domingo, 22 de mayo de 2022

EL PRINCIPIO DE LA SOLIDARIDAD Y LA CONSTITUCIÓN LATINOAMERICANA UNIFICADA-Dr. HELIOS SARTHOU

 


EL PRINCIPIO DE LA SOLIDARIDAD Y LA CONSTITUCIÓN LATINOAMERICANA UNIFICADA

HELIOS SARTHOU

(En Bases y Aportes para una Constitución de América Latina y el Caribe, 2005)

 

Sembrando solidaridad, cosecharemos hombres nuevos.

(Leyenda en el Ateneo del histórico Cerro, cuna del sindicalismo).

 

1.- La solidaridad y sus caracteres

34. Un emprendimiento cultural de la trascendencia de una Constitución unificada para América Latina obliga a trazar los nervios éticos en base a los cuales deberán desarrollarse los institutos jurídico-constitucionales. Y esta determinación supone opciones de sentido filosófico y de esencia ética de las relaciones sociales y políticas latinoamericanas en base a las cuales se procederá a la regulación.

Por supuesto que toda propuesta supone una orientación ideológica determinada que puede ser enteramente polémica y abierta a la rectificación. Ese carácter alcanza también a este aporte.

En la búsqueda indicada de los principios o construcciones teóricas fundadoras de un constitucionalismo actual y latinoamericano surge con evidencia la idea de libertad como categoría fundante de una ética de la vida del hombre.[1]' El esclavo no es, debiendo ser. Las formas de la esclavitud hipócrita, solapada, parcial, consentida, en este nuestro tiempo dramático son numerosas y, por supuesto, la libertad es un componente de la ética. De ahí el imperativo garantista de la libertad como objetivo básico e ineludible de la organización de la vida del hombre social.

Pero no compartimos la exclusividad que le acuerda Hegel al factor libertad cuando expresa que: «La ética es la idea de la libertad como bien viviente que tiene en la conciencia en sí su saber y su querer».

La libertad es esencial e insustituible, pero no es suficiente para definir la ontología ética. La ética, además de la idea de la libertad a la que aludía Hegel, se integra con otro componente esencial, que es la solidaridad que se despliega en el importante elenco de los derechos económico-sociales, que la lucha del movimiento obrero incorporó al capítulo de los derechos, deberes y garantías de nuestras Constituciones y en los demás derechos civiles, de la seguridad social y de orden político. Identificar la ética sólo con la libertad tiene una impronta de aislamiento e individualismo que necesita encuadrarse en el funcionamiento social del hombre. De donde la libertad es un presupuesto indispensable de la solidaridad y en el territorio de la ética en que nos ubicamos la solidaridad es un complemento ineludible de la libertad.

Un hombre libre no puede serlo espiritualmente si debe convivir con la miseria, el desamparo, el riesgo no cubierto, la injusticia y la desigualdad. El hombre emigra de su libertad, sin perderla, hacia la angustia exterior y se coloca en estado de solidaridad.

En las raíces de los derechos fundamentales del ser humano está presente la legitimación del imperativo solidario. De algún modo la vida del hombre es un ensayo o «tensión hacia algo» como horizonte. En el proyecto de vida de todo hombre bien construido éticamente, ese horizonte es la perfección moral, por más que la frustración sea reiterada. Por más que la meta no se cumpla. Al referirnos a la libertad y solidaridad, estamos hablando de la necesidad del equipamiento de derechos humanos fundamentales, cuya inclusión en la ley fundamental permite el enfrentamiento de la dominación simbólica, como la denominaba Pierre Bourdieu.

Los juristas debemos considerarnos incluidos, con nuestro aporte, en la lista de los luchadores mediante la lucha simbólica contra la violencia simbólica a que aludía Bourdieu cuando expresaba, sustituyendo la manida idea del intelectual orgánico, en cita que vale la pena reproducir no obstante su extensión: «Los artistas, los escritores y los sabios podrán entrar, sin peli-gro para ellos ni para los demás, en el combate para el cual están mejor pertrechados: la lucha simbólica contra la violencia simbólica. Suya es en efecto, la tarea de forjar los instrumentos de defensa y de crítica contra toda forma de poder simbólico, poder que ha conocido un formidable desarrollo tanto en el universo económico como en el mundo político hasta el punto deI pensamiento crítico lleva sin duda un retraso de varias guerras. Y dar v una fuerza simbólica a la crítica de la violencia simbólica».[2]

Hemos vivido en los últimos quince años la instalación de un poder simbólico y violento, en defensa del eficientísmo sobre todas las cosas, el libre comercio, las supranacionales, la filosofía individualista, el indiferentismo social y la insolidaridad. Todo bajo una apócrifa versión de la libertad, que es en realidad la esclavitud del hombre.

La violencia no es sólo la fuerza material sino también moral. La invasión ilógica de todos los espacios y resquicios de la sociedad para desarmar la interpretación humanista de la vida y la realización antropocéntrica del derecho y en general de la cultura entendida en sentido antropológico, como lo entendía Turnwald, y ahogar por esas vías el principio de la libertad y de la solidaridad.

El pensamiento neoliberal y la Escuela Económica del Derecho (A E D) han cumplido esa instalación del poder simbólico. Es por ello que, convocados a pensar la idea de la solidaridad en un proyecto constitucional, cada vez es más necesario entender que las Constituciones en sus principios fundamentales operen la síntesis de la auténtica libertad y la solidaridad debidamente diferenciada de la limosna o la caridad —pública o privada—.

Esto nos lleva a conceptualizar cuál es la naturaleza axiológica de la solidaridad. Si entra en las categorías de los valores o los principios, en tanto las formas de aprehensión y de aplicación son diferentes.

 

2.- La solidaridad: ¿principio o valor?

35. La ética —lo decimos sin pretensión dogmática sino con carácter descriptivo—, en última ratio está constituida por las pautas de conducta personal y de relación con los semejantes, en la magnitud representada teleológicamente por la construcción de los derechos fundamentales, materiales y espirituales del ser humano como entidad.

En tanto tal, está compuesta y asentada en principios permanentemente en lucha y transacción dialéctica, con el marco de resistencia y de acción y reacción imperante en la sociedad de economía de mercado.

Importa, en el esclarecimiento de la solidaridad, determinar si se le considera principio o valor. Hay autores que identifican ambos conceptos, principio y valor. Pero una corriente que ha contado con mucho predicamento, fundada en la filosofía de los valores, de Scheler, nos obliga a la diferenciación de ambos componentes de la ética.

Importa, asimismo, porque estamos para definir el rol de la solidaridad en el cuadro jurídico a incluir en términos de constitucionalidad.

Tomando la caracterización de los valores de Scheler, los valores son esencias que se ofrecen independientemente de una adecuación entre significación y efectación ya que son alógicas y como tales no se dejan caracterizar directamente por significaciones. En posición antikantiana, desde lo que llama Scheler su apriorismo material y su «intuicionismo emocional» —como lo ha sostenido Gurvitch[3]  «no siendo un acto de educación, la Wesenschau de Ips valores esencias se confunde aquí directamente con la intuición emocional pura dirigida inmediatamente sobre un dato imperceptible, como no sea por dicha intuición».

Esta aclaración es necesaria, pues se está manejando hoy por una tendencia en materia educacional la consigna de educación en valores, que abren el riesgo de la Wesenschau individualista, alógica, intuitiva, de interioridad emocional de algún modo intransferible.

Por esto consideramos que la solidaridad, lo solidario no pertenece al mundo de los valores, sino al mundo de los principios con dimensiones de tiempo y espacio, resultado de la lucha del pensamiento y la acción e inserta en la racionalidad.

Se podría sostener que caemos en el paralogismo de cuestión de palabras que señalaba nuestro filósofo Vaz Ferreira y que no importa el nombre de principio o valor.[4]

Sin embargo, entendemos que no es cuestión de palabras y que es preciso hacer constar que no estamos ni con la ortodoxia kantiana de jerarquización absoluta sobre la ordenación intelectual y racional de la realidad, ni tampoco en la ortodoxia intuicionista del valor revelado.

El principio está impregnado y en continua relación dialéctica con la realidad, pero con pautas ordenadoras de la racionalidad que tienen una teleología de construcción colectiva que, sin duda, emerge o debería emerger de la ley fundamental, como la denominaba Kelsen.

Si la solidaridad fuera un valor en el entendimiento que hemos objetado y, en consecuencia, alógico, irracional, de aprehensión intuitiva y emocional y, por lo tanto, individualista, no podría integrar el cuadro de derechos fundamentales de la persona, en tanto lógicos y racionalmente inteligibles y transmisibles. El valor se revela mientras que el principio es y debe ser y ha sido conquistado por la lógica y la racionalidad, el pensamiento y las luchas colectivas sociales. La solidaridad, como principio, ha atravesado y atraviesa siempre la cuerda floja de la contradicción y la duda. Debe ser conquistada.

Sin dudas, el ejemplo más claro es la solidaridad de la clase trabajadora[5] una de las áreas de la solidaridad que analizamos en un capítulo infra —y se instaló en las Constituciones luego de cruentas luchas sociales—. Nada más lejos que la revelación Scheleriana propia para el valor.

Esta faz de las reflexiones que desarrollamos[6] tiene por objetivo sostener que, además del despliegue que posee el principio de la solidaridad como base filosófica de los instrumentos constitucionales —como la seguridad social, las leyes obreras, la tuitividad de los hiposuficientes a que nos referiremos más adelante—, se hace necesario incluir la solidaridad como principio en forma expresa en la sección de derechos y deberes fundamentales do la persona, que falta en algunas Constituciones como la uruguaya, más allá que del contexto pueda resultar.

En tal caso, ese principio debería establecer —a nuestro juicio— el derecho deber de la solidaridad de y hacia todos los hombres y mujeres para el logro de la igualdad absoluta de las condiciones materiales y espirituales propias de la vida libre y digna del ser humano.

Pautas evolutivas del principio de solidaridad

1.- El siglo XIX

36. Definida la posición sobre la naturaleza de la solidaridad como principio y no valor —sin dejar de reconocer lo polémico del tema—, esto nos conduce a identificar históricamente cómo se ha dado el proceso de construcción de ese principio. Es decir, la lucha fáctica e intelectual para establecerlo en el universo axiológico de nuestras sociedades.

El principio de solidaridad tiene las características de su necesariedad, de generación de un derecho con contenido técnico-jurídico. Absolutamente distanciado y distinto de la arbitrariedad de la caridad —aún cuando sea benéfica—, o la beneficencia o asistencia privada o pública. Esto vale la pena aclararlo, porque en esta época en que está en juego lo que Monereo llama «La nueva cuestión social», se invoca la solución de emergencia en base a la política asistencial. No valen confusiones: la crisis no es hoy una emergencia excepcional sino una consecuencia del sistema.

A diferencia de la política asistencial, el principio de solidaridad ataca las causas. No repara con dinero, que es rasgo principal de la beneficencia privada, pública, clientelista desde el Estado.

Este siglo XXI y el anterior siglo XX son herederos firmes del siglo XIX en todas sus instituciones esenciales, con el agregado del resurgimiento liberal bajo la forma del auge del llamado neoliberalismo y la globalización, propios de fines del siglo XX.

No desconocemos con esto que el principio de solidaridad tuvo expresiones en la antigüedad, pero respecto de nuestra temática nos importa a partir de la Edad Media. Se dan expresiones del principio de solidaridad en las insurrecciones aldeanas en Inglaterra, las sublevaciones sociales en Alemania, en la etapa del Renacimiento el surgimiento de las utopías tanto inglesas como italianas (Tomás Moro, Campanella, el Estado del Sol, etc.).[7] Y lógicamente debe mencionarse a la conjuración de los iguales en la Revolución el socialismo utópico y los saintsimonianos. Clases sociales, partidos políticos y luchadores sociales se unen en tales conflictos por un comiso con la solidaridad respecto de los explotados y de los desamparados.

Todo esto antes del desarrollo del proceso solidario, obrero y social que marca la reacción popular contra la Revolución Industrial, donde la solidaridad se corporiza en organizaciones de lucha por la justicia social.

La Revolución industrial marcó sin duda, sobre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, a la historia y la vida del siglo XX.

El Derecho como categoría cultural, al igual que el trabajo en la acepción antropológica ya citada, que considera cultural todos los elementos integrantes del «hábitat del hombre», trató de captar y regular el trabajo subordinado.

No pudo hacerlo en la esclavitud cuando el trabajador era una cosa. Tampoco con el feudalismo, en que el hombre era un siervo. La paradoja que ha esclarecido el marxismo es que, cuando el trabajador subordinado adquiere su libertad respecto del antiguo amo y el señor feudal, cae en la prisión de Iras cadenas férreas que son las de la explotación del capital deshumanizado y salvaje de la revolución industrial.

Decíamos en trabajo sobre el tema «La magia de la libertad sindical» que nació en las entrañas vivas del acontecer social y no del gabinete aséptico y formal del jurista. Se ganó por el pueblo en las calles —sin metáfora— de la Revolución Industrial, y se tiene que seguir ganando día a día frente a la represión en los campos y ciudades del subdesarrollo y en los suburbios fabriles de las sociedades desarrolladas. La magia a que alude Verdier, fabricó este milagro de la parábola en el tiempo que hizo del delito de coalición y huelga de la corte de Sir William Pitt y del Código Penal francés el prestigioso derecho del hombre de nuestras Constituciones de hoy.[8]

Estamos convencidos que, sin la materia prima de la solidaridad de los hombres, nada de esto se hubiera podido lograr.

Como es sabido, la Revolución Industrial instauró una explotación inicua del hombre contra el hombre, un desamparo total de niños y mujeres trabajadores, en todos los aspectos de la vida laboral y social.

Como el Estado liberal permanecía paralítico sin la solidaridad de la clase trabajadora que crecía en la rebeldía comunicada y solidaria de la gran usina fabril, no hubieran existido posiblemente sindicatos, ni el derecho de huelga, ni el movimiento obrero internacional y unificado, ni la legislación laboral incipiente correctora del abuso, ni la negociación de los convenios. Inclusive, no hubiera sido posible el reclutamiento de luchadores ideológicos que la solidaridad convocó y no se hubiera dispuesto de las ideologías (socialismo, anarquismo, comunismo y pensamiento social cristiano) que orientaron la estrategia de la lucha hacia el cambio profundo de la sociedad, especialmente el marxismo científico, el anarquismo y la internacional de trabajadores de 1864 fueron decisivos en el proceso. Las revoluciones sociales del 30', del 48' y la Comuna de París en Francia, marcan el camino de la acción solidaria colectiva propia de las luchas sociales de ese tiempo histórico.

En resumen, el Derecho, sea como regulador del trabajo subordinado o de la situación de riesgo del hombre como ser viviente, construyó los caminos para la afirmación del principio de la solidaridad, como consecuencia de la lucha social y humana difícil que abarcó desde fines del siglo XVIII hasta principios del siglo XX.

2.- El solidarismo de Bourgeois

En tal escueto repaso merece un párrafo especial el pensamiento de Leon Bourgeois, porque hizo de la solidaridad el eje de su pensamiento teórico y de su accionar político. En efecto, en el análisis histórico de la formación de la solidaridad no es posible dejar de señalar a Leon Bourgeois.

A fines del siglo XIX publica su ensayo «La solidaridad», título que indica la naturaleza de su compromiso. Fundador del solidarismo o llamado también «solidarismo radical», Bourgeois sostiene que el hecho social engendra un crédito social que debe ser pagado a la sociedad por los beneficiados, a título de deuda solidaria.[9]

El solidarismo prestigió y defendió el principio de la solidaridad, lo que le valiera en su tiempo el calificativo de «cuasisocialismo». Engendró un movimiento que logró, en la Francia de su tiempo, un importante intervencionismo del Estado muy importante en el campo económico.

Como lo ha sostenido Marcel Prelot, también la democracia cristiana podía reconocer una similitud con el solidarismo de Bourgeois.

3.- La constitucionalización social

La incorporación a las Constituciones, como se sabe, de Querétaro y de Weimar a principios del siglo XX, representó la condensación jurídica del segundo paquete de derechos humanos —o sea los derechos económicos y sociales— que habían impregnado las luchas del siglo XIX.

Asistimos a la constitucionalización y documentación de la solidaridad frente al trabajo, en la norma de mayor jerarquía del Estado. No dejamos de reconocer, como ya lo hemos dicho antes, que la constitucionalización social fue una transacción formal y una tregua en el enfrentamiento de la cuestión social, que se definió por el reconocimiento respectivo de derechos de los empresarios y de los trabajadores, incluyendo las libertades sindicales, la limitación de la jornada y la justa remuneración —entre otros derechos- que funcionaron en el plano declarativo.

4.- El ataque del neoliberalismo contra los derechos laborales

37.- Finalizando la década del 80' del siglo pasado, la caída del llamado socialismo real y la intensificación de la globalización y el neoliberalismo, atacando el intervencionismo tuitivo estatal y la justicia social emergente de Ias luchas del siglo XIX, generaron una profunda crisis del empleo, la desprotección laboral, constituyéndose en lo que, según ya se dijo, Monereo[10] llamaron la «nueva cuestión social».

La prédica de la flexibilización laboral y la desregulación buscó, prácticamente en aras del mercado —como lo ha señalado Barbagelata—,[11] la virtual destrucción de la autonomía del Derecho del Trabajo.

El eje teórico de este proceso, con base en Stuart Mill, fue el resurgimiento del pensamiento neoliberal de Von Hagen (1946) y con la escuela de AED (Análisis Económica del Derecho) a partir de 1960.

Sin dudas, es el tiempo presente que hemos heredado, en el cual el principio de la solidaridad lucha y se debate en el marco de las consecuencias del pensamiento neoliberal y de la acción de las fuerzas de los organismos de crédito internacional y el empresismo de poderosa magnitud.

Como hemos dicho antes, la solidaridad y las libertades sindicales constituyen el «antiproducto cultural» —valga la expresión— de la Revolución Industrial. Decimos antiproducto en tanto es la expresión del régimen, pero también su negación, su antítesis dialéctica que determinará la síntesis transaccional formal de la constitucionalización social, dejando sin resolver la cuestión social pero permitiendo la tuitividad limitada —pero tuitividad al fin— del trabajo subordinado.

En consecuencia, la solidaridad es el gran principio inspirador que, desplegado en los derechos económicos y sociales de la libertad sindical, el derecho de huelga, la justa remuneración, la limitación de la jornada, entre otros, se incorporan al rango constitucional en el proceso de la constitucionalización social que alumbró la segunda generación de derechos humanos constitucionalizados.

No es casualidad que el afán destructivo del neoliberalismo haya dirigido sus objetivos más fuertes en el plano causal, tratando de dirigir hacia el egoísmo individualista para atacar el sentimiento y la prevención y acción de la solidaridad como idea fuerza.

El enfoque ideológico contrario al principio de solidaridad del neoliberalismo se centra en una filosofía radicalmente individualista, que excluye la intervención reguladora del Estado sobre las relaciones económicas.

La competitividad, el criterio de la eficiencia lucrativa y la destrucción de la solidaridad son claves del empuje neoliberal que sustenta el proceso flexibilizador y desregulador del Derecho del Trabajo.

Con acierto, el Dr. Barbagelata ha definido como teología del mercado esta línea ideológica neoliberal, que busca el achicamiento del Estado, el lucro empresarial, la defensa de las supranacionales y el virtual aniquilamiento de la justicia del trabajo.

A veces se ha reducido a Von Hagen en esta tarea de ataque a la existencia misma del Derecho del Trabajo y a su tuitividad. Pero buena tarea también cumplió la escuela de Análisis del Derecho Económico, que reivindica el homo economicus, definido por Postner como: «El hombre es un maximizador racional de los fines de su vida, sus satisfacciones (lo que llamaremos el interes propio)».[12] Postner es el mismo que sostiene que los sindicatos son basicamente, carteles de trabajadores. Puede señalarse, como el ejemplo  extremista de la escuela, el famoso teorema de Coase. En el teorema de Coase como lo señala Ugarte, «el Derecho es un mero instrumento de creación del mercado en los casos en que éste, por los altos costos de transacción no funciona por sí solo».[13]

Como se ve, la trilogía: la eficiencia, el mercado y el egoísmo individualista, claros enemigos de toda solidaridad, que es nuestro tema.

En eI sistema de economía de mercado, que arranca con la Revolución industrial, se crean los anticuerpos determinantes de la solidaridad. El Derecho, sea corno regulador del trabajo subordinado o de la situación de riesgo del hombre como ser viviente, construyó los caminos para la afirmación del principio de la solidaridad. Lucha social y humana difícil que abarcó desde fines del siglo XVIII hasta principios del siglo XX.

5.- La seguridad social

38. Si el arranque de la solidaridad tiene lugar en el proceso de luchas del siglo y medio de la clase trabajadora, hay que reconocer que existe una vertiente de solidaridad que se desarrolla durante el mismo siglo XIX, no exclusivamente clasista, que, si bien está en los programas de la clase trabajadora, avanza y se amplía hacia toda la sociedad, que es la concepción la seguridad social.

Esta vertiente de la solidaridad no tiene que ver únicamente con la explotación del trabajador y los riesgos del trabajo —que los incluye—, sino que comprende la lucha contra el riesgo o carga emergente de la vida, resultante de la enfermedad común, la vejez, el fallecimiento del pasivo. Es el hombre frente al riesgo que implica el vivir y no exclusivamente el hombre enfrentado al empleador.

A lo largo del siglo XIX se desarrollan las sociedades de socorros mutuos en que la solidaridad encarna en la actividad privada, pero al finalizar el siglo XIX, con Bismarck, se introducen los primeros seguros sociales basados en la solidaridad y en el cálculo de probabilidades del riesgo.

También en esta disciplina operó la flexibilización y el neoliberalismo y a fines del siglo XX tuvo un avance muy importante la privatización desolidarizadora consistente en la privatización de la seguridad social. Ya hemos dicho que un área constitucional comprendida en los textos constitucionales suele garantizar la solidaridad frente al riesgo o carga.

Áreas constitucionales de la solidaridad

39. El principio de solidaridad informa, sostiene y se despliega en diversas áreas rectoras del funcionamiento social.

Sin pretensión de exhaustividad consideramos que el motor tuitivo que, de acuerdo con el principio de solidaridad, se expresa en las distintas áreas constitucionales, constituye el soporte ideológico de los textos de la Constitución.

Una primera área de la solidaridad en el trabajo subordinado tiene una sub-área constituida por las normas constitucionales relacionadas con la libertad sindical, el ejercicio del derecho de huelga y la autonomía colectiva. Puede señalarse que, en este caso, la solidaridad es de clase, de la clase trabajadora, que se concreta en el efecto de las normas constitucionales respecto de las categorías. Adoptamos, para la definición de la categoría, la tesis de Jaeger, que la caracteriza por ser una serie infinita de personas ubicadas en el mismo estadio de la actividad económica y de la producción y que está abierta, en los extremos, para el ingreso o egreso de miembros de la misma. La representación gremial vuelca los efectos jurídicos sobre todos los integrantes de la categoría.

Una segunda sub-área de la solidaridad constitucional en cuanto al trabajo, está representada por las normas constitucionales que se refieren a los derechos a la remuneración, al trabajo, al descanso, al respeto de la personalidad del trabajador, entre otros, y a los demás derechos que como persona tiene el trabajador, en virtud de las libertades individuales de la expresión, de movimiento, que debe tener todo ser humano.

Una segunda área es la que introduce la solidaridad en el enfrentamiento de los riesgos laborales o de vida del trabajador. Es el área de la seguridad que genera los derechos a los seguros sociales, a la vivienda, a la atención de la salud, como asimismo frente a los accidentes de trabajo y enfermedades profesionales. También al riesgo de desocupación y a la carga emergente de la maternidad, todo esto dicho entre otros, pues no se agotan en la ejemplificación todos los casos comprendidos.

El carácter de tercer área incluimos la solidaridad política. Esta área toma en cuenta la solidaridad en dos aspectos. En primer término, en el vínculo por los partidos y otros nucleamientos políticos, así como la participación de la comunidad organizada en el ejercicio de la soberanía y de la democracia directa, en el referéndum, en la iniciativa popular y en el acto eleccionario.

La cuarta área es la que tiene que ver con el campo del medio ambiente, creando la obligación emanada de un principio solidario del cuidado y la protección para evitar el daño ambiental.

Sin duda, estos distintos campos constitucionales trasladan a la normativa un sentido de expresión y de solidaridad que, de algún modo, precursoramente había planteado Leon Bourgeois.

Las distintas libertades, derechos y deberes contenidos en las distintas —sin exhaustividad, según ya se dijo— deben estar constitucionalizadas, para preservarlas de las eventuales vocaciones autoritarias.

El neoconstitucionalismo operativo

1.- La tensión dialéctica entre norma y realidad

40. Vale la pena recordar, como se sabe, que la herencia del declaracionismo de origen latino y francés, ha tenido influencia histórica para que a menudo, especialmente en el área de nuestro subdesarrollo americano las Constituciones declaren derechos y formulen principios que no se encarnan en la realidad.

No se deja de reconocer que, las declaraciones sobre los derechos humanos, han tenido trascendencia en el plano teórico para la conformación de una avanzada en el pensamiento de la humanidad.

Pero ha sido, y aún es cierto, que frecuentemente muchas de esas normas que representan la justicia social, que los desamparados demandan al poder político, en vano, o que las soportan estoicamente como violación de las promesas electorales, puede decirse que quedan en la existencia meramente tipográfica.

El salto a la realidad, el encarnamiento en la geografía concreta y viva de la sociedad por parte de las normas constitucionales, sufre la odisea del legislador fiel que la transforme en norma desplegada para obligar al cumplimiento de los principios.

Esta contradicción entre norma constitucional y realidad, pasando por el intermedio de la omisión del Poder Político suele convertir al principio constitucionalizado, en un totem venerado perteneciente al mundo de la ficción, mientras los representantes disfrutan de las galas de la democracia representativa.

El juego de la lucha de clases en el marco subdesarrollado, por lo menos, genera la traición legal a la norma constitucional por la omisión reglamentaria o la deformación activa.

Así ha venido sucediendo en nuestro tiempo actual y latinoamericano, con derechos humanos esenciales del segundo paquete de derechos humanos, económicos y sociales, que el proceso de la constitucionalización social incorporó a nuestra ley fundamental. La ejemplificación uruguaya señala entre otros: la protección a la vida y a la personalidad del hombre (artículo 7); el derecho – deber al trabajo (artículo 53); la justa remuneración y la limitación de la jornada (artículo 54); la promoción de los sindicatos (artículo 57); el fuero sindical (Convenio de OIT n.° 98). Sin duda esto se extiende a la mayoría de nuestros países latinoamericanos. Lo mismo ha sucedido con los derechos civiles y políticos.

En trance de recorrer el camino del proyecto de una unificada Constitución latinoamericana, que la urgencia promotora y lúcida de Capón Filas y otros compañeros ha puesto en marcha contra todos los vientos, y que compartimos, aparece entonces como fundamental para eludir las «trampas en el solitario».

Aparece hoy como imperativo el necesario garantismo incorporado al texto constitucional, para pasar del simulacro a la vida real. En efecto, podemos decir, tomando prestado al poeta: «Podría escribir los versos jurídicos más justos esta noche, pero los veríamos disueltos ante la luz del amanecer con el primer gesto de la realidad».

2.- Hacia normas constitucionales garantizadas

En necesario un neoconstitucionalismo para nuestro tiempo, no meramente declarativo, que incluya los medios para la autoejecutabilidad de la norma máxima.

Sería preciso incorporar un principio constitucional de autoejecutabilidad lo constitucional, más allá que la ortodoxia técnico-jurídica proteste, reclamando para la norma constitucional el cuadro vacío a llenar por la legislación siempre manipulable.

Terminar con el monopolio de la ley, que traba y tranca —y ha trabado y trancado— un proceso de constitucionalización social que no fue logrado en el silencio de los estudios jurídicos, sino en las calles y los campos de nuestra América Latina morena. Sería precisa alguna acción popular que pudiera excitar la iniciativa de los jueces para que activaran el dispositivo constitucional. No basta con la obligación de fallar, es preciso que el texto Constitucional tenga los elementos intelectuales auxiliares para que se pueda ejecutar la norma, sin necesidad de la morosa intervención de los cuadros de la democracia representativa.

Dice Prieto Santchiz, que con acierto ha señalado para esta propuesta de constitucionalismo operativo la referencia a Constituciones normativas garantizadas, rechazando el fetichismo de «la ley es la ley»: «... la ley es la ley. Era verdad a medias que ocultaba que la ley es, además, expresión de la voluntad del poder y que encarna un cierto punto de vista sobre la justicia». Y más adelante agrega: «Constituciones garantizadas sin contenido normativo y Constituciones con más o menos denso contenido normativo, pero no garantizadas. En cierto modo, este es el dilema que viene a resolver el neoconstitucionalismo, apostando por una conjugación de ambos modelos: instituciones normativas garantizadas». Porque como dice también el citado autor: «El Derecho sigue siendo, ahora como antes, más el fruto de la voluntad que dé la razón, más del poder que de la verdad».[14]

De ahí que el constitucionalismo declarativo de los principios fundamentales del hombre debe estar dotado de las normas jurídicas, para que los derechos sean cadáveres teóricos prestigiosos ante la mirada absorta e impotente del intérprete.

Para que la ética implícita en ese reconocimiento de derechos esenciales no quede embotada ni deformada por el silencio y la frustración de la ley. Hay que pensar en la aplicabilidad directa de la Constitución por los jueces. Lo que, por supuesto, no supone ni su omnipotencia ni que nos situemos no la tesis del derecho de los jueces, porque la implementación de las normas constitucionales adaptadas para la autoaplicabilidad habrá de aportar la debida regulación.

Por seguir con el ejemplo uruguayo, varios principios como la justa remuneración, el derecho al trabajo, el respeto de la personalidad biológica del trabajador, vienen durmiendo el sueño de 70 años mientras esperan el beso del príncipe legislador que, como en los cuentos infantiles, los despierte.

La necesidad del constitucionalismo garantizado[15] surge, más claro que nunca, en estos momentos en que en nuestros países estamos soportando leyes de impunidad violatorias de los derechos humanos, en tanto los errores de la democracia representativa sólo se corrigen con más democracia y nunca con autoritarismo, deberán existir medios e institutos de democracia directa también operativos.

Por supuesto, que todo ello supone también un Poder Judicial independiente del poder político y con autonomía financiera.

 

3.- El principio de no regresividad

Si alguna idea integra el imaginario social en este tiempo, después de la cosecha neoliberal, es la de que no es posible retroceder un milímetro de la situación desesperada del trabajador, de los desocupados y, en general, de los desamparados. Jurídicamente, el freno expresivo de esa idea colectiva es el establecimiento del principio de no regresividad y los derechos fundamentales del hombre y la mujer en la sociedad de nuestro tiempo.

La verdad es que no puede haber retroceso en los aspectos necesarios del existir y, especialmente, en lo que tiene que ver con la calidad de vida. Ante los economistas y políticos de los órganos de créditos internacionales, gerentes de nuestros países latinoamericanos, deberá promover la barrera de la no regresividad de los derechos humanos.

El ser humano posee el derecho a un progreso indefinido. Es una consecuencia de la razón y de la preservación de la especie. La doctrina, con todo fundamento, respalda en el PIDESC (Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales), aprobado en nuestro país por ley 13.751 15. Del 11/07/1969, la consagración constitucional de la prohibición de regresividad, en tanto nuestro artículo 72 habilita el ingreso de derechos humanos en el texto constitucional, siempre que sean de los inherentes, a la personalidad humana.

Así lo sostienen, para el caso de Argentina, Abramovich y Courtis, cuando expresan: «Debido a esta similar estructura conceptual, nos vemos inclinados a afirmar, que en la Argentina la consagración constitucional de la prohibición de regresividad, producida por la asignación de jerarquía constitucional al PIDESC, a partir de la reforma de 1994, ha agregado un nuevo criterio al control de razonabilidad de las leyes y reglamentos cuando se judicialmente la adopción de normas que reglamentan derechos económicos, sociales y culturales».[16]

4.- Hacia el futuro

La atención del constitucionalismo hacia el futuro, es de alta trascendencia. Hoy, tanto la morosidad de la ley como la tergiversación de los textos constitucionales, permite que la injusticia sobreviva y que la dignidad del ser humano se vea absolutamente desprotegida y en crisis.

Decía nuestro filósofo Ardau: «Fin en sí el hombre, como resultado necesario 1 I dignidad de la condición humana. No de cualquier dignidad». Y agrega: «..En ninguno de estos casos se trata de aquella dignidad inalienable e imprescriptible de que, después de todo -ocurra lo que ocurra, haga lo que use alguien estipulado, por su sola calidad de hombre: la dignidad de condición humana».[17]

Y expresa, a la vez, Capón Filas, explicando los términos de su teoría sistémica, que, el Derecho, en su conducta transformadora: «... retorna a la realidad, modificándola, para que el hombre como persona devenga lo que es centro referencial de la sociedad civil».[18]

Conclusión

Al terminar, saliéndonos de nuestro tema, en medio del hambre, de la soledad y de los dueños de la nada, es bueno recordar que el Derecho podría ser una herramienta para el cambio profundo. Pero todos los días nace violador de sus ideas por un cargo. Sería bueno tener en cuenta que nada dura. Salvo la lucha que damos por nuestra verdad mientras vivimos, aún contra los modernos molinos de viento del Caballero de la Mancha.



[1] Compartimos el pensamiento de Rousseau respecto del carácter implícito de la igualdad en la libertad, según lo señala Rodolfo Mondolfo: "Este principio de libertad, afirmado como exigencia de dignidad humana, con su valor universalista implica también, naturalmente, el principio de igualdad que por mérito de Rousseau, dice Engels, ejerce una función teórica, política y social tan basta desde la Revolución Francesa". (Rodolfo Mondolfo, pág. 131, "Rousseau y la conciencia moderna", Colección "Ensayos", EUDEBA, 1967).

 

[2] Pierre Bourdieu, en el artículo "Los muros mentales", "Cuadernos de Marcha", Uruguay, noviembre de 1943, pág. 4.

 

[3] Georges Gurvitch, "Las tendencias actuales de la filosofía alemana", Editorial Losada, Buenos Aires, 1939, pág. 92. Reproduciendo Gurvitch el pensamiento de Scheller de "El formalismo en la moral y la ética material de los valores". Pág. 4.

 

[4] Vaz Ferreira establece un vínculo importante entre ética y conducta, expresando: "Me refiero en mi "Moral para intelectuales" a la relación entre la manera de moralizar y la conducta comparando dos tipos de hombres a globos, de los cuales unos subieran sin barquilla y otros con ella. El globo que sube sin barquilla —digo allí—subirá muy alto, sin que eso tenga valor ninguno, porque deja el peso en el suelo. Lo que tiene valor es subir todo lo que se pueda levantando la carga; que la moral se eleve todo lo alto posible, levantando la conducta". (Carlos Vaz Ferreira, "Fermentario", Centro Editor de América Latina, 1968).

[5] Es importante para el esclarecimiento del rol de la clase trabajadora las reflexiones que el grupo de laboralistas García, Gianibelli, Megüida, Meik y Rozemberg realizan bajo los sugestivos títulos "El derecho a tener derechos" y "De la libertad sindical de a la libertad sindical como" cuando expresa: "Para avanzar en términos de instrumentalidad defensiva de la libertad sindical, es necesario situar el análisis más allá de la libertad de asociación, esto es pasar de la visión única de la libertad sindical como "libertad de", es decir como derecho de organizarse colectivamente en titularidad de los trabajadores, asunto que ya no admite discusiones, al debate sobre el ejercicio de la libertad sindical "cómo" y "dónde" ". (Separata de la Revista de Derecho Social Española, dirigida por Antonio Baylos, pág. 233 de dicha revista).

[6] Es posible que se consideren las referencias como internándose en lo filosófico, con ajenidad respecto de la estrictamente jurídico. Sin embargo, compartimos lo que decía Cicerón en su libro "De las leyes" cuando habla en el diálogo por boca de ático: "Parece que consideras que la ciencia del Derecho ha de ser bebida, no en el edicto del pretor, como ahora lo hacen los más, ni tampoco en las doce tablas, como los antepasados, sino enteramente en lo íntimo de la filosofía".

 

[7] Los criterios ideológicos de estos movimientos del período, en relación con la solidaridad, pueden leerse en Max Veer, "Historia general del socialismo", Tercera Parte, págs. 196 y ss.

 

[8] Ver artículo de Helios Sarthou "Rasgos ontológicos generales de la libertad sindical", págs. 175 y 176, en el libro "Instituciones de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la Academia Iberoamericana de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social", Universidad Nacional Autónoma de México, 1997.

 

[9] Marcel Prelot, "Historia de las ideas políticas", Ediciones "La Ley", Buenos Aires 1971, pág. 741. El autor caracteriza el solidarismo de Bourgeois expresando: "El hecho social engendra un crédito social. En la sociedad, cada individuo saca provecho de la civilización y goza del patrimonio común, por lo que es a la vez participante, beneficiario y asociado obligado al pago de su parte de deudas.

[10] "La nueva cuestión social va a exigir, seguramente, una reformulación (un enriquecimiento) de la noción de ciudadanía social, como pertenencia social reconocida en el marco de la comunidad política: una nueva ciudadanía social y consiguientemente de los derechos económicos, sociales y culturales de los trabajadores profesionales y atendiendo a la especificidad de su particular posición jurídico-contractual". (José Luis Monereo Pérez, "Fundamentos doctrinales del Derecho Social en España", Editorial Trotta, 1999, pág. 213).

[11]En su libro "El particularismo del Derecho del Trabajo", FCU, Montevideo 1995, el profesor Barbagelata señala, definiendo lo que llama la Teología del Mercado: "En consecuencia, los adeptos al neoliberalismo continúan siendo en sustancia, partidarios del laissez-faire y del achicamiento del Estado, tanto en su dimensión como en sus fines. Obviamente condenan todas las acciones que puedan distorsionar el funcionamiento de un mercado libre, reclaman la desregulación de la economía, así como la restitución al sector privado de las empresas estatizadas y son hostiles tanto a las interferencias de la legislación como a las acciones colectivas".

 

[12] José Luis Reveliato, "La encrucijada de la ética", Editorial Nordan, octubre de 2000, pág. 69: "Se trata de una inversión de los valores y de una negación de los derechos humanos. La ética neoliberal exige un cambio de corazones, desde la solidaridad hacia las leyes del libre mercado. El derecho a la vida es privatizado; deja de ser un problema de la sociedad y pasa a ser un problema de cada individuo. La solidaridad es, en todo caso, innecesario y super erogatoria. Queda en las decisiones de cada uno ser solidario o no. La ética mínima —y necesaria— es la ética del mercado" (France Hinkel Ammert, 1987, pág. 23).

[13] José Luis Ugarte, "Análisis Económico del Derecho", Edición "Cuadernos de Fundación", FCU, 2001, Montevideo, página 21. En página 52 el autor refleja el antagonismo ético entre la Escuela de AED y el Derecho del Trabajo, expresando: "... de hecho, quizás no exista otra área o rama del Derecho donde una tensión ideológica con el AED quede más en evidencia: mientras para este movimiento legal el sistema jurídico debe procurar la eficiencia económica, entendida como la situación donde exista la mayor riqueza posible, atendiendo la escasez de recursos, para el Derecho del Trabajo, como se sabe de antiguo, la idea es la distribución equitativa de dichos recursos entre quienes colaboran, en este caso subordinadamente, a generarlos".

 

[14] Luis Prieto Santchiz, "Derechos fundamentales, neoconstitucionalismo y ponderación judicial", Palestra Ediciones, Lima 2002, págs. 116, 222 y 223.

[15] La relevancia hacia el futuro de la fuente constitucional para hacer efectivos los derechos a través de un neoconstitucionalismo operativo es un enfoque que consideramos de trascendencia, inclusive para la efectividad de la democracia misma, vistas las insuficiencias del rol legislativo. En el camino también de la inclusión de los tratados en el texto constitucional, como sucede con el artículo 72 de la Constitución Uruguaya y con las Constituciones de otros países como Argentina, que ha permitido destacar la aplicación del bloque de constitucionalidad —como lo indicaba Barbagelata—, es también un avance de trascendencia. Autores como Prieto Santchiz, Zagrebellsky, Barbagelata, Capón Filas y Ferrajoli (desde la Revista "Contexto", n° 2), entre otros, han abierto ese camino.

 

[16] "Debido a esta similar estructura conceptual, nos vemos inclinados a afirmar que, en la Argentina, la consagración constitucional de la prohibición de regresividad producida por la asignación de jerarquía constitucional al PIDESC, a partir de la reforma de 1994, ha agregado un nuevo criterio al control de razonabilidad de las leyes y reglamentos cuando se examina judicialmente la adopción de normas que reglamentan derechos económicos, sociales y culturales". (Víctor Abramovich, Cristian Courtis "Los derechos sociales como derechos exigibles", Editorial Trotta, pág. 96, Madrid 2002).

[17] Arturo Ardau, "Espacio e inteligencia", FCU, 1993, pág. 140.

[18] Rodolfo Capón Filas, "Derecho del Trabajo", Librería Editora Platense, La Plata, 1998, pág. 1.

 

viernes, 20 de mayo de 2022

Carta abierta a los actuales dirigentes de la CGTP-Por Jorge Rendón Vásquez.

 

Carta abierta a los actuales dirigentes de la CGTP
Por Jorge Rendón Vásquez

Profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

 

Me dirijo a ustedes, en atención a dos consideraciones: la importancia histórica de la CGTP y la posición que han adoptado con respecto al Proyecto de Ley General del Trabajo.

La CGTP fue creada el 17 de mayo de 1929, a instancias de José Carlos Mariátegui, como parte de un proyecto de organización de los trabajadores peruanos para la defensa de sus derechos e intereses, y para contribuir a la iluminación de su conciencia de clase y política. A pesar de su inexperiencia inicial y la persecución política y policiaca, sus primeros dirigentes se entregaron con responsabilidad y pasión a cumplir tan trascendentales tareas.

Los empresarios, sobre todo los de extracción oligárquica y extranjera, para quienes resultaba inaudita la existencia de esta organización, replicaron ilegalizándola por el Decreto Ley 6926, expedido el 12 de noviembre de 1930 por el gobierno del general Luis M. Sánchez Cerro que los representaba, acompañada de la persecución de sus adherentes y de los militantes y simpatizantes de los movimientos de izquierda. La CGTP sólo pudo ser reconstituida en junio de 1968 e inscrita en enero de 1971, con el gobierno del general Juan Velasco Alvarado.

Otro modo de intervención de los empresarios para frenar a las organizaciones sindicales o desviarlas de sus propósitos reivindicativos ha sido tratar de infiltrarlas y de generar en su interior una conducta complaciente con ellos, repitiendo el episodio del caballo de Troya o más recientemente el de la Quinta Columna española. Los dirigentes de la CGTP con los cuales traté fueron sólidamente inmunes a este método. Pienso en Isidoro Gamarra, en Pedro Huilca y en Gustavo Espinoza, entre los más relevantes, y viene a mi memoria también la pléyade de sindicalistas de la CGTP que organizó la famosa huelga del 19 de julio de 1977, a quienes el gobierno de Morales Bermúdez castigó autorizando su despido por un decreto supremo. Sedientos de revancha, los empresarios, que habían concertado esta orden, pusieron en la calle a unos cinco mil trabajadores.

En la década del noventa, el filo de la dirección de la CGTP parece mellarse. Su voz es apenas un débil eco perdido en las anfractuosidades de ese letal período de nuestra historia. Lo que vino después continuó en plano inclinado hacia abajo.

Siempre me extrañó que luego de la fuga de Alberto Fujimori del país, en noviembre de 2000, los dirigentes de la CGTP se comprometieran en una actitud de conciliación con los empresarios, bajo la cubierta de la “concertación” en el Consejo Nacional del Trabajo, esperando sin duda —querían dar esa impresión— de que los empresarios renunciaran allí a las enormes ventajas laborales que habían obtenido durante la década del gobierno de Fujimori. Los dirigentes de la CGTP basaron su accionar en la redacción de una ley general del trabajo, propuesta por los burócratas del Ministerio de Trabajo, mientras aceptaban pasivamente la legislación patronal de la década pasada. No se enteraron —ni les interesaba enterarse— que los códigos y leyes generales de trabajo en América Latina fueron promovidos, en su mayor parte, por dictaduras militares y civiles, y que ninguno tuvo por finalidad atender las reclamaciones de los trabajadores, sino, al contrario, imponerles la camisa de fuerza de una legislación patronal, rígida e inamovible.

En 2004, el proyecto de esa ley estuvo listo. Pero era una repetición de la legislación laboral vigente con ciertos adornos. Los empleadores no habían renunciado a ninguna de sus ventajas, y habían logrado además que los representantes de las centrales sindicales, incluidos los de la CGTP, sí renunciaran por la vía del consenso a derechos que los trabajadores ya tenían al comenzar la década del noventa. (¡Todo un faenón!) Fue más extraño aún que esos mismos dirigentes de las centrales sindicales, poseídos por una fenomenal obstinación, le pidieran al Congreso de la República la inmediata aprobación de ese proyecto de ley, aduciendo que lo habían consensuado en un 85%, y que, cuando sus bases les recababan alguna información, les dijeran que era lo máximo que se podía obtener y que se quedaran tranquilas. Pero la mayor parte de congresistas, movida por una prudente desconfianza, dejó de lado ese proyecto en los períodos que concluyeron en 2006 y en 2011. En la legislatura iniciada en agosto de este año, el Proyecto de Ley General del Trabajo volvió al ruedo lanzado por el grupo parlamentario fujimorista con las firmas de otros congresistas. Y de nuevo los dirigentes de la CGTP entraron en campaña para que ese Proyecto, apadrinado ahora por el grupo político responsable de la desaparición de muchos derechos de los trabajadores, sea aprobado.

Tengo la impresión de que la mayor parte de trabajadores afiliados o simpatizantes de la CGTP desconoce el contenido del Proyecto de Ley General del Trabajo, que hasta ahora no ha sido publicado en el diario oficial El Peruano, pese a haber ya un acuerdo de la Comisión de Trabajo del Congreso de la República en ese sentido. Estoy convencido también de que los trabajadores de base ignoran el contenido de los artículos consensuados por los dirigentes de esta central con los empresarios en el Consejo Nacional del Trabajo. Por eso, voy a someter a esos dirigentes a una amigable interpelación, haciéndoles las siguientes preguntas sobre artículos que ellos han consensuado:

1.    Digan ¿por qué mantienen los “services” que son una modalidad de alquiler y superexplotación de trabajadores (art. 56º del Proyecto que repite la Ley 27626).

2.    Digan ¿por qué mantienen la “tercerización” (art. 76º del Proyecto), repitiendo las disposiciones de la Ley 29245 que impone a los trabajadores una situación con menores derechos que los trabajadores de planta?

3.    Digan ¿por qué mantienen los diversos contratos modales, a plazo determinado (arts. 19º y ss. Del Proyecto), en los mismos términos que el Decreto Legislativo 728.

4.    Digan ¿por qué mantienen las excesivas facultades del empleador para modificar sustancialmente las condiciones de trabajo (arts. 138º, 141º y 261º del Proyecto), como dispone el art. 9º del Decreto Legislativo 728 y el art. 2º del Decreto Legislativo 854 respecto del traslado del trabajador, cambios en las modalidades de la prestación del trabajo, el horario y la duración del trabajo), si esas condiciones deben ser establecidas por acuerdo del empleador y el trabajador?

5.    Digan ¿por qué mantienen el inequitativo régimen de terminación del contrato de trabajo por hostilidad del empleador (art. 175º del Proyecto), como lo hace ahora el Decreto Legislativo 728, art. 30º).

6.    Digan ¿por qué mantienen el régimen de los bonos o prestaciones alimentarias (art. 202º del Proyecto), como lo hace la Ley 28051, que constituye una manera de reducir los derechos sociales?

7.    Digan ¿por qué tratan de introducir remuneraciones mínimas diferenciadas por regiones, actividades económicas, dimensión de las empresas y otros criterios (art. 206º del Proyecto), diferenciación que ya había sido abolida hace muchas décadas y que permitiría fijar remuneraciones mínimas por debajo del mínimo de supervivencia?

8.    Digan ¿por qué tratan de mantener un interés legal diminuto para las remuneraciones y derechos sociales insolutos (art. 245º del Proyecto), como lo hace el Decreto Ley 25920 que fija un interés legal laboral notoriamente inferior al interés legal civil, que es el que debería corresponder?

9.    Digan ¿por qué mantienen la exclusión de la negociación por rama de actividad (art. 366º del Proyecto), como lo hace ahora el art. 45º de la Ley de Relaciones Colectivas del Trabajo?

10. Digan ¿por qué mantienen el arbitrario régimen de arbitraje en negociaciones colectivas tan perjudicial para los trabajadores que no logran solucionar sus pliegos en conciliación (arts. 387º, 389º del Proyecto) y por qué mantienen el régimen de propuesta final de las partes (art. 392º del Proyecto) que repite el art. 65º de la Ley de Relaciones Colectivas de Trabajo, y es una burla para los trabajadores?

Hay muchos otros artículos consensuados sobre los que sería largo seguir interrogándolos.

Finalmente, les hago tres preguntas sobre aspectos también consensuados tácitamente:

¿No sería mejor para los trabajadores que la acción sindical, en lugar de empeñarse en una campaña por repetir inútilmente el texto de toda la legislación laboral en una Ley General del Trabajo, estuviese centrada en la petición y lucha por la derogación puntual o, en su caso, por la modificación puntual de las disposiciones lesivas para los trabajadores?

¿Saben ustedes que la sentencia del Tribunal Constitucional de 2002, que reconoce la estabilidad laboral y rechaza el despido arbitrario, incluso indemnizado, quedaría sin efecto con el nuevo articulado de la Ley General del Trabajo y que se consolidaría así el despido arbitrario?

¿Saben ustedes que el 15% del Proyecto de Ley General del Trabajo no formalmente consensuado, que apruebe el Congreso de la República, no favorecería a los trabajadores?

Si acaso, los dirigentes interpelados quisieran absolver las preguntas hechas en mi cuestionario, lo mejor sería que dirigieran sus respuestas a las bases de la CGTP. Ellas tienen el derecho de ser consultadas sobre su situación legal. A los dirigentes no les han conferido carta blanca para “consensuar” en contra de sus intereses.

Me ocupo de la situación de los trabajadores desde que tuve uso de razón y como abogado y funcionario dedicado a su defensa, y como profesor universitario en las cátedras de Derecho del Trabajo y Derecho de la Seguridad Social. Siempre he sido, por lo demás, un trabajador. Razones suficientes para continuar defendiéndolos.

(20/10/2011)

¿QUIÉN GARANTIZA QUE UNA LEY GENERAL DEL TRABAJO NO ARRUINARÁ MÁS A LOS TRABAJADORES? Por Jorge Rendón Vásquez (10/2/2015)

 



¿QUIÉN GARANTIZA QUE UNA LEY GENERAL DEL TRABAJO NO ARRUINARÁ MÁS A LOS TRABAJADORES?

Por Jorge Rendón Vásquez (10/2/2015)


Declaraciones de Carmela Sifuentes, Presidenta de la CGTP, a la Agencia Andina, el 7/2/2015:

Nuestra exigencia es que de una vez los congresistas se pongan a realizar su verdadera función de legislar y pongan a debate el proyecto de Ley General del Trabajoque ha sido ampliamente discutido por más de diez años

Nosotros apostamos porque de una vez sea aprobada esta ley en el Congreso.

Esta es la posición de los actuales dirigentes de la CGTP (y, presumiblemente, de los partidos políticos a los que pertenecen).

Carmela Sifuentes sabe:

1º.- Que los únicos proyectos de Ley General del Trabajo presentados al Congreso de la República son el que salió “consensuado” del Consejo Nacional del Trabajoque reproduce la legislación expedida por Fujimori, y el presentado por Manuel Dammert hace unos días, que es el proyecto de los “expertos”, como versión retocada del anterior “consensuado”.

2º.- Que la composición del Congreso de la República es ahora mayoritariamente proempresarial.

Por consiguiente, lo que Carmela Sifuentes quiere es que esos proyectos se conviertan en ley en contra de los trabajadores. ¡Más claro, ni el agua de un manantial serrano!

Por su parte, Mario Huamán ha anunciado que “la CGTP viene trabajando su propuesta” encargada a sus asesores (Diario Uno, 7/2/2015). Tres preguntas para los dirigentes de la CGTP: 1) si los proyectos de ley sólo pueden ser presentados por no menos de seis congresistas (un grupo parlamentario) o por alguna entidad con iniciativa legislativa ¿quiénes habrán de firmar y presentar como suyo el que la CGTP dice estar elaborando?; 2) Que posición de la CGTP vale: ¿la de Carmela Sifuentes que apoya el proyecto “consensuado” retocado o la de Mario Huamán que dice estar en espera del proyecto de sus propios “expertos”; 3) ¿cuánto del proyecto “consensuado” pasará al que estos “expertos” le harán a la carta a la CGTP?

Como quiera que sea, el panorama legal que los trabajadores tienen ante sí es borrascoso y funesto.

Cuando analicé el proyecto de Ley General de Trabajo “consensuado” señalé puntualmente sus deficiencias y amenazas y sugerí que su texto sea debatido por las bases sindicales. Como la dirección de la CGTP dijo “no se oye”, numerosas bases se movilizaron. En octubre de 2011, más de trescientos dirigentes de sindicatos y federaciones muy importantes se reunieron en un grandioso acto para rechazar el proyecto de Ley General de Trabajo “consensuado” y retocado por los “expertos”. Como una repercusión de esta manifestación, la Comisión de Trabajo del Congreso acordó dar a publicidad ese proyecto. Nunca lo hizo, pero, de hecho, el proyecto fue archivado.

Desde que la legislación laboral protectora de los trabajadores comenzó a ser precarizada legalmente en la década del noventa, mi posición fue combatir específicamente cada norma perjudicial para los trabajadores. En uno de mis artículos dije que en este asunto se debía aplicar el principio de Arquímedes sobre la palanca: cargar la fuerza sobre un punto de apoyo y actuar todos a una. Algo de esto ha sucedido con la malhadada “Ley Pulpín”. La fuerza social se fue concentrando sobre la necesidad de su derogatoria y la mayoría en el Congreso se vio obligada por conveniencias políticas a derogarla.

No se requiere remover toda la legislación laboral para cambiar las normas lesivas a los trabajadoresque son determinadas. Los abogados empresariales no han necesitado imponer una Ley General del Trabajo, sobre todo durante la década del noventa cuando podían hacer lo que les daba la gana. Les bastó sustituir algunas normas, y con eso les arrebataron a los trabajadores muchos de sus más importantes derechos para que las ganancias de los empresarios aumentaran. Luego, planearon hacerles creer a los dirigentes de las centrales sindicales que una Ley General del Trabajo podía trasladarlos a un país de ensueño. Y lo lograron. Los representantes de las centrales sindicales en el Consejo Nacional del Trabajo se tragaron la carnada, el anzuelo y el cordel. Este procedimiento empresarial ha continuado durante los regímenes de Toledo, García y Humala para arrebatarles otros derechos a los trabajadores.

A manera de muestra, voy a citar una disposición del proyecto de Ley General del Trabajo “consensuado” y retocado. El artículo X dice: “Los regímenes especiales de trabajo se rigen por la presente leysalvo en lo que establecen sus propias normas.” Y con esto se dejaría en vigencia los regímenes de los trabajadores de las empresas con hasta 150 trabajadoresdel campo y del hogar, cuyos derechos sociales están reducidos a la mitad, es decir algo más del 60% de la población laboral del Perú. Los regímenes son especiales por la naturaleza del trabajo, pero eso no quiere decir que sus trabajadores deban recibir menos que los demás. Las normas laborales son mínimos obligatorios para todos. Por lo tanto, toda norma que a ellos se refiera debería decir: “Los trabajadores de los regímenes especiales se rigen por las normas generales de trabajo. Sus normas particulares no pueden reducir el nivel de protección de las normas generales.” Una norma de este tenor no necesita estar inmersa en el farragoso texto de una ley general. Se le puede dar independientemente. El problema es que la correlación de fuerzas lo permita.

Los dirigentes de la CGTP parecen haber alquilado un altoparlante para hacer llegar sus impertinentes réplicas a sus críticos. ¿Esperan que estos discutan con ese altoparlante?



jueves, 12 de mayo de 2022

LA EVOLUCIÓN ECONÓMICA DEL PERÚ: UN ANÁLISIS DIALÉCTICO- Por Jorge Rendón Vásquez

 


LA EVOLUCIÓN ECONÓMICA DEL PERÚ: UN ANÁLISIS DIALÉCTICO

Por Jorge Rendón Vásquez

 

El Perú de hoy es lo que fue ayer, con algunos cambios por lo general imperceptibles; y asi sucesivamente, remontándonos al pasado. En esta marcha perenne, hay, sin embargo, algunos cambios cualitativos de gran importancia que generan nuevas formas en las relaciones sociales de la realidad posterior.

Son cambios en la estructura económica debidos a la evolución de esta y cambios que ella reclama a la superestructura política, u organización del Estado y los grupos políticos, que los promueven, apelando a la superestructura ideológica que los concibe y valiéndose de la superestructura legal que los impone o legaliza.

El siglo XX en el Perú estuvo dominado por el crecimiento del sistema capitalista, o estructura económica, y, con más ímpetu, luego de las reformas del gobierno del general Juan Velasco Alvarado que constituyeron, por ello, un cambio cualitativo en esta evolución.

La reforma agraria, la más importante de este gobierno para potenciar la economía, abatió definitivamente al feudalismo, poniendo, con ello, la base para expandir el mercado en todo el país y, como una consecuencia previsible de esta medida, para la inversión capitalista correlativa en términos crecientes. Sus otras reformas contribuyeron a este propósito: el rol dinamizador de la economía atribuido al Estado, incluida la actividad empresarial de este; las reformas laborales que tendieron a aumentar la capacidad  de compra de las clases trabajadoras y darles una sustancial participación en las utilidades y propiedad de las empresas; la reforma de la educación; la reforma del Estado; y el comienzo de una formación de trabajadores de nivel intermedio.

Es evidente que la clase capitalista, cuyos exponentes más opulentos conforman la oligarquía descendiente de la casta blanca virreynal, no percibió la dirección y la importancia de esos cambios necesarios para el Perú que, a la larga, iban también a beneficiarla y, por eso combatieron sañudamente al gobierno militar y sus realizaciones. Pero tampoco las avistaron las clases trabajadoras que solo vieron en el gobierno militar un generoso benefactor. Entre los grupos izquierdistas solo los partidos Socialista Revolucionario de intelectuales y profesionales, Demócrata Cristiano de profesionales, Comunista de dirigentes sindicales y profesionales provincianos y Acción Popular Socialista de profesionales y algunos pequeños burgueses se dieron cuenta, con diverso alcance, de la importancia de lo que sucedía en el Perú, y apoyaron desde fuera al gobierno militar. Los grupúsculos autodenominados de izquierda y el Apra hicieron causa común con la oligarquía y atacaron como les fue posible las reformas, aunque sin éxito.

Hacia 1975, la oligarquía halló, finalmente, entre una parte de los militares, los oídos y la voluntad de parar el proceso de cambios y revertirlo. Tal fue el papel de Francisco Morales Bermúdez y los cómplices de su contrarevolución de 1975 a 1980, cuyas acciones más importantes fueron limitar la estabilidad en el trabajo y sacar de la junta de accionistas a quienes la oligarquía consideraba “horribles obreros”. Los gobiernos de la inanidad que les siguieron hasta 1990: de Belaunde Terry y del Apra, compitieron en inutilidad, mientras la economía se deslizaba por los carriles subsistentes del velasquismo, formalizados en la Constitución de 1979.

Las ideas que la oligarquía capitalista necesitaba para acabar con las reformas de Velasco le vinieron de fuera. Se concretaban en la contrarevolución neoliberal, que habían iniciado en la teoría económica Milton Friedman y Friedrich von Hayek y, desde los gobiernos, Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Tatcher en el Reino Unido. Luego, la oligarquía halló en Mario Vargas Llosa la marioneta que utilizaría en el campo político, pero este fue vencido por otro aventurero, Alberto Fujimori, quien le ganó las elecciones de 1990, oponiéndose al neoliberalismo de aquel. Una vez en el poder, sin embargo, Fujimori se dejó convencer por los burócratas del Fondo Monetario Internacional y de ciertas corporaciones, se puso al servicio de la oligarquía y se entregó en cuerpo y alma a liberalizar la economía, primero con el apoyo de los partidos políticos en el Congreso de la República, incluidos los pretendidamente izquierdistas, y después con la complicidad de ciertos jefes de las fuerzas armadas que operaron el golpe de Estado del 5 de abril de 1992. Privatizó las empresas estatales; abarató hasta el extremo la fuerza de trabajo, precarizando la legislación laboral y eliminando la participación de los trabajadores en la propiedad de las empresas, destrozando al movimiento sindical con el inducido avenimiento de las cúpulas sindicales y pasando casi todo el dinero de las cotizaciones por pensiones a empresas privadas; asimismo, exacerbó la alienación de las mayorías sociales para mantenerse en el poder con su voto. Los burócratas, procedentes de estudios de abogados patronales y de ciertas universidades privadas y los periodistas que alquilaron, ejecutaron metódica y puntualmente esta tarea, tomando para sí por lo bajo, además, ingentes sumas de dinero del Estado. Para asegurar la pervivencia de este capitalismo neoliberal y voraz, todos ellos hicieron aprobar una Constitución que solo podría ser modificada por el Congreso con una mayoría difícil de alcanzar. Diez años después, Fujimori, que había sido reelegido por segunda vez, tenía completamente aplanado el terreno para un nuevo despegue del capitalismo. Había cumplido su parte, pero justo en ese momento comenzaron a ser destapadas las entregas de dinero del Estado a ciertos políticos y jueces. Y, como era natural, él tomó las de Villadiego, llevándose varias maletas repletas de dólares que los funcionarios del Ministerio de Economía le entregaron.

Para la oligarquía capitalista, Fujimori estaba quemado y ya no les servía. Se fijó entonces en un aborigen de Ancash que el Cuerpo de Paz había llevado a formar en Estados Unidos y era bastante listo: Alejandro Toledo. Lo preparó para lanzarlo como candidato a la Presidencia de la República y, gracias a la alienación de las mayorías sociales, le ganó a otro candidato con un hambre insaciable de dinero del Estado que ya había sido Presidente. Por supuesto, lo primero que hizo Toledo fue fijarse en lo que podía meterse en el bolsillo y luego dejar que el capitalismo usufructuase el mercado ya expandido y preparado. Llegaron las inversiones extranjeras a extraer los minerales imprescindibles para fabricar los medios de producción en las metrópolis capitalistas, minerales que el Perú tiene casi a flor de tierra y no se agotarán de aquí a mil años, por lo menos. Esas inversiones estimularon otras en otras actividades de los sectores primario, secundario y terciario. Entre ellas, la agricultura, trabajada ya totalmente con procedimientos capitalistas, también se desarrolló para cubrir las necesidades de la población que aumentaba, y para atender los requerimientos de otros países.

En los veinte años que siguieron, el Producto Interno Bruto del Perú casi se triplicó.

En este proceso de crecimiento, el capitalismo ha seguido generando el surgimiento de las clases obrera y profesional, como contrarios que necesita para utilizar y explotar, y ha profundizado la división de la economía en dos grandes sectores: el formal y el informal.

El sector de capitalismo formal comprende a las empresas inscritas en las entidades del Estado a cargo de la cobranza de los tributos y del control de las relaciones laborales y otros aspectos concernientes a su existencia y funcionamiento. Aunque contribuye con más del 80% del PBI, abarca un poco menos del 50% de la masa empleada, la que, si bien goza de los derechos laborales y de Seguridad Social, sus remuneraciones se mantienen en niveles bajos por la legislación laboral precarizada y la existencia de la informalidad. Los trabajadores de este sector no han podido recuperar aún los derechos que les fueron arrebatados desde la década de Fujimori, en mucho por la colaboración con el capitalismo de las cúpulas sindicales que han renunciado a luchar por cambios concretos y posibles en la legislación laboral y en la Seguridad Social. A estas cúpulas el capitalismo parece haberles encargado la tarea crear la ilusión de que una ley o un código del trabajo, que reproduciría las reformas laborales de Fujimori y los gobiernos siguientes, llevarán a un mundo de felicidad.

El sector de capitalismo informal es un espacio donde impera la libre oferta y demanda, como en el siglo XIX, donde el Estado del capitalismo no entra ni quiere entrar y no hay derechos sociales. Se constituye por empresas no registradas, por lo general muy pequeñas, y por trabajadores independientes ocupados, en su mayor parte, en actividades artesanales y comerciales y en el servicio del hogar. Llega a más del 50% de la masa laboral empleada y se integra por trabajadores emigrados del campo y por los que no encuentran empleo en la actividad formal.

Para el capitalismo, la existencia del sector informal es imprescindible: 1) porque es un medio de distribución y venta de una parte de sus mercancías sin pagar impuestos; 2) porque comprende a trabajadores sin derechos sociales; 3) porque los salarios pagados a los trabajadores, inferiores a la remuneración mínima, son una base para mantener en niveles reducidos los salarios en la actividad formal; y 4) para emplear a una parte de los trabajadores tomados de la informalidad por salarios ínfimos. El sector informal en el Perú, como en otros países en vías de desarrollo, concentra, en gran parte, al ejército industrial de reserva, cuya función es abaratar el costo de la fuerza de trabajo.

Estas ventajas que el sector informal le aporta al capitalismo han determinado que a partir del gobierno de Kuczynski se haya permitido el ingreso a nuestro país de más de un millón de venezolanos, utilizando un párrafo de la Ley de Migraciones permisivo de la recepción de cierto número de refugiados por pretendidas razones humanitarias que ese gobierno agregó mañosamente a esa Ley. Muchos empresarios reemplazaron con estos inmigrantes a trabajadores peruanos en la actividad formal, pagándoles menos; los demás incrementaron el sector informal.

La consecuencia del trato a los trabajadores por el capitalismo es el enriquecimiento cada vez mayor de los empresarios, sus ejecutivos y ciertos grupos de la burocracia estatal con remuneraciones abusivamente desmedidas. Es por ellos y para ellos el auge de la construcción de departamentos, cuyo precio va más allá de los 150,000 dólares, mientras los ingresos de los trabajadores solo les alcanzan para vivir en “pueblos jóvenes” en construcciones que ellos levantan día a día, en míseros departamentos alquilados o refugiándose en las viviendas de sus padres, y mantenerlos en la subsistencia. A pesar de su magnitud, las clases laborales ignoran aún, casi totalmente, su origen y rol de término contrario dialéctico del capitalismo y, por lo tanto, no son una fuerza de contención de este. Los minúsculos grupos de la izquierda tradicional, en extinción, solo llegan a algunos grupos de trabajadores y no existen como fuerzas políticas. Para ciertos marxistas de escritorio, arrobados en la interpretación de lo que Marx quiso decir, las clases sociales son entelequias de un mundo imaginario al que prohíben a los demás ingresar. La realidad social exterior y cotidiana no existe para ellos. Son ermitaños cuya función es aislar al marxismo en el idealismo.

El ascenso a la Presidencia de la República de un maestro dirigente sindical, postulado por un partido de izquierda con dirigentes salidos de la clase profesional, en su mayor parte provinciana, ha expresado en mucho la esperanza de la mayoría popular, conformada, en su mayor parte, por trabajadores. Eligió a Pedro Castillo más motivada por la satisfacción de colocar a uno de los suyos en la primera magistratura. Esta decisión colectiva es, sin embargo, una manifestación primaria y casi intuitiva en la política del contrario dialéctico del capitalismo y no se podía esperar, por ello, que el gobernante elegido supiera todo de las dificultades, avatares, trampas y trapizondas congénitas a la función de manejar el Poder Ejecutivo y la burocracia. Para la clase capitalista, en cambio, y sobre todo para la oligarquía blanca, este ascenso constituye una amenaza y un agravio intolerable, porque es la primera vez en la historia del Perú republicano que un trabajador llega a la Presidencia de la República y no puede disponer de él como hacía con los gobiernos anteriores, excepto el de Velasco. Su plan es, por lo tanto, maltratarlo e intentar abatirlo, utilizando sus medios de prensa y los tres grupos que la representan en el Congreso, con el apoyo de ciertas formaciones de aventureros. Todos ellos se yerguen como un muro contra cualquier iniciativa de cambios por la vía legal propuesta por el Presidente o por los dos grupos de izquierda. Es una feroz lucha de clases propulsada por el capitalismo llamada a suscitar réplicas posteriores. En este cuadro, hay algunos, que, sintiéndose de izquierda o asombrados, inicialmente apoyaron al Presidente o simpatizaron con él, y luego se dejaron convencer por los periódicos y la TV y, desalentados y cerrando el razonamiento a la posibilidad de ver lo que realmente sucede y por qué, preferirían en el gobierno a algún epígono de la oligarquía, como antes, y de preferencia blanco o blancoide.

Por consiguiente, en el momento presente nos encontramos ante la constatación de que no es posible reformar ni superficialmente al sistema capitalista tal como es en el Perú. Ni las clases obrera y profesional, ni los partidos políticos de izquierda o que creen ser de izquierda saben qué plantear ni cómo hacerlo. Y, por su indefinición, la noción de socialismo, incluido el designado con la vacía frase “sin calco ni copia”, ha quedado relegada a la bruma de la utopía.

En la perspectiva de la historia, esta situación lleva a pensar que los cambios concretos y factibles del sistema capitalista están esperando aún ser definidos, desarrollados y difundidos entre las clases trabajadoras, los profesionales con ideales libertarios y los estudiantes para crear en las mayorías sociales la convicción de su necesidad y factibilidad. En suma, el Perú requiere avanzar en lo inmediato hacia una sociedad con oportunidades iguales para todos, sin discriminaciones y, en particular sin discriminación racista, con una educación  y formación profesional de calidad y servicios públicos de salud para todos y en la que el trabajo sea revalorizado como la fuente principal de la riqueza y un derecho efectivo. Todo esto sitúa los planteamientos y sus respuestas en el campo de la ideología.


(Comentos, 12/5/2022)

sábado, 23 de abril de 2022

ANTEPROYECTO DE UN CÓDIGO DEL TRABAJO: OTRO ENGAÑO PARA LOS TRABAJADORES - Por Jorge Rendón Vásquez

 



ANTEPROYECTO DE UN CÓDIGO DEL TRABAJO: OTRO ENGAÑO PARA LOS TRABAJADORES

Por Jorge Rendón Vásquez

Profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

 

El 13 de abril pasado, la Ministra de Trabajo y PE expidió la Resolución Ministerial Nº 092-2022-TR autorizando la publicación de un Anteproyecto de Código del Trabajo elaborado por una comisión de funcionarios de su Ministerio, sobre la base de los proyectos de Ley General de Trabajo redactados desde 2001.

El único argumento acotado para justificar este anteproyecto es la “dispersión normativa” laboral, que no es de fondo ni ha impedido su conocimiento ni aplicación por los interesados. El hecho de que las normas laborales provengan de fuentes distintas es normal en todos los países: fuentes constitucionales, internacionales y nacionales de varios niveles, incluida la jurisprudencia. Quienes se dedican profesionalmente a manejarlas no tienen problemas para hallar las normas pertinentes a cada caso e invocarlas. Además, hay compilaciones que las presentan con índices clasificados.

Por lo tanto, no es esta la causa por la cual se pretende agrupar la legislación laboral en una ley general o código.

Lo que, en realidad, se busca es convalidar en bloque la legislación del trabajo dada por los gobiernos de Fujimori y posteriores, perpetrada por estudios jurídicos defensores o asesores de empresarios para negarles a los trabajadores ciertos derechos muy importantes, incluyéndola en una ley general o código.

En 2001, cuando algunos dirigentes sindicales pidieron que estos derechos les fueran restituidos, el ministro de Trabajo de entonces, un abogado empresarial, les señaló el Consejo Nacional de Trabajo para concertar allí con los empleadores el texto de la legislación laboral. Y, entonces, apareció el proyecto de Ley General de Trabajo que un grupo de abogados había preparado por encargo del presidente de la Comisión de Trabajo del Congreso de la República para ser debatido en ese Consejo.

Lamentablemente, los dirigentes de las centrales sindicales  se entregaron a estas negociaciones que eran una trampa, en la cual, al parecer, querían caer: 1) porque eran atraídos a la discusión innecesaria de toda la legislación laboral, en lugar de plantear las disposiciones concretas que se debía cambiar o modificar; 2) porque a los empresarios nunca se les ocurrió perder en la mesa de negociaciones las disposiciones contra los trabajadores que habían obtenido del gobierno de Fujimori y otros; y 3) porque todo el paquete de ley general o código de trabajo quedaba pendiente hasta que el Congreso de la República lo debatiese, lo que era incierto por la extensión del proyecto y la oposición de los intereses comprometidos.

Y así fue. Se elaboraron varios proyectos de Ley General del Trabajo con la oposición de los representantes de los empresarios que se negaron a conciliar las disposiciones fundamentales que favorecían a sus mandantes, a pesar de que la mayor parte del articulado restante, concertado con los dirigentes sindicales, también los favorecía. Ninguno de estos proyectos fue considerado ni por el Poder Ejecutivo, ni por el Poder Legislativo, por la decisiva labor de esclarecimiento emprendida por algunos juristas, y en particular por el suscrito, y por la denodada acción de numerosos dirigentes de federaciones y sindicatos para impedir que los trabajadores quedaran sometidos a una legislación que asegura su superexplotación y que perduraría, tal vez, por varias décadas.

Tal situación no ha variado para los trabajadores y, al contrario, se ha vuelto más riesgosa por la composición actual del Congreso de la República. Tampoco ha cambiado la lógica de la dirigencia de las centrales sindicales empeñada en la expedición de una ley general o un código del trabajo, consistente en pedir el cambio total de la legislación laboral para impedir así que puedan ser cambiadas las normas más perjudiciales a los trabajadores.

La dación del decreto supremo sobre la tercerización, 001-2022-TR, que ha modificado algunas normas del Reglamento de la Ley 29245, el que, infringiendo esta, promovían la superexplotación de los trabajadores tercerizados, hizo suponer que esa sería la manera en que la Ministra de Trabajo encararía el cambio o la modificación de las normas más perjudiciales a los trabajadores, emitidas desde la década del noventa, cambios que podrían hacerse por decreto supremo que ella podría tramitar y cambios por ley, la mayor parte, cuyos proyectos serían propuestos al Congreso de la República.

No será asi, sin embargo, porque el respaldo de la Ministra de Trabajo al proyecto de un Código del Trabajo no deja dudas sobre su renuncia a proseguir los cambios que la legislación laboral requiere, ya que es evidente que, para ella, al estar propuestos en el articulado del proyecto del Código de Trabajo que patrocina no cabe ya proponerlos o realizarlos por separado.

Lo menos que se puede pensar es que se ha entregado a la táctica de los dirigentes de las centrales sindicales quienes, pidiendo el todo, donde va lo nocivo para los trabajadores, tratan de disfrazar su oposición a los cambios puntuales, que sí podrían hacerse.

La pregunta que surge es si la Ministra de Trabajo ha leído los 440 artículos y 27 disposiciones adicionales de su proyecto y si sabe o prevé lo que harán con ellos los abogados de los empresarios en contra de los trabajadores y la duración de años y años de los procesos judiciales a que den lugar. Abro al azar ese mamotreto y leo el artículo 238º: “El pago (de la remuneración) a los trabajadores se acredita con la respectiva boleta de pago física o electrónica debidamente notificada al trabajador.” Y adios a la firma del trabajador en la copia de la boleta que es legalmente un recibo que debe ser firmado por el receptor de la suma adeudada para acreditar que el pago fue efectuado; por lo tanto, a los empleadores les bastará afirmar que la boleta fue notificada, como sucedía antes de que la boleta fuese creada en 1971, e, igualmente, con el trabajo en horas extras que no se pagaban porque el trabajador no firmaba la planilla de ingreso y salida del centro de trabajo, situación que terminó en 2004, otro aspecto ignorado por el dichoso proyecto de Código del Trabajo. Y ni qué decir de la parte relativa a la negociación colectiva que repite lo que la dictadura de Pinochet impuso en el Código de Trabajo de Chile.

Es lamentable que la Ministra de Trabajo le cree al Presidente de la República problemas como el indicado, coincidiendo en esto, en los hechos, con la encarnizada campaña que contra él lleva a cabo el poder empresarial a través de los congresistas que lo representan en el Congreso de la República y sus medios de prensa.

(Comentos, 23/4/2022)

lunes, 18 de abril de 2022

EL SUBDESARROLLO DEL PERÚ Y LA UNIVERSIDAD - Por Jorge Rendón Vásquez




EL SUBDESARROLLO DEL PERÚ Y LA UNIVERSIDAD

Por Jorge Rendón Vásquez

 

No hay en el Perú suficientes candidatos con las calidades intelectuales, formación superior, independencia de criterio y sindéresis para cubrir los cargos con poder de decisión en los aparatos de producción y estatal y las cátedras universitarias.

¿Por qué?

Muy simple. Porque las universidades peruanas los han formado así y porque, después, en la práctica profesional, han perfeccionado sus deformaciones de origen, con algunas excepciones laudables debidas a la perspicacia y entereza de quienes comprenden que deben formarse o reformarse por sí mismos o irse a alguna universidad extranjera de prestigio. Esto quiere decir que hay, en nuestro país, una compatibilidad perfecta entre nuestro subdesarrollo económico, social e intelectual y la universidad.

Nunca, la universidad peruana estuvo al nivel de las universidades europeas o norteamericanas con menor puntaje en el ranking o con sus homólogas de Argentina, Brasil y México; y sus leyes orgánicas legalizaron este pasar, con excepción de la última de 2014 que instituyó, por lo menos, una entidad de control de su calidad.

Dentro de su inferioridad, la universidad peruana ha experimentado una crisis de crecimiento deformado, caracterizado por la confluencia de tres factores: la llegada a sus aulas de oleadas de jóvenes de las clases sociales postergadas; la inexistencia de un nivel de formación profesional intermedio; y el bajo nivel general de sus docentes.

1) Los descendientes de las castas raciales subyugadas durante el Virreynato y la República, convertidos en sujetos de las clases obrera, campesina y pequeño burguesa provinciana comenzaron, con derecho, a acceder en masa a la universidad a partir de la mitad del siglo pasado, tras haber pasado el ciclo de la educación secundaria que el Estado extendió por la necesidad de la oligarquía y el capitalismo emergente de contar con un mayor número de obreros y empleados con los conocimientos de base indispensables para el manejo de los instrumentos de producción y la documentación en las oficinas. Las universidades, casi todas públicas, se sobrecargaron año a año y, muy lentamente después, aumentaron su infraestructura y el número de sus docentes para recibirlos, aunque apelando más a la cantidad que a la calidad. Las oleadas anuales de nuevos postulantes a las univesidades se incrementaron por el crecimiento de la población.

2) Para los dirigentes del Estado, siempre fue desconocida la necesidad de contar con un nivel intermedio de formación profesional de técnicos y personal de encuadramiento. Las únicas realizaciones en este campo se debieron: 1) a la Sociedad Nacional de Industrias que promovió y financió en 1961 la creación del Servicio Nacional de Aprendizaje y Trabajo Industrial (SENATI) para la formación de obreros calificados en diversas especialidades y al que se le dio como marco legal la Ley 13771: y 2) a la Embajada Francesa que, con la ayuda de las asociaciones industriales de Francia, creó un centro de formación de técnicos que funcionó hasta comienzos de la década del 80. Mucho después fueron creados otros centros similares por iniciativa privada. Las carencias en este nivel determinan que la mayor parte de jóvenes que concluyen la educación secundaria y pueden seguir estudios superiores se dirijan, como por un canal directo, a la universidad, más para promoverse socialmente con una profesión universitaria, por lo general con estudios librescos y ajena a la producción de bienes y servicios materiales, que para insertarse útilmente en el mercado de personal técnico.

3) En las universidades europeas, norteamericanas y las más importantes de América Latina para ser docente universitario es imprescindible el grado de doctor. Más aún, en esas univesidades, la vocación de los estudios y las tesis doctorales es formar sus docentes. Las leyes universitarias peruanas ignoraron esta exigencia fundamental y permitieron el ejercicio de la docencia universitaria con simples licenciaturas o títulos profesionales. Y, de entrada, así, la universidad peruana fue condenada irremisiblemente a mantenerse en el subdesarrollo. Recién, la ley universitaria de 2014 ha comenzado a exigir, por lo menos, el grado de magister para los niveles de profesores auxiliar y asociado y el grado de doctor sólo para el nivel de profesor principal. Sin embargo, por una disposición transitoria, esta ley les dio a los docentes sin el grado de magister el plazo de cinco años para obtenerlo, ante la perspectiva inmediata de dejar sin profesores a las universidades. Vencido este plazo sólo una parte de ellos pudo llegar a ese grado en programas de maestría pagantes, improvisados en parte  y truqueando sobre el conocimiento de otra lengua extranjera y con tesis discutibles por su baja calidad. A los demás, ese grado les es inalcanzable porque, por su formación anterior y la edad, su mente rechaza el estudio concentrado, el planteamiento de las hipótesis a desarrollar, el fichaje y la propuesta de consecuencias y conclusiones. A ello se ha añadido el sobredimensionamiento de la autonomía universitaria que, en la práctica cotidiana, se ha convertido en la autonomía personal de cada docente universitario para enseñar lo que quiera, sin relación con la función principal de la universidad, consistente en suministrar los cuadros que requieren los aparatos productivo y estatal y el desarrollo económico, social y cultural del país. Esta noción tiene como remoto antecedente la libertad de cátedra, reconocida por la Constitución de 1933, pero que fue entendida como la libertad de enseñar lo que el docente quería. La introdujo en la Constitución de 1979, como autonomía universitaria, un representante transfuga de varios partidos y alcohólico irredento, en ese momento aprista, como autonomía a secas, a la que otro representante le añadió, por fortuna, la condición de sujetarse a la ley, y así pasó a la vigente Constitución de 1993, que no se refiere para nada a la necesidad de hacer de la universidad un sistema cuya razón de ser sea el servicio a la sociedad y a su progreso en todos los campos del conocimiento.

En la década del noventa, el gobierno de Fujimori decidió incrementar la oferta del servicio universitario recurriendo a la creación de universidades privadas para acoger, sobre todo, a una creciente masa de postulantes salidos de la pequeña burguesía y de las clases trabajadoras que podían pagar las pensiones fijadas con criterio comercial. La autorización de funcionamiento de estas nuevas universidades fue encomendada a una comisión de cinco exrectores nombrados por la Asamblea Universitaria. Se crearon así, sin ton ni son, innumerables universidades con capitales privados de reducido monto. Se prescindió absolutamente de la calidad de los docentes. Como para serlo bastaba poseer un título universitario se improvisó docentes por doquier. Alguien dijo que los rectores de algunas de estas universidades se colocaban en la puerta de sus locales ofreciendo las plazas de docentes a cuanta persona  pasaba por allí. En algunas, privadas, los rectores llegaron a fijarse sueldos exhorbitantes. Y, por supuesto, la fortuna de los inversores aumentó de mes en mes por una demanda en aumento, estimulada por complacientes exámenes de ingreso y de las asignaturas, pensiones que debían pagarse sí o sí, sueldos de los “catedráticos”, no muy encima de la remuneración mínima, y por la colaboración del Estado que, por la Constitución (que para eso ha sido hecha así), exonera del pago de todo impuesto directo e indirecto a estas universidades. Firmes en su poder económico, algunos de estos propietarios tentaron suerte en la política y se convirtieron en jefes de partidos y representantes al Congreso.

¿Cómo sacar del subdesarrollo a la universidad peruana? ¿Cómo redirigirla a enseñar e investigar lo que nuestro país necesita? ¿Cómo hacerla que forme a los profesionales en la cantidad y calidad que requieren sus aparatos productivo y estatal, y no profesionales en exceso en ciertas ocupaciones, que devienen parasitarios, distrayendo una fuerza de trabajo necesaria en las actividades de producción? ¿Cómo arrancarla del interés, el autoritatismo y la comodidad de las camarillas de docentes parapetados en sus nichos autónomos?

La respuesta a estas preguntas conduce a fijarse en la normativa que legaliza tan absurda y lamentable situación. Es preciso reformar los artículos de la Constitución relativos a la educación y a la formación universitaria. Pero eso solo no bastaría.

Por una parte, es preciso crear en las capitales de departamento centros estatales de formación profesional intermedia con las especialidades apropiadas a las actividades productivas de cada región.

Por otra, se debe formar masivamente a los docentes que la universidad reformada requiere y, para ello, el Estado peruano debería financiar algunos centenares de becas anuales para hacer los doctorados en universidades europeas, norteamericanas, asiáticas y de ciertos países latinoamericanos, como Argentina, Brasil y México. La determinación de las universidades y especialidades de formación en esos países, los acuerdos con esas universidades y la organización de los concursos para seleccionar a los postulantes a las becas, de no más de 35 años, deberían estar a cargo de una entidad central, como el SUNEDU. Diez años después del comienzo de este proyecto, si se llevara a cabo, los nuevos docentes comenzarían a sacar a nuestro país del subdesarrollo.


(Comentos, 18/4/2022)