LA
OIT Y LA FLEXIBILIDAD
Por Jorge Rendón Vásquez
Docteur en Droit por
l’Université Paris I (Sorbonne), Profesor Emérito de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos, Lima.
La
Organización Internacional del Trabajo (OIT) fue creada por el Tratado de
Versalles, suscrito el 28 de junio de 1919. Con este acuerdo se puso fin a la
Primera Guerra Mundial. Pero, además, con la OIT, las clases capitalistas de
los países más desarrollados económicamente y la Socialdemocracia entendían
poner fin a la lucha de clases y desterrar la revolución como procedimiento de
cambio social.
Así lo
habían ya determinado los dirigentes del capitalismo y de la Socialdemocracia
alemanes con el Pacto Stinnes-Legien. La Constitución de Weimar, aprobada en
junio de 1919, extendió y formalizó ese pacto por el cual la Socialdemocracia
renunciaba a la revolución, cuyo candente ejemplo estaba en Rusia, y una parte
del capitalismo alemán se comprometía a reconocer determinados derechos
sociales y la vía para alcanzarlos dentro del marco legal.
La OIT
fue concebida como un foro conformado por cuatro delegados de cada Estado: dos
del gobierno, uno de las organizaciones de empleadores y otro de las
organizaciones de trabajadores. Le atribuyeron la función principal de aprobar
convenios y recomendaciones sobre asuntos laborales y otros de significación
social, por una mayoría de dos tercios de sus integrantes. Los convenios
podrían ser incorporados a la legislación interna de cada país por el trámite
de la ratificación. En cambio, las recomendaciones complementarían los
convenios, los explicarían o quedarían como proyectos de convenios en espera de
su adopción.
Para
sus autores, la composición de la OIT debía reproducir a escala internacional
la función arbitral del Estado en los conflictos laborales internos. Tal la
causa de que a cada gobierno se le concediera dos votos de los cuatro
atribuidos a cada Estado. Así el poder decisorio de la OIT era asignado a los
gobiernos, casi todos capitalistas, cuyos delegados harían causa común con los
representantes empresariales. Esta conformación tan rígida no ha sido posible
cambiarla.
El
primer convenio aprobado por la conferencia de la OIT, poco después de haber
sido constituida, fue el reconocimiento de la jornada de ocho horas por la que
habían venido luchando los trabajadores desde mediados del siglo XIX. Para sus
creadores expresaba de manera pragmática el ánimo de conciliación para la que
esta organización había sido creada.
En los
años siguientes, el impulso inicial vivificante de la OIT perdió fuerza hasta
casi extinguirse, mientras los conflictos políticos y sociales se multiplicaban
y aumentaba la tensión interna e internacional.
Al
terminar la Segunda Guerra Mundial, el pacto social, conocido como “espíritu de
Weimar”, se reprodujo en la voluntad de las más importantes fuerzas económicas
y sociales europeas, incluidos los partidos comunistas. Tomó la forma de
constituciones políticas, la última de las cuales fue la española de 1978.
Los
Estados se agruparon en las Naciones Unidas, creada por decisión de los tres
grandes (Roosevelt, Churchill y Stalin), en las conferencias de Teherán, de
noviembre y diciembre de 1943, y de Yalta, de febrero de 1945. Su propulsor, el
presidente de los Estados Unidos Franklin D. Roosevelt, pretendía alejar con
ella el flagelo de la guerra y conferirle aplicación al Derecho Internacional
Público como la normativa rectora de las relaciones de los Estados. En torno a
las Naciones Unidas surgieron otras organizaciones especializadas, a las que
fue añadida la OIT.
Reflejando
este espíritu de cooperación y conciliación, la asamblea de las Naciones Unidas
aprobó la Declaración de Derechos Humanos en París, en diciembre de 1948, y la
conferencia de la OIT adoptó, por su parte, los convenios 87, en junio de 1948,
y 98 en junio de 1949, sobre la libertad sindical y la negociación colectiva.
Fueron los máximos logros de la OIT debidos a la euforia y al optimismo de las
mayorías sociales en esos años de la postguerra.
Luego,
esta organización ingresó a un largo período de existencia burocrática,
disimulado por una permanente campaña de autopropaganda y estimulado sólo por
la presencia de los países del Tercer Mundo.
Llevados
por su interés de controlar la actividad de la OIT, los países económicamente
más desarrollados mantuvieron en su conferencia y sus comisiones delegaciones
de profesionales especializados en representación de los gobiernos, empleadores
y trabajadores. Además, los delegados empresariales y laborales se agruparon en
determinadas organizaciones internacionales. Como resultado de la correlación
de fuerza entre esos grupos las decisiones de la OIT pasaron a elaborarse por
ellos. Los delegados de los países con menor desarrollado económico, que
ingresaron después, no disponían de la formación ni de los recursos necesarios
para contrarrestar esa influencia, y terminaron sumándose a uno u otro grupo.
Tras
esta manera de generar los acuerdos, la OIT continuaba bajo el dominio
inflexible del capitalismo gracias a su conformación de cuatro delegados por
Estado: dos del gobierno, uno de los empleadores y otro de los trabajadores, lo
que confiere a los gobiernos el 50% de los votos, a los empleadores del 25% y a
los trabajadores el 25% restante, tanto en la conferencia como en las
comisiones.
En el
trámite de la aprobación de los convenios y las recomendaciones esos
porcentajes funcionan de la manera siguiente.
Usualmente
los delegados de los gobiernos no intervienen en su discusión. El debate opone
a los delegados de los empleadores y los trabajadores, y es una verdadera
negociación colectiva, cuyo resultado depende en parte de la unidad de criterio
de las organizaciones de trabajadores, que no siempre se logra, puesto que
algunas se inclinan por las propuestas de los empresarios. Forzosamente,
entonces, el nivel protector de los trabajadores de cada proyecto de convenio o
de recomendación desciende hasta lograr la aceptación de los delegados
empresariales. Alcanzada la conformidad de los representantes de los
empresarios y los trabajadores, los proyectos de normas son presentados a la
conferencia, en la que, por lo general, los representantes de los gobiernos
suman su adhesión a lo que viene, salvo cuando algunos gobiernos de mucho poder
e influencia estiman que se ha ido muy lejos en los alcances de los proyectos y
los rechazan. Si un proyecto no reúne los dos tercios de los votos de la
conferencia (no de los asistentes) no se convierte en norma. Esto implica que,
para lograr la aprobación de una norma, al 25% de los votos de los empresarios
más el 25% de los votos de los trabajadores, para el caso de que ambos se
pronuncien a favor, se debe añadir aún un 17% de votos de los gobiernos. Nunca
en la historia de la OIT se ha dado el caso del voto conjunto de los gobiernos
y los trabajadores, haciendo la mayoría legal para aprobar un convenio o una
recomendación.
A
pesar del tenue o ínfimo nivel protector de los trabajadores de la mayor parte
de convenios de la OIT, para los trabajadores de muchos países con menor
desarrollo industrial, social y cultural no dejan de ser importantes y, si han
sido ratificados por sus gobiernos o parlamentos, se aferran a ellos, buscando
un trato más equitativo de sus empleadores. En los países más desarrollados
económicamente, los derechos de los trabajadores están, por lo general, por
encima de los mínimos de los convenios de la OIT y, por lo tanto, no los
invocan en sus reclamaciones.
Los
mismos porcentajes de votación operan cuando se examinan las quejas de las
delegaciones sindicales sobre el incumplimiento de determinados convenios, por
lo general sobre infracciones a la libertad sindical, o por otros motivos. Los
delegados de los empresarios y trabajadores en las comisiones pertinentes, en
su mayor parte profesionales en esta labor, escuchan las denuncias e interrogan
a los delegados gubernamentales del gobierno quejado, quienes niegan, casi
siempre, lo alegado de manera imperturbable y hasta indiferente. Y si se
llegara a declarar fundada una denuncia se cursará el acuerdo al gobierno
quejado, y allí quedarán las cosas, puesto que esas decisiones carecen de
imperium. A lo sumo, se podrá imaginar a los delegados de los gobiernos
condenados llevando un cucurucho adornado con un papel en el que se hubiera
escrito la palabra culpable.
Y, sin
embargo, hay siempre denuncias, en su mayor parte de las organizaciones
sindicales de los países menos desarrollados, que les insumen recursos en
viajes, hospedaje, alimentación y honorarios profesionales, y justifican la
existencia de las comisiones formadas por delegados y funcionarios encargados
de recibir y tramitar las denuncias.
La
presencia en la OIT de representantes de los Estados socialistas y de muchos
del Tercer Mundo, reunidos en el Grupo de los 77, determinó la formación de un
movimiento por la reforma de su estructura para darle mayor alcance y dinamismo
a la función protectora de los trabajadores. Desde la década del sesenta,
invariablemente todos los años, al reunirse la conferencia, se planteaba este
tema y hasta se creó una comisión especializada permanente para debatirlo.
Nunca se llegó a proponer a la conferencia los cambios sustanciales postulados
por esos delegados. No llegaban a los votos suficientes, según la Constitución
de la OIT. La desaparición de los Estados socialistas del Este europeo a fines
de la década del ochenta y comienzos de la del noventa y la dispersión del
Grupo de los 77 puso fin a esta campaña reformista.
El
mecanismo de la OIT favorable al capitalismo fue exacerbado por la ola
neoliberal desencadenada en la década del ochenta por los ideólogos de las
grandes corporaciones con la finalidad de reducir la protección social brindada
por el Estado de bienestar. Esta corriente se extendió a las relaciones
laborales con la denominación de “flexibilidad”, penetró en los ambientes
universitarios y convirtió en sus apóstoles a respetables profesores que habían
hecho carrera defendiendo el carácter protector de los trabajadores del Derecho
del Trabajo. Así preparado el terreno ideológico, la flexibilidad enroló a los
partidos de derecha, socialdemócratas y populistas, los que desde el Estado, a
cuyo control llegaron con una mayoría de votos de trabajadores, comenzaron la
demolición de los derechos sociales para incrementar las ganancias de los
empresarios.
Desbordada
sobre la OIT, esa ola la redujo a la condición de un campo casi inerte. Los
delegados empresariales se envalentonaron y los delegados de las organizaciones
de signo socialdemócrata tuvieron que bajar la voz. Aunque sin declararlo
oficialmente, la burocracia de la OIT amplificó la orientación de los grupos
que mandaban en el consejo de administración y la conferencia.
En
1998, la conferencia culminó la estrategia precarizadora, al limitar a cuatro
los principios que debían respetarse en las relaciones laborales: a) la
libertad de asociación sindical y el reconocimiento de la negociación
colectiva; b) la eliminación de toda forma de trabajo forzoso; c) la abolición
del trabajo infantil; y d) la eliminación de la discriminación en materia de
empleo y ocupación. Quedaba sobreentendido que el terreno estaba allanado para
hacer desaparecer los otros derechos sociales.
Un año
después, el consejo de administración, de composición marcadamente neoliberal,
nombró al chileno Juan Somavía, quien completó esa declaración, afirmando que
los cuatro principios indicados conforman lo que llamó “trabajo decente”. Se
debía suponer que es indecente el trabajo al que le faltan uno o más de esos
principios, y que no pierde el carácter decente el trabajo al que le sustraigan
los que tenga además de los cuatro indicados. La expresión “trabajo decente” se
difundió como un eslogan entre ciertos profesores universitarios y abogados,
incluso defensores de trabajadores, que la aclamaron como el vellocino de oro
laboral, sin reparar o fingiendo no reparar en su razón de ser. Juan Somavía
sirvió tan bien a sus mandantes que lo reeligieron dos veces, hasta 2014.
Y,
así, con su extensa y bien pagada burocracia, en Ginebra y en sus oficinas
regionales, la OIT sigue cumpliendo fiel y eficientemente el papel de diversión
para el que fue creada.
Como
en las fábulas de los grandes moralistas, se podría extraer de su condición una
moraleja: la adquisición y defensa de los derechos sociales depende de la
intensidad y constancia de la lucha de sus beneficiarios, los trabajadores, y
de la correlación de su fuerza con la de los grupos capitalistas. Los
trabajadores, sus dirigentes y sus asesores, que siguen obnubilados por la OIT,
tendrán que ver en algún momento que el escenario cinematográfico de esta organización
sólo les aporta fantasía mientras dura la función en sus comisiones y
conferencia.
Muchas gracias. Muy buen aporte, al dejar en evidencia estrategias de dominio-control, disimuladas bajo cosméticos de moda:
ResponderEliminar“...Llevados por su interés de controlar la actividad de la OIT, los países económicamente más desarrollados mantuvieron en su conferencia y sus comisiones delegaciones de profesionales especializados en representación de los gobiernos, empleadores y trabajadores. Además, los delegados empresariales y laborales se agruparon en determinadas organizaciones internacionales. Como resultado de la correlación de fuerza entre esos grupos las decisiones de la OIT pasaron a elaborarse por ellos. Los delegados de los países con menor desarrollado económico, que ingresaron después, no disponían de la formación ni de los recursos necesarios para contrarrestar esa influencia, y terminaron sumándose a uno u otro grupo...”.
...
“...En 1998, la conferencia culminó la estrategia precarizadora, al limitar a cuatro los principios que debían respetarse en las relaciones laborales: a) la libertad de asociación sindical y el reconocimiento de la negociación colectiva; b) la eliminación de toda forma de trabajo forzoso; c) la abolición del trabajo infantil; y d) la eliminación de la discriminación en materia de empleo y ocupación. Quedaba sobreentendido que el terreno estaba allanado para hacer desaparecer los otros derechos sociales.
Un año después, el consejo de administración, de composición marcadamente neoliberal, nombró al chileno Juan Somavía, quien completó esa declaración, afirmando que los cuatro principios indicados conforman lo que llamó “trabajo decente”. Se debía suponer que es indecente el trabajo al que le faltan uno o más de esos principios, y que no pierde el carácter decente el trabajo al que le sustraigan los que tenga además de los cuatro indicados. La expresión “trabajo decente” se difundió como un eslogan entre ciertos profesores universitarios y abogados, incluso defensores de trabajadores, que la aclamaron como el vellocino de oro laboral, sin reparar o fingiendo no reparar en su razón de ser. Juan Somavía sirvió tan bien a sus mandantes que lo reeligieron dos veces, hasta 2014...”.