que constituyen un clase social que unida podría ser la fuerza de contención más potente del poder empresarial.

La expoliación del trabajo asalariado en una jornada y una semana ahora excesivas, desgastantes y estresantes, es una fuente de enriquecimiento suplementario de los empresarios y un subsidio a los consumidores de los bienes y servicios que ese trabajo suministra. Los trabajadores tienen derecho a un mayor tiempo libre.

Una posición racional en este campo y en este momento es, por consiguiente,la adopción de la semana de cuarenta horas, un nuevo límite que la ley podría establecer y se hallaría por debajo del máximo señalado por la Constitución, mientras se le da a esta un nuevo texto en este aspecto.

Hace cien años, los abogados empresariales pronosticaban que muchas empresas quebrarían si se adoptaba la jornada de ocho horas. Nada de esto sucedió. Demostrando que seguían gozando de buena salud, las empresas siguieron haciendo utilidades, tras adaptarse a la nueva jornada laboral.

De establecerse la semana de 40 horas ocurriría otro tanto. El tiempo de trabajo global se redistribuiría entre los trabajadores en aptitud de trabajar, sin suscitar problemas que no pudieran ser solucionados por los aparatos productivo y estatal. 
(12/1/2019)



sábado, 5 de enero de 2019

100 AÑOS DE LA LEGALIZACIÓN DE LA JORNADA DE 8 HORAS DE TRABAJO EN EL PERÚ.



100 AÑOS DE LA LEGALIZACIÓN DE LA JORNADA DE 8 HORAS DE TRABAJO EN EL PERÚ.

Conmemoración del centenario de la legalización de la jornada de 8 horas de trabajo en el Perú- (15 de enero de 1919-15 de enero de 2019)

Lugar: Salón General del CC de la UNMSM (Casona de San Marcos)

Fecha: Lunes 14 de enero de 2019

Hora: 18:00- 21:00 pm

Ingreso Libre






FORO:
Homenaje a los 100 años de la implantación de la jornada de las 8 horas de trabajo en el Perú”                                                          

PROGRAMA*

Lugar: Salón General del CC de la UNMSM (Casona de San Marcos)
Fecha: lunes 14 de enero de 2019
Hora: 18:00- 20:45 pm



18:15 a 18:30 pm.
Registro de participantes
        Expositores:


18:30 a 18:40 pm.
        Presentación
Alumn. Yasser Benancio Vásquez
Coord. Gral. del Taller Manzanilla.


18:40 a 19:00 pm.
“Historia de la gestación de la jornada de las 8 horas por los obreros anarquistas.

Sr. Cesar Levano*
Director del Diario Perfil


19:00 a 19:20 pm.

El aporte ideológico de Manuel González Prada en el movimiento obrero peruano”.

Mag. Augusto Lostaunau Moscol
Profesor de la Facultad de Derecho-UNMSM


19:20 a 19:40 pm.


“Significado de la jornada de 8 horas de trabajo para el movimiento sindical”

Sr. Valentín Pacho*
(Vicepresidente de la Federación Sindical Mundial)
19:40 a 20:00 pm.


 “Evolución legal de la jornada de trabajo en el Peru”.

Dr. Francisco Javier Romero Montes
Profesor investigador extraordinario de la Facultad de Derecho –UNMSM.


20:00 a 20:20 pm.


“Propuesta parlamentaria de la jornada de trabajo”

Srta. Indira Huillca*
Congresista de la Republica

20:20 a 20:50 pm.

“La ofensiva empresarial Flexibilizadora vs la propuesta de la reducción de la jornada de trabajo a 40 horas”.

Dr. Jorge Rendón Vásquez
Profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
20:50 a 21: 00 pm.
Clausura del evento
Coffe pots time
Alumn. Yasser Benancio Vásquez
Coord. Gral. del Taller Manzanilla.



jueves, 3 de enero de 2019

LA LUCHA POR LA JORNADA DE OCHO HORAS EN EL PERÚ (1919) - Jorge Basadre





LA LUCHA POR LA JORNADA DE OCHO HORAS EN EL PERÚ (1919)

Historia de la República del Perú (1822-1933)
Jorge Basadre

La lucha por la jornada de ocho horas fue inscrita como lema de una reforma inmediata por la Federación de Obreros Panaderos "Estrella del Perú" en su declaración de principios el 19 de mayo de 1905. Apareció incluida en los pliegos de reclamos formulados en el Callao en noviembre de 1912 por la Unión General de Jornaleros de ese puerto y la Federación Obrera Regional del Perú con sede en Lima (integrada por la Sociedad de Resistencia de Obrero Galleteros y Anexos, la Federación de Electricistas, el Gremio Liberal de Empleados compuesto por mozos de hoteles, la Federación de Panaderos "Estrella del Perú" y la Unificación Proletaria Textil de Santa Catalina). También tomaron parte activa en esta campaña el grupo anárquico "Luchadores por la Verdad", editor del periódico La Protesta y el grupo "Luz y Amor", editor de folletos de propaganda sindicalista y libertaria.

No sólo por obra de los dirigentes y de la masa trabaja-dora sino también por la sensibilidad social del Presidente Billinghurst, éste expidió el decreto que estableció la jornada de ocho horas en el Muelle y Dársena del Callao; según la versión obrera, el documento oficial apareció, sin embargo, después de que la empresa había aceptado ese horario en trato directo. Algunos otros gremios del puerto también la obtuvieron.

En las huelgas que estallaron en 1913 en otros lugares y en las de 1916 fue planteada la misma reivindicación.

Desde que se expidió en 1918 la ley Manzanilla sobre el trabajo de las mujeres y niños que estableció para ellos la jornada de ocho horas, un grupo de dirigentes sindicales se puso de acuerdo en el plan de obtener la misma jornada para todos los obreros. El trabajo en las fábricas se hacía, en muchos casos, dentro del plazo de diez horas.


EL PARO GENERAL DE ENERO DE 1919

Cuando en diciembre de 1918 los obreros de la Fábrica Textil Inca plantearon demandas salariales y fueron a buscar la solidaridad de sus camaradas de Vitarte, hubo quienes creyeron que había llegado el momento propicio. Una nutrida asamblea en aquel lugar cercano a Lima hizo suya la demanda por la disminución de la jornada de trabajo, no obstante que algunos la creyeron imprudente, pues en otras partes había costado ríos de sangre. Un comité especial concertó los reclamos que habían sido presentados por los tejedores, los panaderos y otros gremios. Las huelgas se sucedieron a partir del 23 de diciembre de 1918. El local de reunión para los obreros fue el de la Federación de Estudiantes. El 13 de enero de 1919 se produjo el paro general. No se había visto en la capital una situación semejante desde la época de la elección de Billinghurst. Las noticias cablegráficas habían informado casi simultáneamente acerca de una sangrienta huelga en Buenos Aires que se convirtió, según se dijo entonces, en "un formidable movimiento maximalista y revolucionario".

La vida de Lima quedó virtualmente paralizada durante tres días —el 13, el 14 y el 15 de enero— al ser privada de sus más importantes servicios. Algunos tranvías que intentaron salir a las calles se vieron obligados a volver a los depósitos por haber sido apedreados. Los trenes al Callao tuvieron las mismas dificultades y los huelguistas volaron la línea férrea. Hubo choques entre la gendarmería y los obreros. El ejército hizo cumplir la consigna de no permitir grupos en las calles. Muchos focos de alumbrado público fueron destrozados. El segundo día del paro resultó más complicado por la escasez de abastecimientos en la ciudad. Todo el comercio cerró. El único vehículo que transitaba por las calles era el automóvil del comité de huelga. Al tercer día, 15 de enero, no se había llegado a un avenimiento, pese a las discusiones sostenidas en el Ministerio de Fomento. Una delegación de la Federación de Estudiantes, integrada por Víctor Raúl Haya de la Torre, Valentín Quesada y Bruno Bueno de la Fuente trató de buscar una fórmula para arreglar los conflictos.


LA JORNADA DE OCHO HORAS

El Ministro de Fomento Manuel Aurelio Vinelli sostuvo la necesidad de expedir un decreto para que fuese otorgada la jornada de ocho horas e insistió en que el movimiento obrero no tenía cariz político. Distinta era la opinión del Ministro de Gobierno. El Presidente Pardo apoyó a Vinelli y suscribió el decreto. Limitó éste a ocho el número de las horas de trabajo en los talleres o establecimientos del Estado. Señaló, asimismo, que en los talleres o establecimientos particulares la fijación de dichas horas de labor sería determinada, de mutuo acuerdo, por los propietarios, industriales o administradores y los operarios. A falta de avenimiento y mientras el Congreso legislara sobre el particular, la duración del trabajo sería de ocho horas, conservando los obreros el monto de sus salarios. Los conflictos que surgieran serían resueltos por árbitros, uno de ellos nombrado por el capital y otro por el trabajo, con un dirimente escogido por la Corte Suprema de la República. (15 de enero de 1919).

El paro fue levantado. Los obreros consideraron que habían alcanzado una gran conquista porque la jornada de ocho horas había sido reconocida sin derramamiento de sangre; y si bien las demandas planteadas en pliegos internos sobre aumento de salarios no tuvieron acogida, éstos fueron pagados por un trabajo menor y hubo compensaciones para quienes laboraban a destajo. Fue innecesaria, pues, la medida que adoptó el Gobierno al cambiar las autoridades de Lima y entregar la Prefectura y la Intendencia de Policía a jefes militares con la consigna de reprimir severamente cualquier desorden. El jueves 16 de enero la ciudad había recuperado su aspecto normal. La huelga continuó sin embargo, en Morococha de donde los obreros se repartieron por todo el departamento de Junín, en trenes puestos por el Gobierno, a buscar trabajo agrícola.


El mismo día 16 de enero los personeros de las fábricas de tejidos de lana y algodón como Vitarte, Inca, Victoria, San Jacinto, Progreso, Santa Catalina, y La Unión y Progreso, reunidos bajo la presidencia del delegado universitario Víctor Raúl Haya de la Torre, acordaron la formación de la Federación de Trabajadores de Tejidos del Perú para unificar a todo el elemento obrero de las fábricas de la industria textil; y, asimismo, realizar a favor de esta nueva institución la más activa propaganda a fin de convertirla en un verdadero centro de unificación proletaria.